Una reseña y una carta de un lector en la revista Investigación y Ciencia de agosto.El número de agosto de 2020 de Investigación y Ciencia incluye una reseña escrita por el profesor Miguel Ángel Vázquez Mozo del Departamento de Física Fundamental de la Universidad de Salamanca sobre el último libro del profesor de Caltech, Sean Carroll. Es un libro en el que se defiende la llamada interpretación de los muchos mundos de la mecánica cuántica, tan popular en las series de Marvel y DC como relativamente irrelevante entre los investigadores en física cuántica. Como tal vez recuerden las dos o tres lectoras que siguen clicando por aquí, la promoción del libro incluyó en su momento un artículo del New York Times que tuvo mucha repercusión y que comentamos aquí: en el texto, Carroll aseguraba que los físicos no entienden la mecánica cuántica, y nosotros nos atrevimos a insinuar que el que no la entendía era él. Con mucha más elegancia que nosotros, el profesor Vázquez Mozo ha titulado su reseña "¿Mecánica cuántica o misticismo cuántico?". Nótense los signos de interrogación. De nuevo, nos atrevemos aquí a responder: b). Sobre la interpretación de muchos mundos hablamos en la entrada "Demasiados mundos" y en el libro "Verdades y mentiras de la física cuántica". El profesor Vázquez Mozo añade argumentos, de nuevo con mucha más elegancia que nosotros: "La analogía usada por Carroll para ilustrar el significado de esos diferentes mundos es ciertamente reveladora: es, nos dice, como considerar un mundo habitado por los espíritus de los difuntos, en el que estos pueden interaccionar entre sí pero no con nosotros. A la vista de lo anterior, la respuesta que la IMM ofrece a los «problemas interpretativos» de la mecánica cuántica recuerda a la «solución» de problemas clásicos como la teodicea, invocando la existencia de realidades transcendentes." (Para leer el resto, acérquense al quiosco). Poco más que añadir. El misticismo cuántico es solo una característica de un fenómeno mayor, que es la mala divulgación de la física cuántica. Este fenómeno ha triunfado completamente, consiguiendo introducir ideas equivocadas en la mayor parte de la sociedad. Un buen ejemplo lo vemos en el mismo número de Investigación y Ciencia, en la sección de Cartas de los Lectores. En ella, el lector Bruce Ecker, de Nueva York, escribe al respecto de un artículo publicado en febrero por Steven B. Giddings, sobre la paradoja de la información en los agujeros negros. El lector se extraña de que el profesor Giddings afirme que el problema de las propuestas para resolver la paradoja es la violación de la causalidad (el hecho de que ningún efecto físico puede propagarse a una velocidad mayor que la de la luz en el vacío), ya que: "[...]he leído varias veces en otros sitios que la violación del principio de localidad ha sido ya firmemente establecida tanto por los experimentos como por las consideraciones teóricas relativas al entrelazamiento cuántico." El profesor Giddings contesta correctamente deshaciendo el error: el entrelazamiento cuántico no implica transmisión de información a velocidades superiores a la de la luz, como no nos cansaremos de repetir aquí. Pero, ¿cómo no va a estar confundido el lector? ¿Cuántas veces habrá leído sobre esa cosa "misteriosa", "extraordinaria" que es el entrelazamiento cuántico, donde partículas situadas en distintos confines del universo sienten una fuerza que les afecta instantáneamente ¡oh, ah!, una "acción fantasmal a distancia"?: "¡Oh noche que guiaste!/¡oh noche amable más que la alborada!/¡oh noche que juntaste/Amado con amada/amada en el Amado transformada!"... Es normal que los lectores se confundan. Tal vez los divulgadores debiéramos dejar el misticismo para los buenos poetas. (Publicado originalmente en SciLogs el 03/08/20. En la foto, Juan Diego como Juan de la Cruz en la película de Carlos Saura "La noche oscura" de 1989).
