Carlo Rovelli y su “interpretación” de la física cuántica. (Reseña del libro "Helgoland", editada y publicada originalmente en Investigación y Ciencia, octubre de 2022).Carlo Rovelli es profesor de física en el Centro de Física Teórica de la Universidad de Aix-Marsella (Francia) y uno de los mayores expertos mundiales en “gravedad cuántica de lazos”, una de las alternativas más populares a la teoría de cuerdas como teoría cuántica de la gravedad. También es un conocido escritor y divulgador científico. En 1996 publicó el artículo científico “Relational quantum mechanics”, con el que entró en los siempre atractivos pero pantanosos terrenos de eso que se ha dado en llamar “interpretaciones de la mecánica cuántica”. Ése es el tema central de “Helgoland”, que aparece ahora en castellano (Anagrama).
No está muy claro por qué la mecánica cuántica debería ser “interpretada”, y no las leyes de Newton de la mecánica o los principios de la termodinámica. Sin embargo, Rovelli se adhiere aquí, con los argumentos habituales (la tristemente célebre boutade de Feynman, el debate Bohr-Einstein que erróneamente muchos creen todavía abierto etc.) a esa corriente según la cual los físicos no entendemos la física cuántica… para inmediatamente demostrarnos lo bien que la entiende él. De la misma forma que en otros libros la clave para descifrarla serían los “muchos mundos” o la teoría de Bohm (enfoques certeramente criticados por Rovelli en este libro), aquí la piedra Rosetta que debería hacernos caer definitivamente del caballo sería la comprensión del carácter “relacional” de la naturaleza. Los experimentos basados en la violación de las desigualdades de Bell han mostrado definitivamente que los sistemas regidos por la física cuántica no tienen propiedades bien definidas si no se realiza una medición. En palabras de Niels Bohr, confirmadas después por los experimentos: “la descripción no ambigua de un fenómeno cuántico requiere, en principio, incluir la descripción de todos los aspectos relevantes del dispositivo experimental” (página 132). Esta es probablemente la característica fundamental de la física cuántica. Si la ponemos en lenguaje “relacional”, podemos decir que las propiedades de los sistemas cuánticos siempre están definidas con respecto a algo (el aparato de medida. Evitemos en la medida de lo posible la confusa terminología de “observador” y similares, aunque no lo haga Rovelli). Pero si, como reconoce el autor, la idea relacional ya estaba en los escritos de Bohr y otros padres fundadores de la física cuántica ¿por qué necesitamos una nueva interpretación? Según Rovelli, el elemento nuevo sería que ahora sabemos que “toda la naturaleza es cuántica y no existe nada especial en un laboratorio de física con un aparato de medición” (página 133). Pero éste es precisamente el punto más débil de su discurso. El mismo Rovelli, sin darse cuenta, nos explica por qué, cuándo más adelante hace una muy acertada y oportuna crítica del uso de la física cuántica para justificar pseudociencias, pseudoterapias y misticismos varios: “el mundo es lo bastante complejo para dar cuenta de la magia de la música de Bach, de las buenas vibraciones y de nuestra profunda vida espiritual sin necesidad alguna de recurrir a rarezas cuánticas” (página 150). Tiene toda la razón, pero ¿no habíamos quedado en que toda la naturaleza es cuántica? ¿No decíamos (en la página 97) que “los dispositivos que efectúan las mediciones, los científicos que los leen, los cuadernos en los que toman notas, los mensajes en los que escriben los resultados de la medición, también son todos ellos objetos cuánticos”? No, no lo son. En la página 94, Rovelli nos cuenta que su amigo Lee (seguramente Lee Smolin) le dijo que tras estudiar por primera vez el entrelazamiento se había pasado horas tumbado “pensando que cada átomo de su cuerpo había interactuado en un pasado lejano con muchos átomos del universo. Así pues, cada átomo de su cuerpo tenía que estar conectado con miles de millones de otros átomos esparcidos por la galaxia… Se sentía mezclado con el cosmos.”