Sobre el capítulo de Cosmos: otros mundos dedicado a la física cuántica. Me escribe Pedro N. Rueda, preguntándome si he visto el capítulo 9 de la serie Cosmos: otros mundos, titulado "Magia sin mentiras" y dedicado a la física cuántica. Me pide mi opinión, ya que la serie hereda al menos el prestigio del nombre de Carl Sagan, y lo que se dice en ese capítulo parece contradecir muchas cosas que yo digo en este cuaderno y en el libro Verdades y mentiras de la física cuántica. No encuentro la serie en Disney + en España, que sí tiene otras temporadas de Cosmos, pero veo que se emite en el canal de National Geographic en Movistar +. Lo he visto con detalle. La sinopsis del programa ya me hizo temblar: "En el contradictorio reino de la mecánica cuántica, la luz puede suponer dos conceptos opuestos y de algún modo (nadie sabe cómo) un observador oculto puede alterar la naturaleza de la realidad. Conoceremos al hombre que tropezó con ese bache de la realidad y la revolución tecnológica aún en proceso que hizo posible dicho tropiezo". Con la divulgación de la física cuántica ocurre una cosa curiosa. Lo habitual en otras áreas de la ciencia, por difíciles y abstractas que sean, es intentar que las cosas se entiendan. Sin embargo, al parecer, cuando llegamos a la física cuántica, lo que hay que intentar es que las cosas no se entiendan. Así, de pronto, hablar de manera oscurantista y abracadabrante ("contradictorio reino", "observador oculto", "bache de la realidad"...) está permitido. No se trata de intentar ayudar al espectador a resolver sus dudas y satisfacer su curiosidad, sino de aturdirle y dejarle aún más confundido, dejándole la sensación de que se encuentra ante algún misterio. El documental es una prueba excelente de esto. Se nos empieza contando de manera normal cómo Newton creía que la luz estaba hecha de partículas mientras que Huygens creía que era una onda. Ambos estaban en lo cierto: la luz es una onda hecha de muchas partículas. El experimento de la doble rendija de Thomas Young muestra las características ondulatorias de la luz. ¿Pero qué pasa si hacemos el experimento con un solo fotón? Entramos en el terreno de la cuántica, así que ya saben: música de programa de Iker Jiménez, iluminación expresionista, hablar intenso... mucho misterio. Como las partículas elementales llevan asociada una función de onda, el experimento de la doble rendija muestra propiedades ondulatorias incluso si lo hacemos "partícula a partícula". Los electrones, los fotones, etc. son ondas y son partículas. ¿Misterioso, extraño? No sé, nadie dijo que los electrones tuvieran que ser como usted pero en pequeñito. En cualquier caso, son cosas que sabemos desde hace ya muchas décadas. Pero además, si cambiamos el experimento y colocamos algún dispositivo experimental que nos permita medir por qué rendija pasan las partículas, el comportamiento ondulatorio desaparece. Sólo que esto, no sé por qué, nunca nos lo cuentan así: el "dispositivo experimental que nos permita medir etc" es sustituido por... ¡tachán! ¡un señor que mira! (en este caso, Neil deGrasse Tyson). Esto nos permite ponernos aún más intensos (nivel cafetería de facultad) y largar que el observador modifica la realidad. Pero no: modificar la realidad (el experimento), poniendo un aparato que no estaba antes, es lo que modifica la realidad. Naturalmente, no podía faltar tampoco el entrelazamiento cuántico, con su correspondiente dosis de metáforas de novela rosa (el amor y tal). Se nos