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Sobre Bruce Lipton y la física cuántica."— What's that smell in this room? Didn't you notice it, Brick? Didn't you notice the powerful and obnoxious odor of mendacity? — Yes, sir, I think I did. — Ain't nothing more powerful than the odor of mendacity." "¿A qué huele en esta habitación? ¿No lo notas, Brick? ¿No notas un fuerte y odioso olor a mendacidad? — Sí, señor, creo que sí. — No hay nada más potente que el olor a mendacidad." Esta es mi traducción de este memorable diálogo (que no estaba en la obra original del gran Tenessee Williams en 1955) entre Burl Ives y Paul Newman en una de mis películas favoritas (Cat on a hot tin roof, "La gata sobre el tejado de zinc", dirigida por Richard Brooks en 1958). Una de las mejores cosas de mantener este cuaderno de bitácora es intentar ayudar a las personas que me hacen preguntas. Naturalmente, el número de farsantes que intentan sacar provecho de la palabra "cuántica" y sus efectos taumatúrgicos es tal (y sospecho que creciente) que resulta imposible intentar desenmascararlos a todos, pero imagino que es posible apuntar a los más influyentes. En varios comentarios me han preguntado por un Bruce Lipton, y he visto que tiene libros, que da entrevistas, y que sus vídeos de YouTube tienen millones de vistas. Así que decidí sacrificarme, remangarme y meter las manos en el foco de la mendacidad, una vez más. De hecho, perdí bastante tiempo con uno de sus vídeos, en el que fue muy complicado encontrar alguna frase que fuera verdad.
Básicamente, sus ideas parten de una supuesta división entre la física clásica newtoniana, que se ocuparía solo de la materia y trataría todo como si fueran máquinas, y la física cuántica, que (oh, cielos) se ocuparía de las cosas "invisibles", como la energía, las ondas, los campos... "¡Bah, paparruchas!" (humbug) En realidad, la física clásica, como se puede comprobar en cualquier libro de texto de secundaria, trata también de la energía, las ondas y los campos. Ninguno de esos conceptos es una novedad de la física cuántica. De ahí que todo lo que se deduzca de este error, o sea, esencialmente todo lo que sale a continuación de la boca de Lipton, sea mentira. Entre muchos ejemplos, nos presenta unas ondas en el agua y nos dice que hace falta la física cuántica para describirlas, llegando a usar la palabra mágica "entrelazamiento" (entanglement). Pero es mentira: son ondas clásicas. Nos muestra una foto de una familia y nos dice que aunque parecen entes separados en realidad son ondas que interaccionan, y sustituye la foto original por un montaje con ondas con formas humanoides que se cruzan unas a otras. ¡Qué va, hombre! Los electrones sí, pero nosotros no. Si tuviéramos una función de onda, la física cuántica nos enseña a calcular su longitud, que es inversamente proporcional al momento lineal, es decir, masa por velocidad. Tomando a una persona de 60 kg que se mueve a 1 m/s, la longitud de onda sería 0, 00000000000000000000000000000000001 metros (no, no me he quedado dormido sobre el 0. Y si aumentan la velocidad o la masa, aún sale un número más pequeño.) Eso son como 25 ceros más que el tamaño de un átomo. Es a ese nivel ridículo e inaccesible de distancias donde cabría esperar algún efecto asociado a que usted y yo seamos ondas. Es por eso que la física que describe a una familia andando como la de la foto de Lipton es completamente clásica. No, no somos ondas que interaccionan. Y así con todo. Pero Lipton sigue. Para cumplir con todos los clichés del moderno charlatán, tergiversa una cita de Einstein sobre la importancia física del concepto de campo: naturalmente, Einstein se refiere al campo gravitatorio y a su teoría de la relatividad general, que es completamente clásica, pero Lipton no se detiene ante nada, en su delirio sobre la física cuántica. Según él, como a los médicos solo se les ha enseñado física clásica y no saben lo que es la energía, es por eso que cuando ven una imagen de un tumor solo