. Rovelli da por bueno este comentario, cuando en realidad merece pertenecer al “increíble desfile de tonterías” (página 149) de los misticismos cuánticos. La superposición cuántica, en la que se basa el entrelazamiento cuántico, es muy difícil de generar y de mantener, y desaparece rápidamente en contacto con el ambiente. Ninguno de los átomos del cuerpo del amigo Lee está ya entrelazado, ni guarda ya ninguna relación, con nada fuera de su cuerpo. Este tipo de error se repite a lo largo de toda la parte central del libro. Por más vueltas que le demos al tristemente célebre gato de Schrödinger (convertido aquí en gato de Rovelli, ya que solo estaría en un estado de superposición entre dormido y despierto: “no me gusta bromear con la muerte de un gato”, página 58), no basta con encerrar al gato en una caja y meter en ella un elemento radiactivo para poder crear una superposición cuántica con el gato. La superposición requeriría de unas condiciones de laboratorio (temperatura, por ejemplo) incompatibles con la existencia del gato. Schrödinger introdujo este ejemplo mental para mostrarnos el ridículo de extender las superposiciones cuánticas a objetos macroscópicos de la vida diaria… justo el grave error de este libro. Es en el intento de mostrarnos cómo la interpretación relacional afectaría a nuestra visión macroscópica del mundo cuando el libro naufraga más dramáticamente. En la página 99 se identifica erróneamente cualquier correlación, como la que aparece entre la medida de un termómetro y la temperatura exterior, con el entrelazamiento. Pero esto es falso: el entrelazamiento cuántico es un tipo especial de correlación (muy costosa de generar y mantener en un sistema cuántico), que va más allá de las llamadas correlaciones “clásicas”, como la del termómetro. Este hilo de razonamiento le lleva directamente al disparate (página 100): si miro una mariposa y veo el color de sus alas, estoy en un estado entrelazado con la mariposa y “no es imposible que se den sutiles fenómenos de interferencia con la configuración donde la mariposa era de otro color…”. No. Es ciertamente imposible porque no hay ninguna superposición cuántica, ningún entrelazamiento cuántico, ninguna interferencia… solo correlaciones clásicas. Obviamente, Rovelli no ignora (porque menciona la decoherencia cuántica) que los objetos de la física clásica no están en superposiciones cuánticas en nuestra vida diaria. Sin embargo, parece creer que los efectos cuánticos siguen ahí, aunque sean muy difíciles (en realidad, imposibles) de medir. Por un lado, no es cierto: por ejemplo, el entrelazamiento cuántico sencillamente desaparece (se hace 0, no muy pequeño) por debajo de un cierto valor umbral de superposición. Por otro lado, es obvio que este tipo de razonamiento contradice las ideas centrales de la interpretación relacional: ¿qué sería esta especie de esencia que no es relativa a nada, ni se relaciona con nada, ya que no se puede medir? ¿Todo es relacional salvo el hecho indiscutible e inverificable de que todo es cuántico? En la página 129, Rovelli refiere una conversación con el filósofo David Albert, quien le pregunta: “Carlo, ¿cómo puedes pensar que experimentos hechos con trozos de metal y vidrio en el laboratorio puedan tener tanto peso como para cuestionar nuestras convicciones metafísicas más profundas acerca de cómo es el mundo?” Rovelli contesta “¿y cuáles son “nuestras convicciones metafísicas más profundas” sino también estas, solo algo que nos hemos acostumbrado a creer verdadero, precisamente manipulando piedras y trozos de madera?” No es mala contestación, pero elude el punto principal, que yo plantearía así: “Carlo, ¿por qué los experimentos con objetos que siguen leyes cuánticas deberían afectar a nuestra comprensión de objetos que no siguen esas leyes?”. La intención, fundamental en este libro, de que saquemos todo tipo de conclusiones filosóficas a partir de la interpretación relacional de la física cuántica fracasa si no contestamos a esta pregunta. Carlo Rovelli es, por supuesto, un buen escritor y una persona culta, dos características que le distinguen de la mayoría de sus colegas. Disfrutamos con sus referencias a Robert Musil, Luigi Pirandello, Shakespeare y tantos otros como van apareciendo, de manera no forzada, en este libro, como en todos los suyos. Le perdonamos sus divagaciones sobre el revolucionario soviético Aleksandr Bogdánov y el antiguo filósofo indio Nāgārjuna. Nos gusta imaginárnoslo tomando té en Ontario, mientras acaricia a su gato y fuera cae la nieve. Pero aquí, entre la niebla de Helgoland, se desvía “de su camino un cuarto de legua para correr en pos de una agudeza”, como diría Montaigne (“Los ensayos. Libro I”. Traducción de J. Bayod Brau. Acantilado). Tal vez la física cuántica no necesitaba de tanta interpretación, y sí de una mejor explicación, una que evite la confusión con la física clásica.
