Qué va, el misterio no es siempre superior a la solución del misterio.Este sábado 16 de septiembre de 2023 Antonio Muñoz Molina dedicaba su tribuna semanal en “El país” a una atinada defensa de la ciencia y el método científico, “De los ceniceros a la taroterapia”, escrita con su precisión habitual. Sería bueno tal vez que este periódico aplicara las ideas ahí expuestas al suplemento cultural “Babelia”, que justo el sábado anterior nos había infligido una página titulada “El mundo elusivo de las partículas”, escrita por Juan Arnau, con la excusa de una reseña sobre tres libros de física cuántica. Al tal Arnau ya lo hemos mencionado otras veces aquí. Es un filósofo autopercibido como experto en filosofías y lenguas orientales, y suele tener a bien usar el Babelia para sus diatribas contra el racionalismo, el método científico, la Ilustración y otros incordios, ya que él es más bien del misticismo, el misterio y tal. Como suele meter la palabreja “cuántica” en sus divagaciones, a partir de la extraña idea que tiene él de la física cuántica, no me sorprende que se sienta cualificado para reseñar tres libros, tres, sobre el asunto. Más raro es que nadie en el suplemento opine lo contrario. Como era de esperar, arranca con la “falacia racionalista” y en camino siempre ascendente no se sonroja al escribir “delirio ilustrado” (este sintagma se le viene a la cabeza ante la descabellada idea de que las leyes de la física sean las mismas en todas partes), enuncia un inexistente teorema de interconexión de Bell según el cual "todo está conectado con todo” (¿no será el teorema de Coelho?), reincide en las habituales metáforas falsas sobre el entrelazamiento cuántico: “las partículas no pueden, no saben, [¡?] llevar una existencia independiente. Si algún día estuvieron en contacto, la memoria de ese encuentro se conserva.” (si se refiere a unos cuantos microsegundos en condiciones especiales de laboratorio, puede que tenga razón), todo ello para hacer espacio a sus astracanadas (“Los fenómenos, como los dioses, son locales, pero la totalidad no lo es.”) y el estrambote final (“La percepción es la luz del mundo. Ella tiene luz propia. Lo demás, los objetos y los sujetos, luz reflejada”) basado en la idea completamente falsa de que el colapso de la función de onda está “suscitado por la percepción de un cuerpo vivo”. Pero lo más revelador no es nada de esto, sino este momento en que no sabemos si estamos leyendo un periódico serio o un meme de Twitter: “Borges lo advirtió: la solución al misterio es siempre inferior al misterio”. Lo que sí nos advirtió Eco es que no confundiéramos al autor de una novela con sus personajes, y aún se lo explicó mejor el inolvidable Fernán Gómez a Pablo Carbonell: Y es que la frase no es de Borges, sino que es una cosa que se le pasa por la cabeza a uno de los personajes del cuento "Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto”, incluido en “El Aleph”. Aunque aquí más bien el problema sea citar de oídas, o de leídas por WhatsApp. Si el profesor Arnau hubiera leído de verdad esta historia, se daría cuenta de que difícilmente la puede citar como ayuda a la tesis que intenta exponer, sino más bien todo lo contrario. El cuento nos presenta a dos personajes: Dunraven es una especie de poeta que no escribe, o dicho mucho mejor por Borges "se sabía autor de una considerable epopeya que sus contemporáneos casi no podrían escandir y cuyo tema no le había sido aún revelado”, mientras que Unwin es un matemático más solvente que “había publicado un estudio sobre el teorema que Fermat no escribió al margen de una página de Diofanto”. Una noche en Cornwall, Dunraven cuenta con fascinación una supuesta historia en la que un fantasma habría cometido un asesinato en un laberinto. El asunto es para él completamente inexplicable. Unwin lo escucha con un creciente escepticismo y cansancio, y al terminar le dice inmediatamente que la cosa no es que sea inexplicable, sino que es mentira. La explicación de lo realmente sucedido tarda un poco más en llegar, pero Unwin la acaba encontrando igualmente y es entonces cuando:
"Dunraven, versado en obras policiales, pensó que la solución del misterio siempre es inferior al misterio. El misterio participa de lo sobrenatural y aun de lo divino; la solución, del juego de manos. Dijo, para aplazar lo inevitable:[...]” Lo inevitable es la solución del misterio que Dunraven comprende que Unwin ha encontrado. Así que Dunraven prefiere la mentira de una leyenda en la que ha creído mucho tiempo a la realidad, en la que no hay nada sobrenatural ni divino. Hay mucha gente así. Pero si la descripción de los personajes que he puesto más arriba aún dejara alguna duda sobre “de qué lado está” Borges, veamos como se ríe de la oratoria vacua de Dunraven mientras narra su historia: “Los períodos finales, agravados de pausas oratorias, querían ser elocuentes; Unwin adivinó que Dunraven los había emitido muchas veces, con idéntico aplomo y con idéntica ineficacia. Preguntó, para simular interés:[...]” Así que no, no parece que Borges creyera de verdad que el misterio es siempre superior a su solución. Citar sin ton ni son suele delatar al palabrero o al charlatán que necesita vestir sus propias ocurrencias de medio pelo atribuyéndoselas a la autoridad de otro. Si la cita es de Einstein, Borges o Churchill, la alarma salta inmediatamente: las redes sociales nos surten de un repertorio infinito de bobadas falsa o incorrectamente atribuidas a ellos, de manera que uno siempre podrá encontrar alguna que haga juego con sus prejuicios. Uno es perfectamente libre de creer en la superioridad de, digamos, Iker Jiménez (el misterio) sobre Sherlock Holmes (la solución), pero endosarle semejante cosa al pobre Borges está feo.
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¿Existe una realidad objetiva?Se quejaba Umberto Eco (en su artículo Mentir y fingir, que se puede encontrar dentro de la recopilación De la estupidez a la locura, Editorial Lumen, página 382), de la incapacidad de algunas personas para entender correctamente una novela: "Recuerdo que en mi novela El péndulo de Foucault el personaje de Diotallevi, para burlarse del amigo Belbo que usa obsesivamente el ordenador le dice en la página 37: "La Máquina existe, sí, pero no se inventó en tu valle de la silicona". Un colega que enseña asignaturas científicas observó con sarcasmo que Silicon Valley se traduce como Valle del Silicio. Le contesté que sabía perfectamente que los ordenadores se hacen con silicio (en inglés silicon), tanto es así que si miraba en la página 231 leería que, cuando el señor Garamond le dice a Belbo que incluya en la Historia de los metales también el ordenador porque está hecho con silicio, Belbo le contesta: "Pero el silicio no es un metal, sino un metaloide". También le dije que en la página 37, ante todo, no hablaba yo sino Diotallevi, que tenía su buen derecho a no saber ni ciencias ni inglés, y que, en segundo lugar, estaba claro que Diotallevi se estaba burlando de las malas traducciones del inglés, como uno que habla de un hot dog como de un perro en celo. Mi colega (que desconfiaba de los humanistas) sonrió con escepticismo, considerando que mi explicación era una pobre escapatoria. Ahí tienen el caso de un lector que, aun instruido, no sabía leer una novela como un conjunto, vinculando sus diferentes partes; también era impermeable a la ironía y, por último, no distinguía entre las opiniones del autor y las opiniones de los personajes. A un no humanista de este tipo el concepto de "fingir" le resultaba desconocido." Me acuerdo de esto mientras hojeo un reciente libro de divulgación sobre física cuántica, escrito por un "colega que enseña asignaturas científicas". El autor intenta poner de pie una interpretación según la cual la física cuántica demostraría que no existe la realidad objetiva. A mí esta opinión me resulta sorprendente, ya que la realidad objetiva es el único lugar que conozco donde se pueden cobrar derechos de autor (si me permiten parafrasear a Woody Allen). Pero más sorprendente aún es llegar a la página 42 y encontrarse con un subcapítulo titulado "La realidad según Orwell", y ver cómo el autor le atribuye al pobre George Orwell la siguiente opinión: "La