Qué va, el misterio no es siempre superior a la solución del misterio.Este sábado 16 de septiembre de 2023 Antonio Muñoz Molina dedicaba su tribuna semanal en “El país” a una atinada defensa de la ciencia y el método científico, “De los ceniceros a la taroterapia”, escrita con su precisión habitual. Sería bueno tal vez que este periódico aplicara las ideas ahí expuestas al suplemento cultural “Babelia”, que justo el sábado anterior nos había infligido una página titulada “El mundo elusivo de las partículas”, escrita por Juan Arnau, con la excusa de una reseña sobre tres libros de física cuántica. Al tal Arnau ya lo hemos mencionado otras veces aquí. Es un filósofo autopercibido como experto en filosofías y lenguas orientales, y suele tener a bien usar el Babelia para sus diatribas contra el racionalismo, el método científico, la Ilustración y otros incordios, ya que él es más bien del misticismo, el misterio y tal. Como suele meter la palabreja “cuántica” en sus divagaciones, a partir de la extraña idea que tiene él de la física cuántica, no me sorprende que se sienta cualificado para reseñar tres libros, tres, sobre el asunto. Más raro es que nadie en el suplemento opine lo contrario. Como era de esperar, arranca con la “falacia racionalista” y en camino siempre ascendente no se sonroja al escribir “delirio ilustrado” (este sintagma se le viene a la cabeza ante la descabellada idea de que las leyes de la física sean las mismas en todas partes), enuncia un inexistente teorema de interconexión de Bell según el cual "todo está conectado con todo” (¿no será el teorema de Coelho?), reincide en las habituales metáforas falsas sobre el entrelazamiento cuántico: “las partículas no pueden, no saben, [¡?] llevar una existencia independiente. Si algún día estuvieron en contacto, la memoria de ese encuentro se conserva.” (si se refiere a unos cuantos microsegundos en condiciones especiales de laboratorio, puede que tenga razón), todo ello para hacer espacio a sus astracanadas (“Los fenómenos, como los dioses, son locales, pero la totalidad no lo es.”) y el estrambote final (“La percepción es la luz del mundo. Ella tiene luz propia. Lo demás, los objetos y los sujetos, luz reflejada”) basado en la idea completamente falsa de que el colapso de la función de onda está “suscitado por la percepción de un cuerpo vivo”. Pero lo más revelador no es nada de esto, sino este momento en que no sabemos si estamos leyendo un periódico serio o un meme de Twitter: “Borges lo advirtió: la solución al misterio es siempre inferior al misterio”. Lo que sí nos advirtió Eco es que no confundiéramos al autor de una novela con sus personajes, y aún se lo explicó mejor el inolvidable Fernán Gómez a Pablo Carbonell: Y es que la frase no es de Borges, sino que es una cosa que se le pasa por la cabeza a uno de los personajes del cuento "Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto”, incluido en “El Aleph”. Aunque aquí más bien el problema sea citar de oídas, o de leídas por WhatsApp. Si el profesor Arnau hubiera leído de verdad esta historia, se daría cuenta de que difícilmente la puede citar como ayuda a la tesis que intenta exponer, sino más bien todo lo contrario. El cuento nos presenta a dos personajes: Dunraven es una especie de poeta que no escribe, o dicho mucho mejor por Borges "se sabía autor de una considerable epopeya que sus contemporáneos casi no podrían escandir y cuyo tema no le había sido aún revelado”, mientras que Unwin es un matemático más solvente que “había publicado un estudio sobre el teorema que Fermat no escribió al margen de una página de Diofanto”. Una noche en Cornwall, Dunraven cuenta con fascinación una supuesta historia en la que un fantasma habría cometido un asesinato en un laberinto. El asunto es para él completamente inexplicable. Unwin lo escucha con un creciente escepticismo y cansancio, y al terminar le dice inmediatamente que la cosa no es que sea inexplicable, sino que es mentira. La explicación de lo realmente sucedido tarda un poco más en llegar, pero Unwin la acaba encontrando igualmente y es entonces cuando:
"Dunraven, versado en obras policiales, pensó que la solución del misterio siempre es inferior al misterio. El misterio participa de lo sobrenatural y aun de lo divino; la solución, del juego de manos. Dijo, para aplazar lo inevitable:[...]” Lo inevitable es la solución del misterio que Dunraven comprende que Unwin ha encontrado. Así que Dunraven prefiere la mentira de una leyenda en la que ha creído mucho tiempo a la realidad, en la que no hay nada sobrenatural ni divino. Hay mucha gente así. Pero si la descripción de los personajes que he puesto más arriba aún dejara alguna duda sobre “de qué lado está” Borges, veamos como se ríe de la oratoria vacua de Dunraven mientras narra su historia: “Los períodos finales, agravados de pausas oratorias, querían ser elocuentes; Unwin adivinó que Dunraven los había emitido muchas veces, con idéntico aplomo y con idéntica ineficacia. Preguntó, para simular interés:[...]” Así que no, no parece que Borges creyera de verdad que el misterio es siempre superior a su solución. Citar sin ton ni son suele delatar al palabrero o al charlatán que necesita vestir sus propias ocurrencias de medio pelo atribuyéndoselas a la autoridad de otro. Si la cita es de Einstein, Borges o Churchill, la alarma salta inmediatamente: las redes sociales nos surten de un repertorio infinito de bobadas falsa o incorrectamente atribuidas a ellos, de manera que uno siempre podrá encontrar alguna que haga juego con sus prejuicios. Uno es perfectamente libre de creer en la superioridad de, digamos, Iker Jiménez (el misterio) sobre Sherlock Holmes (la solución), pero endosarle semejante cosa al pobre Borges está feo.
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Si uno empieza por permitirse una cita falsa...En el número de abril de 2021 de Investigación y Ciencia, aparece un interesante artículo de los profesores de investigación del Instituto de Física Teórica (IFT, UAM-CSIC) Ángel Uranga y Tomás Ortín titulado "Errores y sensacionalismo en la divulgación científica". En él los autores critican determinados excesos y errores de la divulgación científica actual, situando acertadamente el análisis dentro del marco más amplio de los problemas de desinformación, noticias falsas, posverdad, cámaras de eco etc. de los que tantas veces hemos hablado en este cuaderno de bitácora. Bien está. Sin embargo, en un momento dado los autores se desmarcan con esto: "Como ciudadanos, tememos que se cumpla la advertencia de Juan Goytisolo: "se empieza aprobando errores y se acaba siendo condescendiente con los horrores" " y más adelante volvemos a leer: "Sin llegar a los bulos y la desinformación (los "horrores" de Goytisolo)". Pues bien ¿y cuándo escribió o dijo eso Juan Goytisolo? Intentando encontrar la referencia he llegado a una entrevista de 1988 en El País en la que el escritor dice lo siguiente: "[...] como dijo Maxime Rodinson en una frase admirable, los intelectuales "empiezan aprobando errores y terminan aprobando horrores"" No he sido capaz de acreditar que el historiador francés dejara efectivamente dicho o escrito algo parecido, pero parece claro, en cualquier caso, que no estamos ante una frase "de Goytisolo". Ya puestos, creo que habría sido mucho mejor recordar a Thomas de Quincey (en Del asesinato considerado como una de las bellas artes, traducción de Luis Loayza, Alianza Editorial (2006)): "Si uno empieza por permitirse un asesinato, pronto no le da importancia a robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente. La ruina de muchos comenzó con un pequeño asesinato al que no dieron importancia en su momento. Principiis obsta: tal es mi norma". Pues eso. Principiis obsta, que es de Ovidio. (Publicado originalmente en SciLogs el 09/04/21. Retrato de Thomas de Quincey por Sir John Watson-Gordon de la National Portrait Gallery de Londres).