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Ontología y dinámica de tres variaciones exóticas de la teoría cuántica. (Reseña del libro "Philosophy of physics: quantum theory" de Tim Maudlin, editada y publicada originalmente en Investigación y Ciencia, noviembre de 2019).Recientemente, el profesor Carlo Rovelli, del Centro de Física Teórica de la Universidad Aix-Marseille (Francia) ha publicado un interesante artículo titulado "Physics Needs Philosophy. Philosophy needs Physics” en la revista Foundations of Physics. Para la mayoría de los físicos, la segunda parte de la frase del título (“la filosofía necesita a la física”) no necesita mayor aclaración, pero muchos de ellos estarían en total desacuerdo con la primera parte (“la física necesita a la filosofía”). El latiguillo “eso es filosofía” funciona casi como un insulto en esos foros. Otros pocos físicos decimos con la boca pequeña que nos gusta la filosofía, pero en realidad tampoco sabemos muy bien qué queremos decir con eso, más allá de nuestro gusto por las charlas desenfadadas de cafetería (es decir, aquellas en las que no escribimos ecuaciones en los manteles). Nuestro desconocimiento de los usos y prácticas de la filosofía profesional es tal que estoy seguro que muchos colegas no me creerían si les digo que este “Philosophy of Physics: Quantum Theory” está lleno de fórmulas. No sólo eso: tiene ejercicios al final de cada tema y una maravillosa nota al pie en la página 71, en la que se invita al lector a hacer los cálculos, ya que así alcanzará un “sentido de éxito y comprensión que no puede conseguirse de otra manera” (“contar” decía Josep Pla en “Viaje en autobús” “es comprender”, y se refería a contar números, no cuentos).
Y sin embargo, si hacemos caso a Rovelli, los físicos modernos deberíamos interesarnos más por la filosofía, como hacían nuestros predecesores, ya que, lo sepamos o no, es una mala digestión de las ideas de Popper y Kuhn lo que ha hecho que la física fundamental se atasque en las últimas décadas. De ahí el enorme interés con que he leído este libro de Tim Maudlin. Desafortunadamente, con la física cuántica siempre pasan cosas insólitas. Por ejemplo, uno esperaría que un libro que lleva por título “Filosofía de la física: teoría cuántica”, se dedique efectivamente a hacer filosofía de la física cuántica. Sin embargo, pronto se nos aclara que no será así: aquello que entendemos por física cuántica la inmensa mayoría de los que nos dedicamos a ella no es una teoría, según Maudlin, sino una “receta”, ya que no posee una ontología (una idea sobre “lo que es”) ni una dinámica (“lo que hace”). Naturalmente, Maudlin está equivocado y por eso el libro nace herido de muerte. La teoría cuántica convencional tiene una ontología muy clara, con una característica novedosa: las propiedades de los sistemas físicos que describe no están completamente definidas, sino que están definidas por probabilidades. El autor tiene razón al criticar que los físicos nos refiramos a esto en términos de “realismo” (decimos que la física cuántica no es “realista), lo cual es completamente erróneo desde el punto de vista filosófico. Sin embargo, que nuestra ignorancia nos lleve a usar mal la etiqueta no invalida el hecho en sí; analizar sus consecuencias ontológicas sería realmente útil e interesante, pero Maudlin ha decidido que no merece la pena. En cuanto a que la teoría cuántica no tiene una dinámica definida, ¿qué otra cosa será si no la ecuación de Schrödinger? Si no es de física cuántica tal y como la conocemos, ¿de qué habla entonces este libro? Pues bien, de tres tipos de modificaciones o variantes de la teoría, más o menos exóticas y marginales: la teoría GRW (Ghirardi-Rimini-Weber) sobre el colapso de la función de onda, la mecánica bohmiana y la llamada teoría de muchos mundos. Estas variantes satisfacen al profesor Maudlin por su ontología y su dinámica, pero me da la impresión de que se ha olvidado, no ya de Popper, sino de Cole Porter (“Experimenta/ que sea tu lema día y noche/ Experimenta/ y llegarás a la luz”). ¿Qué dicen los experimentos? Las teorías del tipo GRW explican el llamado colapso de la función de onda mediante una ligera modificación de la teoría cuántica usual, que haría que el colapso fuera un proceso físico real que ocurriría espontáneamente. Esta pequeña corrección haría altamente improbable que la función de