piensan en tratarlo "con un escalpelo" (¿qué cosa será la radioterapia?) en lugar de aplicar las manos y transmitir energía, como se viene haciendo desde hace "miles de años". Juro que entonces hace desaparecer el tumor de la imagen. Reconozco que ahí lo dejé: el olor a mendacidad me ahogaba ya y me levanté a abrir la ventana. Pero me parece que ya había acabado con los supuestos fundamentos físicos de su "teoría", que es de lo que mejor puedo hablar yo. Tras toda esta exhibición de salto sin red intelectual, la siguiente pirueta ya la habrán adivinado: como lo importante es energía y "la mente es energía" (sí, lo dijo, lo dijo), pues nada, uno se cura con la mente. Lástima que esto, que es tan fácil, no nos los ha enseñado nadie antes, y ahora ya es un poco tarde y hay que pasar por caja. Pero para eso está Lipton, claro. No es broma. Este es el tipo de cosas en que se basan negocios como el llamado Instituto de Bioingenieria Cuántica, que es tan Instituto como cuántico y que ofrece cursos como "Especialidad de Entrelazamientos Cuánticos (Sexualidad)". No se despisten, y recuerden que, una vez que hemos aprendido a reconocerlo, no hay olor más fácil de detectar que el hedor de la mendacidad. (Publicado originalmente en SciLogs el 16/01/2020). A vueltas con el entrelazamiento cuántico en la cultura popular. A Ernesto Lozano Tellechea, que me propuso este blog en 2015. En un momento de su célebre "The demon-haunted world", extrañamente traducido al castellano como "La ciencia y sus demonios", Carl Sagan se lamentaba del sesgo hacia lo paranormal y la conspiración de "Expediente X" (y eso que no pudo ver la ridícula continuación del año 2016), y pedía que existiera un programa para adultos que fuera como "Scooby-Doo es para los niños", es decir, una serie en la que "los presuntos casos paranormales sean investigados sistemáticamente y se encuentre que cada caso puede ser explicado en términos prosaicos". Esto estaría "mucho más cerca de la realidad y haría un servicio público mucho mayor" (Traducciones apresuradas mías). O, por decirlo en las ya inmortales palabras del Dr. Stephen Strange en "Spiderman: No way home": "please, Scooby-Doo this shit". Efectivamente, solemos considerar que a los niños, a partir de cierta edad, conviene enseñarles a pensar racionalmente: así recuerdo yo aquellos encantadores libros de "Los tres investigadores" en los que al final de cada historia los chicos le iban a explicar el caso a Sir Alfred Hitchcock (aunque mi mujer me asegura que en algún caso había explicación paranormal y no he vuelto a leer todos de adulto), por no mencionar lo mucho que me impresionó de niño Sherlock Holmes. Sin embargo, al parecer, los guionistas y directores consideran que eso es demasiado aburrido para nuestras sensibilidades posmodernas de adultos y que es mucho más interesante lo contrario: ya saben, empiezan a pasar cosas extraordinarias y el personaje racionalista balbucea "estoy seguro de que hay una explicación racional para esto" mientras disimula a duras penas el tic nervioso y el creciente olor a pis de su bragueta, hasta que es barrido de la faz de la tierra por un monstruo venido de otra dimensión y queda como un idiota, mientras que el personaje de la chica luchadora a la que nadie hacía caso pero que nunca dejó de creer en el monstruo a pesar de la ausencia de pruebas y lógica acaba siendo reivindicada, y así aprendemos a "tener la mente abierta" y sandeces así. Nada que objetar, claro. Hay películas que pueden ser estupendas sin que haya que tomarse muy en serio el argumento. Sin embargo, no sé, a lo mejor estaría bien de vez en cuando que la cosa fuera al revés: si no por lo de la realidad y el servicio público que decía Sagan, al menos por variar. Así (o sea, al revés) eran algunos de los mejores episodios de "House", y así pensaba yo que estaba siendo "Evil" (aunque viendo el rumbo que ha tomado la cosa en la segunda temporada ya no estoy muy seguro), la