muestran dos fotones que supuestamente están entrelazados desde el inicio de los tiempos y separados por distancias cosmológicas. Sin embargo, el entrelazamiento es una propiedad muy frágil que se degrada rápidamente en contacto con el ambiente, así que no está muy claro cómo ha podido sobrevivir a semejantes desplazamientos espaciotemporales. Por supuesto, se incurre en el error de sugerir que se están enviando señales a velocidades más rápidas que las de la luz, cuando, como nos cansaremos de repetir en este cuaderno, no es así en absoluto. La cosa se vuelve casi ofensiva cuando se repite el asombroso cliché de que los físicos usan la física cuántica sin entenderla. Hay quien se conforma con hacer la comparación con los usuarios de teléfono móvil, los cuales no tienen por qué entender el interior del aparato, pero aquí van mucho más allá y la comparación se hace con nuestros ancestros cuando descubrieron el fuego. Pero creo que hace falta algo más que frotar dos piedras para que aparezca un ordenador cuántico, ¿no les parece? Que haya quien crea que se puede hacer un ordenador cuántico sin "entender" la física cuántica, eso sí que me parece un gran misterio. A estas alturas, ya no me sorprende que aparezcan los universos paralelos, pero no me esperaba que saliera el "superdeterminismo", la teoría de la conspiración más extraña de la historia, según la cual, para escapar a las conclusiones de los experimentos basados en desigualdades de Bell, se postula que el experimentador no escoge libremente las medidas que va a realizar. Se han hecho ya experimentos en que esas decisiones se toman según el color de la luz de estrellas lejanas, emitida hace millones de años, o según los bits aleatorios generados por voiuntarios jugando a un videojuego por internet, pero los defensores del superdeterminismo no se arredran: ya saben, todo está conectado. En fin, así es el reino de la divulgación de la física cuántica, el único lugar donde no hay que explicar los hechos científicos sino la colección habitual de clichés, debates históricos superados, conjeturas fantasiosas y metáforas de baratillo. Que sigan la "magia" y el "misterio". (Publicado originalmente en SciLogs el 10/12/20).
0 Comments
A vueltas con el entrelazamiento cuántico en la cultura popular. A Ernesto Lozano Tellechea, que me propuso este blog en 2015. En un momento de su célebre "The demon-haunted world", extrañamente traducido al castellano como "La ciencia y sus demonios", Carl Sagan se lamentaba del sesgo hacia lo paranormal y la conspiración de "Expediente X" (y eso que no pudo ver la ridícula continuación del año 2016), y pedía que existiera un programa para adultos que fuera como "Scooby-Doo es para los niños", es decir, una serie en la que "los presuntos casos paranormales sean investigados sistemáticamente y se encuentre que cada caso puede ser explicado en términos prosaicos". Esto estaría "mucho más cerca de la realidad y haría un servicio público mucho mayor" (Traducciones apresuradas mías). O, por decirlo en las ya inmortales palabras del Dr. Stephen Strange en "Spiderman: No way home": "please, Scooby-Doo this shit". Efectivamente, solemos considerar que a los niños, a partir de cierta edad, conviene enseñarles a pensar racionalmente: así recuerdo yo aquellos encantadores libros de "Los tres investigadores" en los que al final de cada historia los chicos le iban a explicar el caso a Sir Alfred Hitchcock (aunque mi mujer me asegura que en algún caso había explicación