onda de una partícula elemental colapsara de manera espontánea, salvo que interaccionara con un objeto compuesto de muchísimas partículas (como un aparato de medida), en el que el colapso sería mucho más probable. Esto, de alguna manera, “explicaría” el colapso de la función de onda cuando se realiza una medida. La corrección a la mecánica cuántica usual es tan pequeña que no produciría ninguna modificación en los experimentos habituales, pero se pueden diseñar experimentos especiales para detectar minúsculos efectos observables. A esa tarea se han dedicado varios grupos experimentales desde hace unos cuantos años, hasta el momento sin ningún éxito. En el caso de que finalmente algún experimento dé un resultado positivo, la teoría cuántica usual incorporaría muy fácilmente esta pequeña variación, que no cambiaría ninguna de sus características básicas (incluida la característica ontológica mencionada más arriba) pero arrojaría más luz sobre el proceso de medida. El caso de la mecánica bohmiana es distinto: en esta teoría la posición está siempre bien definida (es, por tanto, una teoría de las llamadas de “variables ocultas”), por lo que, de ser cierta, implicaría un cambio dramático en los principios básicos de la física cuántica. Los experimentos basados en desigualdades de Bell han descartado consistentemente las teorías de variables ocultas “locales”, es decir, aquellas en las que la información no puede viajar a velocidades más altas que la de la luz. De manera que, para poder explicar los experimentos, las teorías de variables ocultas deben permitir que la información viaje a velocidades “superlumínicas”, algo que va en contra de lo que observamos en la naturaleza y que impediría que pudiéramos mezclar estas teorías con la relatividad para producir un equivalente a la exitosa teoría cuántica de campos. Conviene aquí hacer una aclaración, ya que es un error grave de Maudlin y de la pequeña comunidad de físicos bohmianos: aunque a veces se diga que el entrelazamiento cuántico y, por extensión, la mecánica cuántica, es no-local, en realidad, en mecánica cuántica no hay transmisión de información instantánea o “superlumínica” y, por tanto, la mecánica cuántica es local en el sentido que estamos manejando aquí. Esta confusión terminológica hace que Maudlin y otros sigan creyendo que es posible defender una teoría de variables ocultas, como la de Bohm o cualquier otra, y mantener al mismo tiempo un acuerdo razonable con los experimentos. Pero están equivocados. Finalmente, la teoría de muchos mundos, con sus múltiples universos es, por definición, imposible de verificar experimentalmente, ya que solo tenemos acceso a nuestro universo. Por tanto, no es más que una interpretación exótica de la teoría usual. Así que, en resumen, tenemos un modelo que no está pudiendo ser confirmado por los experimentos, otro que ha sido explícitamente rechazado por ellos y otro más que nunca podrá ser puesto a prueba experimentalmente. Y a esto, una vez más, le hemos dedicado un libro entero. Nuestra para muchos odiosa pero tozuda y longeva teoría cuántica, con su chaleco a prueba de experimentos, imaginamos que tendrá que seguir esperando mejor ocasión. Carlo Rovelli contra la pseudocuántica.Ya pueden encontrar en el número de octubre 2022 de Investigación y Ciencia mi reseña del libro "Helgoland" de Carlo Rovelli. Ahí podrán ver mi opinión general sobre las ideas expuestas en este libro, pero hay un fragmento (páginas 149-150 en la edición de Anagrama) que me gustaría compartir especialmente con ustedes, sobre todo con ese sector de mis lectores y comentaristas que se muestra tan preocupado por mi, a su juicio, excesiva vehemencia contra las pseudociencias, en concreto contra los desalmados que malversan los conceptos "cuánticos" para engañar a la gente. (Son tan insistentes en esto que la cosa me empieza a recordar a aquella canción de Silvio Rodríguez: "Me vienen a convidar a arrepentirme/me vienen a convidar a que no pierda/me vienen a convidar a indefinirme/me vienen a convidar a tanta mierda"). En fin, que he decidido "cederle el micrófono" a Rovelli, que es un poco más jipi que yo y escribe mejor: "De vez en cuando paso unas horas en internet leyendo o escuchando con tristeza la montaña de estupideces que se cobija bajo el adjetivo "cuántico". Medicina cuántica, teorías holísticas cuánticas de todo tipo, espiritualismos