Sobre las citas falsas en la era de la "post-verdad".Tenía que pasar. Ya estamos oficialmente en la era de la "post-verdad" y las hordas de la desinformación no están dejando títere con cabeza. Tras destrozar a Churchill, Brecht, Borges, Einstein y tantos otros, el turno le toca ahora a Richard Feynman. El nombre de Feynman es casi sagrado para todos aquellos que aprendimos Física con sus "Feynman lectures" y que nos partimos de risa con las maravillosas memorias "¿Está usted de broma, Sr. Feynman?" y "¿Qué te importa lo que piensen los demás?". Era cuestión de tiempo que su popularidad se fuera extendiendo más allá de las fronteras de la Física académica, y en consecuencia, al parecer, inevitable, que se le empezaran a atribuir todo tipo de ingeniosidades y chascarrillos, que ahora cotizan como grandes reflexiones en las redes sociales. Recientemente apareció en un diario de tirada nacional una entrevista con Cristophe Galfard, quien recientemente ha escrito el libro de divulgación "El universo en tus manos". La entrevista empieza por todo lo alto, al menos eso pensaba el periodista cuando escribió: "Afirmaba el nobel Richard Feynman que la física es a las matemáticas lo que el sexo es a la masturbación". Como fan incondicional de Woody Allen me encantan los chistes sobre masturbación, empezando por el mítico intercambio con Diane Keaton en "Annie Hall" y terminando por la "colaboración" entre Sophia Loren y Marilyn Monroe en "Anything else". En comparación, les reconozco que este supuesto comentario de Feynman es lo suficientemente superficial, simple y equivocado como para hacer carrera en las redes sociales. Y además, le sobran 74 caracteres en Twitter. Sin embargo, ¿fue dicho esto por Feynman? Esta frase no aparece en ningún lugar de su obra, y sólo en 1993 (cinco años después de su muerte) vemos que Lawrence Krauss se la atribuye al principio de un capítulo en el libro de divulgación "Fear of Physics". En un ejemplo de mala praxis que sin duda Krauss no se permitiría a sí mismo en un artículo científico, Krauss no cita la fuente, por lo que no sabemos de dónde se la sacó. Las posibilidades son dos: o la frase ya circulaba por ahí erróneamente atribuida a Feynman en 1993, o hemos de creer que se la dijo en persona Feynman a Krauss. Pero las probabilidades de que esto último ocurriera son realmente pocas. Como el propio Krauss cuenta en su biografía-homenaje de Feynman "Quantum man", apenas coincidieron unas cuantas veces en su vida, fundamentalmente en charlas y clases. La única posibilidad real es en ese fin de semana en Vancouver del que habla Krauss en el libro: él era todavía estudiante de licenciatura, y una asociación de la que formaba parte invitó al bueno de Dick a dar una conferencia. Tras ella, aparentemente, ese fin de semana los dos salieron varias veces a tomar algo acompañados por la novia de Krauss. ¿El alcohol y las ganas de impresionar a esta última hicieron al gran Feynman decir esta simpleza? Es sólo una conjetura humorística. En cualquier caso, es obvio que es altamente dudoso que esta cita sea correcta. La entrevista con Galfard continúa en la misma línea. Ya puestos, el periodista se lanza con "El nobel Richard Feynman también dijo que "la física es como el sexo: seguro que da alguna compensación práctica, pero no es por eso por lo que la hacemos". Les confieso que ésta me parece ligeramente más ingeniosa, seguramente porque halaga mi corazoncito de físico teórico. También cabe en Twitter, y sobran 29 caracteres. Pero... ya lo adivinan, ¿no? Eso es: ¡jamás fue dicha o escrita por Feynman! A pesar de que la llevo oyendo desde mis tiempos en la Facultad, nadie, jamás, ha sido capaz de aportar la referencia que demuestre que la frase es suya.
Richard Feynman fue un físico brillante y un ser humano creativo, inteligente e ingenioso. Igual que hicimos aquí una vez con Einstein, les ruego, ¡oh, espíritus de las redes sociales!, si me escuchan, les ruego: que lean sus libros, por favor, pero sobre todo... por lo que más quieran, ¡dejen de citarle! (Publicado originalmente en Scilogs el 18/11/2016). Varios artículos aclaran definitivamente el contexto de una frase de Wigner sobre la interpretación de la física cuántica.Uno de los clásicos en el discurso entre místico y oscurantista sobre la física cuántica (junto con el conspicuo felino tirolés, la boutade malentendida de Feynman y las alusiones por elevación a Einstein) es alegar que, según Wigner, la conciencia individual es un elemento fundamental en la física cuántica. La verdad es que la primera vez que alguien me espetó esto (creo que en algún comentario en este cuaderno de bitácora), pensé que sería sencillamente mentira, ya que parecía muy improbable que un gigante de la altura de Eugene Wigner dejara escrita una patochada que se desmiente en cualquier curso básico de física cuántica (aunque era extraño, ya que estas citas inventadas suelen atribuirse a Einstein, Borges y Churchill, y no a Wigner, que es menos conocido). Por supuesto, este tipo de razonamiento no