realidad existe en la mente humana y en ningún otro sitio. No en la mente individual, que puede cometer errores, y que, en todo caso, perece pronto. Sólo la mente del Partido, que es colectiva e inmortal, puede captar la realidad. Lo que el Partido sostiene que es verdad, es efectivamente verdad. Es imposible ver la realidad sino a través de los ojos del Partido." Esto, naturalmente, está extraído de la monumental novela 1984 (Ediciones Destino, página 263). Pero no es una opinión de Orwell, sino del "malo" de la novela, es decir, el personaje de O'Brien, empeñado en demostrarle a Winston que dos y dos suman cinco. De hecho, no sólo no debemos atribuirle esa opinión a Orwell, sino que es evidente que su opinión era exactamente la contraria: la novela (como él mismo aclaró varias veces en prólogos a distintas ediciones) y prácticamente toda su obra narrativa, periodística y ensayística (por no decir su vida) está dedicada a combatir esa manera de pensar y, por tanto, a defender la existencia de una verdad objetiva, frente al totalitarismo de los O'Brien de su tiempo. No hay duda de que a Orwell le caía mejor Winston. Y a mí, ¿qué quieren que les diga? también:
"No puedo evitarlo —balbuceó Winston— ¿Cómo puedo evitar ver lo que tengo ante los ojos si no los cierro? Dos y dos son cuatro." (Publicado originalmente en SciLogs el 19/07/2017). Un grupo de investigadores italianos presenta herramientas capaces de detectar automáticamente una noticia falsa con una probabilidad del 91 %.Según el último informe del Instituto Reuters, el 51 % de los ciudadanos estadounidenses tiene ya como principal fuente de noticias a las redes sociales, incluyendo aplicaciones de mensajería como Whatsapp. En España (¡siempre en vanguardia!), el porcentaje llega al 58 %. De entre ellos, más de la mitad son incapaces de decir correctamente en qué medio leen en realidad las noticias: es decir, recuerdan haber leído la noticia "en Facebook" o "en Twitter", pero no saben decir de dónde ha salido la noticia. Conocer el medio y el autor es sin duda una información fundamental para poder juzgar críticamente el contenido, y también para hacer responsable a alguien de sus posibles inexactitudes. Facebook y Twitter no son responsables de nada. Así, se habrán fijado que últimamente es muy difícil discutir realmente sobre nada, ya que primero hay que dedicar un tiempo y un esfuerzo agotador a determinar cuáles son los datos y hechos (reales o inventados) que manejan los interlocutores. Muchas veces es tan difícil establecer un suelo fáctico común que, o bien la conversación acaba en sangre dialéctica, o bien nos refugiamos en el perezoso relativismo en el que todo es cuestión de opiniones y todas ellas son respetables. Los aspirantes a tiranos, claro, se frotan las manos: el viejo periodismo, el que ponía hombres sobre el terreno para desenmascarar sus mentiras y tonterías (el que se ve en "The Post", narrada con la brillantez habitual por el incurablemente optimista Spielberg) muere sepultado bajo un alud de chascarrillos, memes, zascas y cantos de pájaro. Las noticias falsas y el clima de posverdad son ya percibidos por la Unión Europea y otros gobiernos como las principales amenazas para el funcionamiento de la democracia, para la idea misma de la democracia (ya que sin información fáctica no manipulada, "toda libertad de opinión se convierte en una broma cruel", por citar otra vez a Hannah Arendt (Verdad y mentira en la política, Ed. Página Indómita 2017). ¿Qué hacer? Resistiendo la tentación de ser "apocalíptico" o "integrado", ya saben que en este blog nos gusta el "cauto dirigismo cultural" que proponía Eco. Es decir, que es necesario entender los mecanismos de la desinformación organizada, para poder buscar las mejores maneras de corregirlos y reformarlos. Como hemos venido contando aquí, a esto precisamente es a lo que lleva años dedicándose un grupo multidisciplinar de físicos, matemáticos e informáticos italianos. Su último trabajo acaba de aparecer en el arXiv: "Polarization and fake news: early warning of potential misinformation targets", de Michela del Vicario, Walter