cuánticos misticistas y así sucesivamente, un increíble desfile de tonterías. Las peores son las necedades médicas. En ocasiones recibo algún mail alarmado: "Mi hermana acude a un médico cuántico, ¿qué piensa, profesor?" Se me ocurren todos los males del mundo, intente poner a su hermana a salvo lo antes posible. Cuando se trata de medicina, debería intervenir la ley. Todo el mundo tiene derecho a buscar cura como le plazca, pero nadie tiene derecho a engañar al prójimo con una desfachatez que puede costar la vida. Alguien me escribe: "Tengo la sensación de haber vivido ya este momento, ¿es un efecto cuántico, profesor?" ¡Santo Dios, no! ¿Qué tiene que ver la complejidad de nuestra memoria y de nuestros pensamientos con los cuantos? ¡Nada, absolutamente nada! La mecánica cuántica no tiene nada que ver con los fenómenos paranormales, medicinas alternativas, ondas que nos arrastran y vibraciones misteriosas. ¡Por favor!, me encantan las buenas vibraciones. También yo llevaba el pelo largo sujeto por una cinta roja, y de joven canté ¡Om! sentado con las piernas cruzadas justo al lado de Allen Ginsberg. Pero la delicada complejidad de la relación emocional entre nosotros y el universo tiene que ver con las ondas de la teoría cuántica tanto como una cantata de Bach con el carburador de mi coche. El mundo es lo bastante complejo para dar cuenta de la magia de la música de Bach, de las buenas vibraciones y de nuestra profunda vida espiritual sin necesidad alguna de recurrir a rarezas cuánticas." (de "Helgoland, de Carlo Rovelli). (Por mi parte, yo también llevé el pelo largo de joven y alguna vez me puse una cinta en el pelo para que no me molestara jugando al baloncesto, aunque no recuerdo si era roja como la de Stallone en Rocky II. En cuanto a sentarse con las piernas cruzadas, siempre me ha parecido incomodísimo. Desafortunadamente, nunca conocí a Allen Ginsberg). (Publicado originalmente en SciLogs el 14/10/2022. En la foto, Allen Ginsberg en plan jipi. Tal vez ande Rovelli por ahí).
Sobre el libro de Carlo RovelliEl poeta Jaime Gil de Biedma tituló su primer libro Según sentencia del tiempo (1954), y lo encabezó con esta referencia al filósofo presócratico griego Anaximandro:
Sin embargo, el físico Carlo Rovelli titula su libro reciente El orden del tiempo (Editorial Anagrama), y la referencia al griego es la siguiente:
Ignoro cuál es la mejor traducción del griego (κατά τήν τον χρόνου τάξιν) o incluso si alguna sutileza se pierde en la traducción del original italiano de Rovelli, pero parece tener más sentido la traducción de Gil de Biedma (en realidad, no sabemos si él mismo hizo la traducción o usó algún texto de filosofía en español. Más áun, Anaximandro no dejó nada escrito que haya llegado hasta nosotros y conocemos su pensamiento a través de otros autores. Sin embargo, la cita mencionada pertenece al único pequeño fragmento que sí conservamos, gracias a una mención, que se cree literal, de Simplicio en sus comentarios sobre la Física de Aristóteles). No sería "el orden", sino "la orden", "las órdenes" del tiempo, su sentencia inapelable. Muchos siglos después, Albert Einstein mostraría que la gravedad no es más que eso: la ley escrita por la curvatura del espacio-tiempo. Y así también seguimos, siempre hacia adelante, en el sentido en el que aumenta la entropía, siguiendo la flecha del tiempo. Rovelli ha escrito un libro extraordinario, en el que vamos desde las odas de Horacio hasta la magdalena de Proust, pasando por Rilke, San Agustín, Hugo von Hoffmannsthal y Paul McCartney, entre muchos otros. Solo en alguna ocasión le podríamos pedir un poco más de la precisión que solo pueden dar los números, para que el lector no se lleve impresiones equivocadas. Por ejemplo, que el tiempo corra a distinto ritmo entre tus pies y tu cabeza es tan técnicamente cierto como irrelevante desde el punto de vista práctico. El efecto se puede calcular con la fórmula que el propio Rovelli da en las notas del final del libro: es igual a la aceleración de la gravedad por tu altura dividido por la velocidad de la luz al cuadrado. Incluso si eres tan alto como el muy llorado Kobe Bryant, o más aún, como Edy Tavares, la diferencia de tiempos por cada segundo que pasa sería de aproximadamente 0,0000000000000002 s, lo cual, a lo largo de una vida de 80 años se traduce en algo así como 0,0000007 s. Relojes muy precisos