última genialidad del matrimonio King, los creadores de las maravillosas "The good wife" y "The good fight". En esta serie, los protagonistas investigan para la iglesia católica supuestos casos de posesiones demoníacas (!). Se trata de un trío formado por un sacerdote atípico y atractivo, inclinado hacia la explicación sobrenatural, una psicóloga escéptica y agnóstica que busca explicaciones psicológicas y finalmente Ben Shakir, mi personaje favorito, que hace lo que a mí me gustaría hacer de mayor: encontrar las causas físicas, químicas, naturales de lo que ocurre. Como es natural, nuestro racionalista Ben sufre el castigo adecuado a su manera de ver la vida cuando se lía con una chica que parece normal pero que acabamos descubriendo que tiene una extraña creencia sobre sí misma. A estas alturas las dos o tres lectoras que hayan llegado hasta aquí se estarán preguntado por qué demonios (ja) les estoy contando esto. Pero claro, ¿a qué no saben de qué acabaron hablando Ben y Vanessa en el episodio 8 de la primera temporada? ¡Lo han adivinado! Del entrelazamiento cuántico. Traduzco yo, no sé si coincidirá con los subtítulos o con el doblaje: "Ben: Y parecías tan cuerda. Vanessa: Muchas gracias. Ben: Vamos, ¿qué quieres que piense de esto? Vanessa: Todas las creencias parecen raras desde fuera. Tú crees en el entrelazamiento cuántico. Ben: Sí, porque está demostrado. Vanessa: Tienes dos partículas diferentes en dos sitios totalmente distintos, y tienen un efecto la una en la otra instantanéamente a 10000 veces la velocidad de la luz. ¿Cómo es posible? Ben: Espera. ¿De verdad que estás comparando el entrelazamiento cuántico con que tú creas que tu hermana muerta está injertada en tu lado izquierdo? Vanessa: En mi lado derecho." Observarán que Ben se sale un poco por la tangente. Es normal: en ese momento tiene asuntos más urgentes que atender, y además, le pasa como a todos nosotros, que las grandes frases se le ocurren siempre a posteriori. ¡Pero para eso está este cuaderno de bitácora! Veamos qué es lo que tenía que haber dicho Ben Shakir.
Quizá en primer lugar, debería decir: "A ver Vanessa, aclárate. Entiendo que estés preocupada por lo de tu hermana y eso, pero... ¿Instantáneamente o diez mil veces la velocidad de la luz? Porque no es lo mismo... Y ¿por qué diez mil? ¿Por qué no mil o un millón?" La imprecisión en los términos suele ocultar una incomprensión más profunda. Quizá se acuerdan de un lector que me quería explicar que ese número era exactamente 13.800, porque había malinterpretado, junto con unos cuantos sitios web, ciertos resultados experimentales. Lo cierto es que no es 10000, ni 13 800, ni instantantámente, ni nada: en el entrelazamiento cuántico, y esto es lo que tendría que explicar Ben, nada viaja a ninguna velocidad entre las dos partículas. Solo décadas de mala divulgación, de llenarnos la boca con "fascinante", "misterioso", "extraordinario", "nadie entiende", "los dados", "el gato" etc. han conseguido convertir a un fenómeno científico tan cierto como la ley de la gravedad en un chascarrillo para discusiones esotéricas. En la explicación habitual del entrelazamiento cuántico en la divulgación y la cultura popular, que es la que lleva a este malentendido, se hace trampa y se mezcla a una persona que tendría un conocimiento total y ahora sí instantáneo sobre todas las partículas, por separadas que estén, con otra persona que solo estaría en posesión de su partícula y, por tanto, solo tendría acceso y conocimiento sobre su parte del sistema. Esa trampa en la explicación es la que lleva a pensar que existe el efecto del que hablaba Vanessa. Por enésima vez: la supuesta magia de las explicaciones convencionales del entrelazamiento cuántico es fácil de conseguir sin física cuántica. Imaginemos que Juan Tamariz mete una bolita roja y otra azul en su chistera de mago. Tras eso, revuelve un poco en la chistera, saca una bola y sin mirar su color la introduce en