paranormal y no he vuelto a leer todos de adulto), por no mencionar lo mucho que me impresionó de niño Sherlock Holmes. Sin embargo, al parecer, los guionistas y directores consideran que eso es demasiado aburrido para nuestras sensibilidades posmodernas de adultos y que es mucho más interesante lo contrario: ya saben, empiezan a pasar cosas extraordinarias y el personaje racionalista balbucea "estoy seguro de que hay una explicación racional para esto" mientras disimula a duras penas el tic nervioso y el creciente olor a pis de su bragueta, hasta que es barrido de la faz de la tierra por un monstruo venido de otra dimensión y queda como un idiota, mientras que el personaje de la chica luchadora a la que nadie hacía caso pero que nunca dejó de creer en el monstruo a pesar de la ausencia de pruebas y lógica acaba siendo reivindicada, y así aprendemos a "tener la mente abierta" y sandeces así. Nada que objetar, claro. Hay películas que pueden ser estupendas sin que haya que tomarse muy en serio el argumento. Sin embargo, no sé, a lo mejor estaría bien de vez en cuando que la cosa fuera al revés: si no por lo de la realidad y el servicio público que decía Sagan, al menos por variar. Así (o sea, al revés) eran algunos de los mejores episodios de "House", y así pensaba yo que estaba siendo "Evil" (aunque viendo el rumbo que ha tomado la cosa en la segunda temporada ya no estoy muy seguro), la última genialidad del matrimonio King, los creadores de las maravillosas "The good wife" y "The good fight". En esta serie, los protagonistas investigan para la iglesia católica supuestos casos de posesiones demoníacas (!). Se trata de un trío formado por un sacerdote atípico y atractivo, inclinado hacia la explicación sobrenatural, una psicóloga escéptica y agnóstica que busca explicaciones psicológicas y finalmente Ben Shakir, mi personaje favorito, que hace lo que a mí me gustaría hacer de mayor: encontrar las causas físicas, químicas, naturales de lo que ocurre. Como es natural, nuestro racionalista Ben sufre el castigo adecuado a su manera de ver la vida cuando se lía con una chica que parece normal pero que acabamos descubriendo que tiene una extraña creencia sobre sí misma. A estas alturas las dos o tres lectoras que hayan llegado hasta aquí se estarán preguntado por qué demonios (ja) les estoy contando esto. Pero claro, ¿a qué no saben de qué acabaron hablando Ben y Vanessa en el episodio 8 de la primera temporada? ¡Lo han adivinado! Del entrelazamiento cuántico. Traduzco yo, no sé si coincidirá con los subtítulos o con el doblaje: "Ben: Y parecías tan cuerda. Vanessa: Muchas gracias. Ben: Vamos, ¿qué quieres que piense de esto? Vanessa: Todas las creencias parecen raras desde fuera. Tú crees en el entrelazamiento cuántico. Ben: Sí, porque está demostrado. Vanessa: Tienes dos partículas diferentes en dos sitios totalmente distintos, y tienen un efecto la una en la otra instantanéamente a 10000 veces la velocidad de la luz. ¿Cómo es posible? Ben: Espera. ¿De verdad que estás comparando el entrelazamiento cuántico con que tú creas que tu hermana muerta está injertada en tu lado izquierdo? Vanessa: En mi lado derecho." Observarán que Ben se sale un poco por la tangente. Es normal: en ese momento tiene asuntos más urgentes que atender, y además, le pasa como a todos nosotros, que las grandes frases se le ocurren siempre a posteriori. ¡Pero para eso está este cuaderno de bitácora! Veamos qué es lo que tenía que haber dicho Ben Shakir.