Quattrociocchi, Antonio Scala y Fabiana Zollo, de las Universidades de Venecia, Roma y el Instituto IMT de Estudios Avanzados de Lucca. En él se desarrollan herramientas para la prevención y detección de noticias falsas, en concreto en Facebook (aunque las técnicas son también aplicables a otras plataformas). Es bien sabido que los procesos de verificación ("fact-checking") y desenmascaramiento ("debunking") no sólo son lentos y costosos, sino que pueden ser contraproducentes, ya que en un clima altamente polarizado pueden irónicamente contribuir a reforzar la fe en un prejuicio equivocado. Sería estupendo que los programas de aprendizaje automático ("machine learning") fueran capaces de detectar las noticias falsas a partir de datos "estructurales" del mensaje en sí mismo, por ejemplo, número de "me gusta" y comentarios, velocidad de propagación etc. Sin embargo, eso no es posible: trabajos anteriores (incluido alguno de este grupo de investigadores) han mostrado que la información falsa tiene características estructurales muy parecidas a las de la información verdadera. Por tanto, es preciso también extraer información sobre el contenido del mensaje: existen herramientas que pueden extraer automáticamente datos sobre el contenido "semántico" de un mensaje (número de palabras, de letras mayúsculas etc.) y sobre el "sentimiento" del mensaje (si expresa una opinión positiva sobre un tema o negativa). En este trabajo, los investigadores usaron estas herramientas con un conjunto de varios cientos de miles de mensajes extraídos del Facebook en italiano durante los meses de julio a diciembre de 2016, tanto de sitios oficiales de noticias como de sitios de información (¡ay!) "alternativa". Los objetivos eran dos: a) detectar "temas" (lugares, nombres, instituciones etc.) muy susceptibles de aparecer en "fake news". Esto serviría para poder emitir avisos sobre determinados temas, que deberían ser tratados con especial cautela por el ciudadano. b) detectar directamente una noticia falsa. En a), la herramienta mencionada extrae los temas y les asigna una puntuación (desde -1 si el sentimiento es negativo hasta 1 si el sentimiento es positivo). A partir de esas puntuaciones, los investigadores definen ciertas características que se pueden calcular matemáticamente: por ejemplo, la "distancia de presentación", esto es, la diferencia entre la nota más positiva y la más negativa de entre todas las notas de sentimiento obtenidas por los mensajes en los que aparece un tema determinado. A partir de estas cantidades, los algoritmos de aprendizaje automático intentan clasificar los temas entre temas "fake" y temas "no fake". El resultado es que los mejores algoritmos son capaces de acertar en torno al 80 % de las veces. Este resultado es posible gracias a la introducción de las características semánticas y de sentimiento: en concreto, los investigadores muestran que la cantidad más útil es precisamente la distancia de presentación. Cuanto más pequeña es esa cantidad (es decir, más parecida es la respuesta de los usuarios a un determinado contenido), más alta es la probabilidad de que estemos ante un tema que tiene mucha probabilidad de ser parte de noticias falsas. (Pensemos que una distancia de presentación muy pequeña es característica de una cámara de eco, en la que todo el mundo piensa igual sobre los mismos temas). En b), se usa, por un lado, toda la información que se usó para a), pero esta vez calculada sobre las noticias en sí mismas (no sobre los temas), y por otro lado la propia información obtenida en a) (es decir, si el mensaje contiene, digamos, cuatro temas, se incluye el dato de que, digamos, tres de ellos, han sido clasificados como temas "fake"). Con toda esta información, se le pide ahora al programa que clasifique los mensajes como noticias falsas o verdaderas. Con el mejor algoritmo, e incluyendo toda la información, el porcentaje de acierto llega a ser tan alto como un 91 %. El resultado es esperanzador, y abre el camino de una detección rápida y sistemática de la desinformación maliciosa. (Publicado originalmente en SciLogs el 14/02/2018).