una caja. Después mete esa caja en otra más grande, en la que también incluye una carta con la explicación de lo que acaba de hacer, y manda el paquete por correo a nuestra amiga Scarlett en Los Ángeles, o como gustan hacer en estas explicaciones, al otro confín del universo (!) (en un Quinjet o lo que sea). Al abrir la caja y leer la explicación, Scarlett sabe que hay una probabilidad del 50% de que su bola sea roja y un 50% de que sea azul, y también sabe que la bola de Tamariz tiene exactamente esas mismas probabildades. Pero tras abrir la caja con la bola y comprobar el color, ya está segura del color de la bola de Tamariz, aunque él se encuentre en el otro confín etc. Cha-na-nán. Magia potagia. ¿Un poco decepcionante, no? ¿No habría molado más si Tamariz no manda la carta con la explicación? ¡Sin duda! Así que la magia estaría en averiguar el color de la bola sin que haya carta (transmisión de información entre las partes). ¿Podemos hacer eso con física cuántica, con el entrelazamiento cuántico? No. Algún ejemplo así tendría que haber contado nuestro Ben, y si Vanessa realmente tiene curiosidad por el conocimiento y quiere realmente entender, entonces le hará preguntas y seguramente Ben tendrá que llegar a que el mal llamado colapso de la función de onda no es un proceso físico en el que se transmita materia, radiación, información o energía, sino una mera cuestión de actualización de probabilidades, de la misma forma que el resultado positivo de un test de antígenos cambia dramáticamente la probabilidad de que esté infectado, y por tanto, también la de mis amigos, que ahora a lo mejor están en Australia o en el otro conf...(bueno, venga, no), pero a nadie se le ocurre que el test ha tenido ningún efecto sobre mí y menos sobre mis amigos. Y por todo esto, Vanessa, ¡oh Vanessa! (tendría que decir Ben) es por lo que creo que existe el entrelazamiento cuántico, o mejor dicho, por lo que sé que existe el entrelazamiento cuántico. Porque eso es lo mejor de que las fuentes de tu conocimiento sean la mejor ciencia disponible, aquella que proponen nuestras mejores teorías y comprueban cientos de experimentos, y no un libro sagrado o un bloguero de Tallahassee: no necesito creer, porque sé. Mi querida Vanessa, sé. (Publicado originalmente en SciLogs el 11/01/22. En la foto: "¡Porque está demostrado!" Nicole Shalhoub y Aasif Mandvi, Evil 1x08 (2019).) En el número de julio de Investigación y Ciencia.Los títulos de crédito iniciales todavía siguen saliendo en la pantalla. Aparece un individuo disfrazado de "científico loco" garabateando fórmulas de segundo de Físicas con un rotulador verde en una pizarra transparente. (Costó encontrarla. "Es que nadie las fabrica porque nadie las usa"- decía el ayudante de dirección. "Pero es que yo la quiero transparente, ¡maldita sea!"-insistía el director.) El individuo se queda pensativo unos segundos analizando el resultado obtenido (pi tercios) y saca la grabadora. "Día 45. Prueba número 23. Nuevos parámetros. Introduciendo sujeto en la caja. Iniciando proceso radiactivo". Primer plano de la mirada intensa a la caja. "Vamos, vamos" murmura nuestro héroe. La esperanza dura unos segundos, porque de pronto se oye un maullido de terror. "Abriendo la caja. Resultado negativo. Sujeto perdido otra vez". "Mierda. No lo entiendo" nuestro héroe habla con una foto pinchada en un corcho, al lado del retrato de Einstein. "No lo entiendo, pero le prometí a tu madre que lo haría, aunque me dejara la vida en ello, y eso es exactamente lo que voy a hacer. Cof, cof, cof" el héroe tose. "Necesito una copa".