Quizá en primer lugar, debería decir: "A ver Vanessa, aclárate. Entiendo que estés preocupada por lo de tu hermana y eso, pero... ¿Instantáneamente o diez mil veces la velocidad de la luz? Porque no es lo mismo... Y ¿por qué diez mil? ¿Por qué no mil o un millón?" La imprecisión en los términos suele ocultar una incomprensión más profunda. Quizá se acuerdan de un lector que me quería explicar que ese número era exactamente 13.800, porque había malinterpretado, junto con unos cuantos sitios web, ciertos resultados experimentales. Lo cierto es que no es 10000, ni 13 800, ni instantantámente, ni nada: en el entrelazamiento cuántico, y esto es lo que tendría que explicar Ben, nada viaja a ninguna velocidad entre las dos partículas. Solo décadas de mala divulgación, de llenarnos la boca con "fascinante", "misterioso", "extraordinario", "nadie entiende", "los dados", "el gato" etc. han conseguido convertir a un fenómeno científico tan cierto como la ley de la gravedad en un chascarrillo para discusiones esotéricas. En la explicación habitual del entrelazamiento cuántico en la divulgación y la cultura popular, que es la que lleva a este malentendido, se hace trampa y se mezcla a una persona que tendría un conocimiento total y ahora sí instantáneo sobre todas las partículas, por separadas que estén, con otra persona que solo estaría en posesión de su partícula y, por tanto, solo tendría acceso y conocimiento sobre su parte del sistema. Esa trampa en la explicación es la que lleva a pensar que existe el efecto del que hablaba Vanessa. Por enésima vez: la supuesta magia de las explicaciones convencionales del entrelazamiento cuántico es fácil de conseguir sin física cuántica. Imaginemos que Juan Tamariz mete una bolita roja y otra azul en su chistera de mago. Tras eso, revuelve un poco en la chistera, saca una bola y sin mirar su color la introduce en una caja. Después mete esa caja en otra más grande, en la que también incluye una carta con la explicación de lo que acaba de hacer, y manda el paquete por correo a nuestra amiga Scarlett en Los Ángeles, o como gustan hacer en estas explicaciones, al otro confín del universo (!) (en un Quinjet o lo que sea). Al abrir la caja y leer la explicación, Scarlett sabe que hay una probabilidad del 50% de que su bola sea roja y un 50% de que sea azul, y también sabe que la bola de Tamariz tiene exactamente esas mismas probabildades. Pero tras abrir la caja con la bola y comprobar el color, ya está segura del color de la bola de Tamariz, aunque él se encuentre en el otro confín etc. Cha-na-nán. Magia potagia. ¿Un poco decepcionante, no? ¿No habría molado más si Tamariz no manda la carta con la explicación? ¡Sin duda! Así que la magia estaría en averiguar el color de la bola sin que haya carta (transmisión de información entre las partes). ¿Podemos hacer eso con física cuántica, con el entrelazamiento cuántico? No. Algún ejemplo así tendría que haber contado nuestro Ben, y si Vanessa realmente tiene curiosidad por el conocimiento y quiere realmente entender, entonces le hará preguntas y seguramente Ben tendrá que llegar a que el mal llamado colapso de la función de onda no es un proceso físico en el que se transmita materia, radiación, información o energía, sino una mera cuestión de actualización de probabilidades, de la misma forma que el resultado positivo de un test de antígenos cambia dramáticamente la probabilidad de que esté infectado, y por tanto, también la de mis amigos, que ahora a lo mejor están en Australia o en el otro conf...(bueno, venga, no), pero a nadie se le ocurre que el test ha tenido ningún efecto sobre mí y menos sobre mis amigos. Y por todo esto, Vanessa, ¡oh Vanessa! (tendría que decir Ben) es por lo que creo que existe el entrelazamiento cuántico, o mejor dicho, por lo que sé que existe el entrelazamiento cuántico. Porque eso es lo mejor de que las fuentes de tu conocimiento sean la mejor ciencia disponible, aquella que proponen nuestras mejores teorías y comprueban cientos de experimentos, y no un libro sagrado o un bloguero de Tallahassee: no necesito creer, porque sé. Mi querida Vanessa, sé. (Publicado originalmente en SciLogs el 11/01/22. En la foto: "¡Porque está demostrado!" Nicole Shalhoub y Aasif