es válido, ya que la calidad de un argumento no se mide por la identidad de su autor. En cualquier caso, es cierto que existe una frase escrita por Wigner que, si la despojamos completamente de contexto (es decir, la práctica habitual de las discusiones en la red), puede llevarnos a esa conclusión. Como explica muy bien el profesor retirado Raymond Mackintosh aquí, la frase aparece en un libro colectivo del año 1962. La traducción del título del libro al español es El científico especula, pero el subtítulo es más elocuente aún: "una antología de ideas a medio hacer" (partly-baked). Es decir, la idea del libro era reunir a grandes científicos de la época para que hablaran de ideas especulativas sin demasiada base: como dice el profesor Mackintosh, mirando la lista de contribuciones "es obvio que muchos de los autores se tomaron muy en serio el reto de producir algo digno del subtítulo del libro. Tal vez Wigner también". La contribución de Wigner fue "Observaciones sobre el problema mente-cuerpo", un texto que después apareció también en otros volúmenes. Es en este texto altamente especulativo en el que encontramos el siguiente brindis al sol: tras el nacimiento de la mecánica cuántica el concepto de conciencia habría cobrado relevancia científica, ya que "no era posible formular las leyes de la mecánica cuántica de forma completamente coherente sin referencia a la conciencia". Baste decir que esta frase concluye con una llamada que nos lleva a un comentario a pie de página en el que Wigner se apoya en un texto de Heisenberg de 1958. Sin embargo, el propio Heisenberg dejó claro en 1966, en el libro Physics and Philosophy que "la teoría cuántica no contiene elementos genuinamente subjetivos, no introduce la mente del físico como parte de lo que le sucede al átomo" (todas estas torpes traducciones son mías). Esto nos aporta otro elemento clave del contexto: en esta época, algunas cuestiones básicas de la física cuántica todavía eran objeto de discusión, hasta el punto de que los mejores podían refinar sus opiniones y cambiarlas (como buenos científicos) a medida que la discusión avanzaba. Seguir recurriendo a citas de aquella época para hablar de física cuántica en el año 2019 es completamente tramposo, ya que nuestra comprensión ha mejorado dramáticamente, entre otras cosas porque el progreso experimental ha sido espectacular, y ahora podemos realizar experimentos con un enorme grado de control de la materia al nivel de unos pocos cúbits y fotones, lo cual era impensable en aquellla época. Esto ha permitido asentar los cimientos de la teoría cuántica de una forma que ha dejado obsoletas muchas cosas que se decían en aquellos tiempos. A nadie se le ocurre hablar de la ley de la gravedad citando a autores anteriores a Newton. ¿O sí? Ya era sabido que Wigner abandonó la idea más adelante, y nunca la volvió a usar. Pero además, recientemente el Profesor Emérito Leslie Ballentine (autor de uno de los mejores libros de texto sobre mecánica cuántica) ha añadido más luz a la cuestión en un artículo en la revista Foundations of Physics titulado "A meeting with Wigner" ("Un encuentro con Wigner"). En él explica que el propio Wigner confirmó públicamente en una congreso en 1987 que no creía que la conciencia causara el colapso de la función de onda, respondiendo a una pregunta directa de Ballentine (quien dice que hizo la pregunta debido a que existía una "leyenda muy extendida" según la cual Wigner pensaba eso). Caso resuelto. (Publicado originalmente en SciLogs el 18/10/2019).
Un estudio reciente sugiere que los esfuerzos por desenmascarar la desinformación científica son completamente inútiles.Todos los estudiantes de Física que tuvimos la suerte de encontrar en la biblioteca los libros del gran Richard Feynman recordamos una cita del prefacio a sus "Feynman lectures on Physics": "el poder de la instrucción es rara vez de mucha eficacia, excepto en aquellas felices disposiciones en las que es casi superfluo" (traducción mía del original inglés). La frase era atribuida enigmáticamente por Feynman a un tal "Gibbons", pero en realidad pertenece a la monumental "Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano" del historiador inglés Edward Gibbon, cuando relata el interés de Marco Aurelio por mejorar la instrucción de su hijo Cómodo. Sirva como pequeña e irónica confirmación de la cita, el hecho de que hoy sea atribuida casi universalmente en Internet al propio Feynman. La frase vuelve ahora a mi cabeza en un contexto en el que pareciera que la desinformación científica alcanza a capas crecientes y supuestamente instruidas de la sociedad, hasta el punto de que hay individuos que se dejan morir por tratarse el cáncer con remedios (¡ay!) "naturales" o que dejan morir a sus hijos por no vacunarlos adecuadamente. ¿Es posible que la divulgación científica se abra paso entre las redes de la mentira y el fanatismo ideológico hasta alcanzar a esos sectores, que son los que más la necesitan? ¿O sólo alcanzará a aquellos para los que sería "casi superfluo"?