Enseñanzas del clásico de Umberto Eco para el tiempo presente. En 1964, el gran Umberto Eco publicó su célebre colección de ensayos Apocalípticos e integrados, en la que describió las dos actitudes más comunes de los académicos e intelectuales frente a la llamada "cultura de masas" (que entonces venía representada por la televisión, la música grabada, la literatura comercial y los tebeos de Superman, entre otros). Por un lado, los "vendedores del Apocalipsis" rechazarían de plano y por sistema cualquier fenómeno que entrara dentro de esa categoría. Por otro, los integrados lo celebrarían y saludarían como algo siempre positivo. Eco criticaba a los dos grupos: a los apocalípticos por su concepción "aristocrática" de la cultura, que condenaba cualquier avance tecnológico o cambio social que condujera a una mayor difusión de la cultura y el conocimiento; a los integrados por su aceptación acrítica y sin filtros de los defectos y problemas que esos cambios y avances generan. Aunque aparentemente contrarias, las dos actitudes conducirían al mismo resultado práctico (¿les suena?): pasividad intelectual que imposibilitaría cualquier intento de reforma y mejora. Frente a estos dos polos, la tarea del verdadero intelectual -nos enseñó Eco- consiste en analizar en profundidad y con rigor los mecanismos de la cultura de masas, con objeto de entenderlos para rescatar y aprovechar sus partes positivas, pero también para encontrar vías de reforma y mejora de las partes negativas (un "cauto dirigismo cultural"). Han pasado más de cincuenta años y las llamadas "nuevas tecnologías" han transformado la faz de la cultura de masas, hoy crecientemente canalizada a través de Internet y las redes sociales. Lo que fue saludado jubilosamente en un principio con práctica unanimidad por su enorme potencial en la democratización de la cultura y el conocimiento, no ha tardado en mostrar también sus enormes problemas. La erosión de la calidad de la información es quizá el más importante de ellos, hasta el punto de que hoy hablamos abiertamente de la era de la "posverdad". En este contexto, no es difícil reconocer a nuevos apocalípticos, que demonizan los avances tecnológicos y las nuevas formas de comunicación, y a nuevos integrados, que las celebran sin reflexión crítica y responsable. Urge, por tanto, recordar a Eco: intentar entender los nuevos aspectos de la cultura, para aprovecharnos de las nuevas posibilidades y proponer cómo mejorarla. Esto requiere de nuevos mecanismos, más complejos y sofisticados que en los años 60, y que ya no atañen sólo a las ciencias sociales, sino también a las matemáticas, la física estadística, la informática y la inteligencia artificial, como hemos visto aquí. Eco nos dejó en 2016, pero propongo que los demás nos dediquemos a esta tarea. De lo contrario, caeremos en la pasividad de los apocalípticos o de los integrados, y dejaremos el camino de la reforma libre sólo para aquellos que hoy dirigen la nueva cultura de masas: entre ellos, algunas de las empresas más poderosas del planeta.
(Publicado originalmente en SciLogs el 30/12/2016). |
AutorCarlos Sabín. Investigador Ramón y Cajal en el Departamento de Física Teórica de la Universidad Autónoma de Madrid. Desde 2015 hasta 2022 escribí el blog "Cuantos Completos" en la plataforma SciLogs de la revista "Investigación y Ciencia". Autor de "Verdades y mentiras de la física cuántica" amzn.to/3b4z1MO y "Física cuántica y relativista: más allá de nuestros sentidos" http://shorturl.at/bdLN0 Archivos
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