Mandvi, Evil 1x08 (2019).) Equiparar ciencia y pseudociencia no es una demostración de humildad.En las discusiones con los defensores de las pseudociencias, pseudoterapias etc. aparece siempre el argumento de la supuesta falta de humildad del científico. Si, por ejemplo, insistes en decir que el agua con azúcar (que ellos llaman homeopatía) no cura, y que de nada sirve invocar la física cuántica para justificarse, porque seguirá sin curar, ellos te acusan de falta de humildad. El argumento es asombroso, ya que, al mismo tiempo que dicen esto, están haciendo un enorme despliegue de falta de humildad intelectual: pretenden decirle a un experto que lleva años estudiando e investigando en física cuántica, que ellos saben más sobre el asunto. De hecho, la ausencia de humildad es el núcleo mismo de su edificio teórico: en la mayoría de los casos, creen haber descubierto una enorme conspiración que ha pasado inadvertida para la mayor parte de los mortales, excepto para unos pocos seres de perspicacia superior, que la han desenmascarado gracias a unas cuantas sugerencias de You Tube y a un bloguero de Tallahassee. Pero no, es el científico el que carece de humildad: ¿cómo se atreve a afirmar, con esa insultante prepotencia, que la tierra no es plana? En realidad, el esfuerzo científico es esencialmente un ejercicio de humildad. Desde los primeros años de estudio, uno tiene que asumir que la verdad científica no tiene que ver con sus intereses, valores y prejuicios personales, sino que es algo que se adquirirá, en el mejor de los casos, después de muchas horas de trabajo. En ese camino, cada pregunta que se resuelve suele servir solamente para que se planteen inmediatamente otras muchas más. Se acaba aprendiendo que ese camino no solo no tiene final, sino que además puede cambiar en cualquier momento. Por un lado, la verdad científica es contingente por naturaleza, y siempre es susceptible de ser ampliada, completada, matizada, corregida. Por otro lado, hipótesis que parecen razonables pueden ser completamente descartadas en un instante por un experimento. Esa es la auténtica naturaleza de la humildad de la ciencia: su sometimiento al método científico. Sin embargo, ese mismo método permite descartar como falsas todas aquellas cosas que contradicen los experimentos. Si el científico no lo hiciera ("bueno, todo apunta a que la tierra es esférica, pero ya saben, en cualquier momento alguien me puede demostrar que es plana, así que ¿quién sabe?") no estaría siendo humilde, sino contribuyendo a la ignorancia y el oscurantismo. Déjenme ser más preciso: el científico debe estar abierto a que en el futuro aparezca una explicación aún más completa sobre la geometría de nuestro planeta. Por ejemplo, si los experimentos confirmaran alguna vez la teoría de cuerdas, eso querría decir que en realidad existen más dimensiones espaciales, sólo que no las vemos porque son muy pequeñitas, de la misma forma que si miramos desde lejos una manguera cilíndrica nos parecerá que es un objeto de una dimensión. Por tanto, supongo que si la teoría de cuerdas fuera correcta, podríamos decir que en realidad la tierra no es exactamente una esfera (¡¨achatada por los polos"!, como nos decían de niños) sino un objeto de diez dimensiones, siete de ellas microscópicas, cuya proyección sobre las tres dimensiones espaciales macroscópicas resulta ser una esfera... De lo que sí podemos estar seguros es de que nunca será plana en esas tres dimensiones, de la misma forma que Clemenceau, según recordaba Hannah Arendt, podía estar seguro de que los historiadores del futuro nunca dirían que Bélgica invadió Alemania al inicio de la Primera Guerra Mundial ("Para ilustrar este punto, y como pretexto para no profundizar en él, recordemos que, al parecer, durante los años veinte, poco antes de morir, Clemenceau mantuvo una conversación amistosa con un representante de la República de Weimar sobre la cuestión de la culpa del estallido de la Primera Guerra Mundial, "En su opinión, ¿qué pensarán los futuros historiadores acerca de este asunto tan problemático y controvertido?", fue preguntado Clemenceau, quien respondió: "No lo sé, pero estoy seguro de que no dirán que Bélgica invadió Alemania". Hannah Arendt en Verdad y