Recientemente, investigadores de diversas universidades de Italia y el Reino Unido han analizado una cuestión parecida, y las conclusiones se presentan en el artículo "Debunking in a world of tribes" (dejen que siga traduciendo:"Desenmascarando en un mundo de tribus"). En los últimos años estos investigadores y colaboradores han venido publicando una serie de artículos en los que caracterizan el comportamiento de dos grupos completamente distintos de usuarios de redes sociales: aquellos que visitan fuentes científicas y aquellos que han caído en las garras de la cámara de eco conspiranoica y falsa. Dentro de ese primer grupo, hay además un cierto grupo que se dedica en mayor o menor medida al fenómeno del "debunking" (desenmascaramiento). Los debunkers o desenmascaradores son héroes modernos que dedican parte de su tiempo a intentar demostrar con argumentos racionales y científicos por qué son falsas las tonterías que circulan por las redes. En este estudio en concreto los investigadores han medido (usando datos públicos de Facebook y técnicas estadísticas) el efecto que produce el desenmascaramiento entre los usuarios atrapados en la cámara de eco. Una de las cosas más útiles del artículo está en un anexo, donde encontramos un listado de 330 páginas de Facebook especializadas en la producción y propagación de basura: desde anti-transgénicos, anti-vacunas, anti-wifi, anti-medicina... hasta RT América, pasando por todo tipo de teorías de la conspiración y sitios empeñados en que la gente tiene que despertarse y abrazar no sé qué. Junto a ellos, hay también una lista de 83 sitios de buena ciencia y otros 66 dedicados directamente al desenmascaramiento. Los resultados son altamente descorazonadores. Por un lado, la exposición de los habitantes virtuales de la burbuja anticientífica al desenmascaramiento es mínima: muy pocos de ellos llegan a entrar en los sitios adecuados. Más aún: el efecto en aquellos que llegan a interaccionar con la información científica desmitificadora es irrelevante e incluso contraproducente. En promedio, parece haber incluso un refuerzo de la pertenencia a la comunidad de la superchería. Díganme entonces ustedes: ¿para qué sirve la divulgación científica? (Publicado originalmente en Scilogs el 08/04/2016). No, Einstein no dijo eso.Una de las cosas más saludables de la literatura científica son las referencias bibliográficas. En un artículo de física, uno no puede atribuirle una idea o un resultado a alguien sin incluir una referencia completamente no ambigua al lugar del que ha sacado la información: revista tal y cual, este volumen, aquel año. Fuera del ámbito científico, prácticamente nadie hace estas cosas. De hecho, en el cambalache cibernético en que vivimos, es habitual el fenómeno de la falsa atribución de citas y pensamientos. No por común me resulta menos insólita esta práctica: ¿cómo es posible que alguien diga, sin ruborizarse, "como decía Churchill..." o "ya opinaba Borges que.." sin molestarse en comprobar nunca si eso es verdad? No pasa sólo con Albert Einstein, pero es posible que el fenómeno alcance su extremo en su caso, quizá porque a todo el mundo le gusta sentir que repite algo dicho por él. Así, la mayoría de las cosas que se le atribuyen nunca fueron dichas por el bueno de Alberto, o nadie puede demostrarlo. Esto, por supuesto, habla bien de Einstein, teniendo en cuenta la cantidad de cursilerías, sandeces y simplezas que se le atribuyen. La más notable es seguramente ésta: todos hemos oído o leído alguna vez algo semejante a ¨como decía Einstein, todo es relativo". Pues no, Einstein no dijo eso, aunque sea el padre de la Teoría de la Relatividad y este año celebremos el centenario de la Relatividad General. Es más, sospecho que no le habría gustado demasiado esa frase. Lo primero que sería necesario puntualizar es que, naturalmente, la Teoría einsteniana de la Relatividad es una teoría física, por lo que no resulta prudente extrapolar sus conclusiones a otros ámbitos, como el político o el moral, que son en los que se suele invocar este tipo de razonamiento. Por tanto, en el mejor de los casos, tal vez podríamos decir que Einstein dijo que "todo