pueden detectar estos efectos en el laboratorio, pero no tienen ninguna consecuencia en nuestras vidas, por lo que difícilmente van a provocar una revolución en nuestra manera de pensar. Sin embargo, como hemos explicado otras veces, la extraordinaria precisión con que nos ubica el teléfono móvil (a pesar de que, a veces, me sigue situando en la calle de al lado cuando quiero pedir un taxi) es debida a que el sistema de posicionamiento global (GPS) tiene en cuenta estos efectos de relatividad general, que sí son apreciables para el caso de las ondas que viajan desde el teléfono en la superficie de la Tierra hasta un satélite en órbita. De manera que el efecto de la dilatación temporal debido a la relatividad sí tiene un impacto en nuestras vidas. También, en ocasiones, conviene subrayar (aunque es cierto que el autor lo menciona en algún momento) que la teoría en la que Rovelli es experto, la gravedad cuántica de lazos, no tiene demostración experimental, por lo que cualquier conclusión que se extraiga de ella respecto a la naturaleza del tiempo es, en cierto modo, especulativa. A pesar de estos pequeños detalles, pasarán un muy buen rato leyendo a Rovelli, y puede que hasta lleguen a olvidar, por un instante, que siguen a las órdenes del tiempo y que "envejecer, morir, es el único argumento de la obra". (Publicado originalmente en SciLogs el 30/01/2020. En la foto, Jaime Gil de Biedma recitando “No volveré a ser joven”). Sobre un reciente artículo de Carlo Rovelli. El profesor Carlo Rovelli, del Centro de Física Teórica de la Universidad Aix-Marseille (Francia) ha escrito un interesante artículo titulado "Physics Needs Philosophy. Philosophy needs Physics", que ha sido publicado en la revista Foundations of Physics, y puede encontrarse también aquí. Rovelli es uno de los mayores expertos mundiales en "gravedad cuántica de lazos" ("Loop Quantum Gravity"), una teoría que unifica la mecánica cuántica y la gravedad de una manera alternativa a la quizá más conocida y controvertida teoría de cuerdas. Es además un activo y conocido divulgador, con varios libros publicados. Si usted es lector de Investigación y Ciencia y de Scilogs, seguramente no tiene mucho problema en aceptar la segunda parte del título del artículo de Rovelli, "la filosofía necesita a la física". Pero quizás sí le parezca más extraña la primera: "la física necesita a la filosofía", dado que parece haber una cierta corriente antifilosófica en el mundo de la ciencia, especialmente en el de los físicos. Así empieza de hecho su artículo Rovelli, presentándonos ejemplos célebres de ataques recientes a la filosofía, provenientes de Steven Weinberg, el gran Stephen Hawking y Neil de Grasse Tyson. Yo mismo he detectado esa actitud muchas veces en muchos colegas. En la mayoría de las ocasiones no es más que una arrogante celebración de ignorancia, tan ridícula como la simétrica ignorancia anticientífica de ciertos sectores de las humanidades. Rovelli se propone combatirla usando los argumentos de Aristóteles en el "Protréptico", texto perdido que ha sido reconstruido en parte gracias a los comentarios de autores posteriores. De esta forma, Aristóteles y Rovelli empiezan argumentando, en defensa de la filosofía, que "la teoría general apoya y resulta ser útil para el desarrollo de la práctica". Rovelli nos recuerda que todos los grandes científicos de la historia, desde Galileo hasta Einstein, pasando también por las padres de la mecánica cuántica, eran grandes lectores de filosofía y reconocieron haber sido influidos por ideas filosóficas: al parecer, Einstein leyó las tres "Críticas" de Kant a los 15 años. Un segundo argumento de Aristóteles, recuperado por Rovelli es: "aquellos que niegan la utilidad de la filosofía, están haciendo filosofía". Aquí, Rovelli conecta brillantemente la corriente anti-filosófica de los físicos teóricos con ideas extraídas de la filosofía misma, y encuentra en las burlas a la filosofía de de Grasse Tyson ecos de la anti-metafísica del círculo de Viena. Pero aún va más allá, y esta es quizá la aportación más valiosa de su artículo: no es sólo que los físicos teóricos actuales estén influidos por ideas filosóficas al negar la utilidad de la filosofía, sino que además esas ideas filosóficas les están llevando en una dirección equivocada al hacer ciencia. Así, Rovelli critica la excesiva influencia de las ideas de "revolución científica" de Kuhn, con su noción de discontinuidad entre teorías, y el énfasis de Popper en la "falsabilidad" como única guía de la metodología científica. Por supuesto, como sabrán mis tres o cuatro queridos lectores, yo he defendido aquí muchas veces la idea de falsabilidad, es decir, la necesidad de basar la ciencia en afirmaciones que puedan verificarse o refutarse experimentalmente. Pero la cuestión aquí es si ése debe ser el único principio que nos guíe al discriminar entre distintas teorías y modelos. Al fin y al cabo, la cantidad de cosas falsables pero todavía no falsadas es infinita, y no disponemos de tiempo y dinero infinitos para comprobarlas todas, de manera que parece sensato tener otros criterios para priorizar entre las distintas alternativas que se propongan a determinados problemas. Cualquiera puede modificar una teoría existente introduciendo un parámetro con valores muy pequeños y muy difíciles de medir. Cuando yo era estudiante, vagaba por los pasillos de la facultad un señor que tenía una teoría. Repartía octavillas, intentaba hablar con los profesores, soltaba discursos a los estudiantes que habitábamos los pasillos y la cafetería. Como éramos jóvenes e ingenuos, algunos compañeros que teníamos una asociación decidimos organizarle una charla para que explicara sus ideas: al fin y al cabo, había una probabilidad no nula de que aquel hombre fuera un genio incomprendido, un visionario maldito expulsado de la academia, un Will Hunting indomable sin Robin Williams que le susurre "it's not your fault". Llenos de curiosidad acudimos a la hora señalada en la que en un aula con pizarra, este señor nos fue explicando cómo el punto geométrico era en realidad un caso particular de una estructura subyacente más general llamada "puntón". Lo mismo pasaba con la recta y el "rectón" y naturalmente con la esfera y el "esferón"... Estoy seguro que aquello conducía en algún momento a alguna proposición falsable y todavía no falseada explicítamente (desafortunadamente, una epidemia de ataques de tos, llamadas urgentes y asuntos de la máxima importancia que había que atender fuera del aula nos impidió a todos llegar al final de la lección). Sin embargo, ¿sería sensato gastar tiempo y dinero en esa línea de investigación? Rovelli explica en qué dirección han caminado los últimos grandes descubrimientos de la física. El bosón de Higgs sirvió para terminar de apuntalar el edificio del modelo estándar de la física de partículas, donde la relatividad especial y la física cuántica se unifican con precisión asombrosa. Lo mismo han hecho las ondas gravitacionales con la relatividad general. Es decir, se confirman las predicciones de teorías existentes bien establecidas. En cambio, todas las esperanzas de encontrar "física más allá del modelo estándar" en el LHC han sido de momento frustradas, incluida la propuesta más popular de todas ellas, la "supersimetría" (ingrediente fundamental de la teoría de cuerdas), según la cual cada partícula conocida debería tener una partícula compañera que no habría sido detectada todavía (por ejemplo, el fotón tendría asociado un "fotino", y así con todas). Tras varios años de búsqueda no hay ni rastro de esto. Muy recientemente, la observación de que la radiación electromagnética viaja a la misma velocidad que las ondas gravitacionales, ha servido para descartar una amplia variedad de teorías exóticas que modificaban la relatividad general. Rovelli concluye que lo que él denomina filosofía del "¿por qué no?", es decir, la idea de que cualquier especulación tiene el mismo valor y la misma probabilidad de ser cierta con tal de que sea falsable y no haya sido refutada todavía, no está siendo útil. Si queremos encontrar una teoría cuántica de la gravedad necesitamos un nuevo enfoque filosófico, y la ayuda de los profesionales de la filosofía sería útil.
(Publicado originalmente en SciLogs el 05/07/18). |
AutorCarlos Sabín. Investigador Ramón y Cajal en el Departamento de Física Teórica de la Universidad Autónoma de Madrid. Desde 2015 hasta 2022 escribí el blog "Cuantos Completos" en la plataforma SciLogs de la revista "Investigación y Ciencia". Autor de "Verdades y mentiras de la física cuántica" amzn.to/3b4z1MO y "Física cuántica y relativista: más allá de nuestros sentidos" http://shorturl.at/bdLN0 Archivos
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