mentira en política. Traducción de Roberto Ramos Fontecoba. (Página Indómita 2017)). Es decir, la naturaleza contingente de la verdad científica no impide afirmar con rotundidad y sin falsa humildad que algo es mentira. A mi juicio, todo esto se enmarca dentro de la degradación general de la imagen del científico en la cultura popular. En las películas comerciales modernas, frecuentemente los científicos son descritos como seres arrogantes, vanidosos, insensibles, completamente desconectados de la realidad, muchas veces vendidos a intereses espurios cuya naturaleza no acaban de comprender, a cambio de la promesa de gloria y reconocimiento, que les ciega hasta el punto de que son incapaces de un elemental análisis de los riesgos implicados en la investigación. Los científicos generan todas las catástrofes, "jugando a ser dioses" y solo en unas pocas ocasiones son capaces de arreglarlas hasta cierto punto. (Con un punto de ironía, se lo dice Tony “Iron Man” Stark a Bruce “Hulk” Banner en Vengadores: la era de Ultron (2015): “We're mad scientists. We're monsters, buddy. We've gotta own it. Make a stand.”) ¿Cuándo empezó todo esto? Mi impresión es que no era así en los 70 (en Tiburón el científico era el mejor de los tres personajes principales) ni en los 80 (piensen en el entrañable Doc Brown de Regreso al futuro: sin duda excéntrico y despistado, pero incapaz de hacer daño y muy consciente de los riesgos de los viajes en el tiempo). ¿Tal vez fue en los 90, con Parque Jurásico? Es tentador atribuirle toda la culpa al misticismo posmoderno a la Paulo Coelho, y sin embargo, tal vez la culpa sea de Carl Sagan. Sí, Sagan es admirado por su gran trabajo de divulgador y su defensa del método científico, el escepticismo y el pensamiento crítico. Pero en su novela Contacto de 1985, que llevó al cine el infravalorado Robert Zemeckis en 1997, parece abrazar una visión ambigua en la que el racionalismo de la doctora Ellie Arroway queda al mismo nivel que las extravagancias de Joss Palmer, una suerte de estrafalario predicador (interpretado en la película por Mathew McConaughey, en la época en que se decía que era el nuevo Paul Newman, por lo cual él se dedicaba a lucir sonrisa, viniera a cuento o no. Afortunadamente, despertó de aquel mal sueño años después, a tiempo para hacer Interstellar y True Detective) que, entre otras cosas, cree haber muerto, resucitado y visto la cara de Dios. La crítica a los fanáticos y a la rigidez de las religiones oficiales se combina con una suerte de relativismo cultural en el que viene a parecer que todo vale si se dice de buen rollo. En ese sentido, ni siquiera Sagan consiguió ir más allá de determinados clichés de la cultura popular, y quizá contribuyó a su creación. Nada más lejos de mi intención pretender que los personajes de ficción se ajusten a modelos ideológicos preconcebidos, me gusten estos o no, pero, siquiera por variar, estaría bien que alguna vez los personajes racionalistas no fueran castigados por serlo "demasiado", y no fueran siempre superados por las circunstancias (las cuales, claro, incluyen eventos sobrenaturales que no son capaces de asimilar). Por supuesto, esto puede estar muy bien en las películas, pero el problema es cuando la gente repite esos argumentos sin más en la vida real: por ejemplo, el tópico de "tener la mente abierta", con el que se pretende que aceptes una explicación anticientífica. Puesto que, al contrario que en las películas, nada de lo que sucede en la vida real es sobrenatural, admitir la validez de las explicaciones irracionales y ponerlas en igualdad con las que proporciona el método científico, no es abrir la mente a nada sino, más bien, cerrarla a la realidad. Dicho esto con la máxima humildad, naturalmente. (Publicado originalmente en SciLogs el 04/01/20).
|
AutorCarlos Sabín. Investigador Ramón y Cajal en el Departamento de Física Teórica de la Universidad Autónoma de Madrid. Desde 2015 hasta 2022 escribí el blog "Cuantos Completos" en la plataforma SciLogs de la revista "Investigación y Ciencia". Autor de "Verdades y mentiras de la física cuántica" amzn.to/3b4z1MO y "Física cuántica y relativista: más allá de nuestros sentidos" http://shorturl.at/bdLN0 Archivos
February 2024
Categorías
All
|