es relativo... en la Física". Pero es que tampoco. La relatividad einsteniana tiene dos postulados esenciales, el primero de los cuales establece que las leyes de la Física no dependen del observador. Dicho de otra manera, todo lo importante en Física (como, por ejemplo, la ley de Newton que dice que la fuerza es igual a la masa por la aceleración) no es relativo. Para que esto sea así, es necesario que algunas cosas sean relativas. Por ejemplo, las medidas de distancias o velocidades. Esto es, por otro lado, relativamente evidente: el tren parecerá moverse más despacio con respecto a mí (y estará más cerca) si voy corriendo detrás de él. A esto se le suele llamar principio de relatividad, y ni siquiera lo inventó Einstein, sino el gran Galileo Galilei. Podemos decir pues, sin rubor, "la velocidad es relativa, como decía Galileo". Para Galileo, la manera en la que los distintos observadores relacionaban sus medidas era muy sencilla. Por ejemplo, supongamos que Marilyn Monroe ve pasar al tren Thomas a 20 kilómetros por hora y a Usain Bolt a 10 kilómetros por hora. No hay que ser Einstein (jejeje) para saber a qué velocidad dirá Bolt que se mueve Thomas: 20 menos 10 igual a 10, ¿no creen? La contribución de Einstein nace de la observación de que aunque las leyes de Newton cumplían con el requisito de no ser relativas cuando las cosas se transformaban a la Galileo, eso no ocurría con otras leyes fundamentales de la Física, en concreto las que rigen las ondas electromagnéticas (de las que hemos hablado hace poco): las llamadas leyes de Maxwell. Es decir, las leyes de Maxwell parecían ser distintas dependiendo de si las medía Marilyn, Thomas o Bolt.
Einstein estaba convencido de que esto no podía ocurrir. ¡Las leyes importantes de la Física no podían depender de quién haga las medidas! Y, guiado por esta convicción, terminó comprendiendo que la manera en que hemos deducido la velocidad de Thomas medida por Bolt dos párrafos más arriba (y que tan lógica y sensata nos pareció) no es la manera correcta de transformar las velocidades. Bueno, es una manera que funciona muy bien para todas las velocidades que consideramos en nuestra vida, como las de los trenes y los aviones, pero que empieza a funcionar bastante mal cuando las velocidades se van acercando a la velocidad más alta de la naturaleza: la velocidad de la luz, que se mueve a trescientos mil kilómetros por segundo, aproximadamente. El Profesor Einstein propuso la manera en que había que transformar las medidas de las velocidades para que Marilyn, Thomas, Bolt y cualquiera estuvieran de acuerdo en las leyes de Maxwell. Para ello, tuvo que darse cuenta también de una cosa (y aquí viene, a mi juicio, su mayor genialidad y la manera en la que transformó para siempre nuestras vidas): ¡el tiempo que marcan los relojes de Thomas, Marilyn y Bolt no es el mismo! De nuevo, es prácticamente el mismo: a esas velocidades, las diferencias son imperceptibles. En cambio, si consideramos a The Flash en lugar de a Bolt (creo recordar que mi hijo me explicó que normalmente se mueve a velocidades cercanas a la de la luz), esas diferencias en la medida del tiempo se vuelven apreciables, como ya hemos contado aquí. Esta manera revolucionaria de pensar fue confirmada por los experimentos, y hoy en día permite por ejemplo que nuestros teléfonos sean capaces de determinar nuestra posición de manera asombrosa. Así que, por favor, si quieren citar bien a Einstein y ser las estrellas de la próxima cena de Navidad, dejen caer, de pasada: "... porque, como decía el bueno de Einstein, el tiempo también es relativo". Y pidan otro vino, como si nada. (Publicado originalmente en SciLogs el 06/11/2015). |
AutorCarlos Sabín. Investigador Ramón y Cajal en el Departamento de Física Teórica de la Universidad Autónoma de Madrid. Desde 2015 hasta 2022 escribí el blog "Cuantos Completos" en la plataforma SciLogs de la revista "Investigación y Ciencia". Autor de "Verdades y mentiras de la física cuántica" amzn.to/3b4z1MO y "Física cuántica y relativista: más allá de nuestros sentidos" http://shorturl.at/bdLN0 Archivos
February 2024
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