Así sería más o menos el día a día de un investigador en física cuántica, si hacemos caso a la cultura popular y la divulgación. Pero si quieren hacerse una idea un poco más realista de a qué nos dedicamos en realidad, pueden echarle una mirada al artículo que publica Investigación y Ciencia en su último número (julio de 2022) "Corrección de errores cuánticos", escrito por la doctora Zaira Nazario, física teórica de IBM, y traducido por el profesor Vázquez Mozo (el original en inglés fue publicado en mayo por Scientific American). El artículo se lleva la portada del mes "La clave de la computación cuántica", y está bien que por una vez la física cuántica de verdad sea la noticia, y no los multiversos, las variables ocultas o los multigatos. Ya les adelanto que se van a aburrir mucho, porque: - no aparecen ni una sola vez las palabras "fascinante", "maravilloso", "extraordinario" o "misterioso", ni ninguna de sus derivadas. - no aparecen felinos de ningún tipo. - ¡no sale Einstein! - no es necesario ningún cambio de paradigma. Pero a cambio del aburrimiento, tal vez puedan conseguir algo mucho más interesante que todo eso: entender (sí, olvídense ya de eso de que nadie puede entenderla) algo sobre cómo la física cuántica funciona de verdad en sistemas físicos reales. El tiempo y el espacio que la doctora Nazario se ahorra al no hablarnos por enésima vez del amigo de Wigner y el debate Einstein-Bohr, le permite centrarse en cosas tan sutiles e importantes como ésta: "Si escucha que lo que hace especial a la computación cuántica es que hay superposición de estados y entrelazamiento, ¡cuidado! No todos los estados superpuestos o entrelazados son especiales. Algunos se implementan mediante un conjunto de puertas transversales denominado grupo de Clifford, y un ordenador clásico puede simular de manera eficiente cualquier cálculo cuántico que use solo puertas de Clifford. Lo que necesitamos son puertas que no pertenezcan a este grupo, las cuales no suelen ser transversales y son difíciles de simular con un ordenador clásico." Mis dos o tres lectoras tal vez se hayan dado cuenta de que esto supera y corrige lo que conté aquí y aquí. No es fácil dar con el nivel adecuado de detalle y explicación, aunque lo seguiré intentando. La doctora Nazario lo consigue en su gran artículo, que marca el camino de lo que será la computación cuántica en los próximos años: "A fin de avanzar y diseñar métodos más eficientes para lidiar con los errores, es necesaria una estrecha retroalimentación entre teoría y dispositivos. Los teóricos han de adaptar los circuitos cuánticos y los códigos de corrección de errores a las limitaciones que imponen las máquinas. Y los ingenieros deben diseñar sistemas que se adapten a los requisitos de los códigos de corrección de errores. El éxito de los ordenadores cuánticos depende de saber gestionar estas interacciones entre la teoría y la ingeniería." De eso se trata, entonces: generar entrelazamiento cuántico del tipo especial que hace que funcione la computación cuántica, y hacerlo con un número de errores lo suficientemente bajo como para que puedan ser corregidos de manera eficiente. Si no, no podremos superar la situación actual, en la que "no todos los dispositivos que la gente llama «ordenadores» cuánticos son auténticos ordenadores: muchos se parecen más a calculadoras que solo pueden abordar ciertas tareas concretas." ¿Aburrido? Verdadero. (Publicado originalmente en SciLogs el 27/07/22. En la foto, el Dr. Nefario, de “Despicable me” haciendo computación cuántica). Comentarios de un experto en computación cuántica. Un amigo que trabaja en una empresa (creo que se les llama start-ups) de computación cuántica ha leído ávidamente mi anterior entrada "Paralelos" y me ha enviado unos comentarios que creo que pueden ser de interés para el lector. En primer lugar, me ha mostrado su sorpresa porque no mencionara el entrelazamiento cuántico. Bueno, las dos o tres lectoras que me siguen sabrán que he hablado muchas veces del entrelazamiento cuántico como uno de los motivos principales de que las tecnologías cuánticas vayan más allá que las correspondientes tecnologías convencionales. Ese no era el motivo principal de mi artículo en esta ocasión, sino sólo explicar cómo funciona un ordenador cuántico, en oposición a la idea habitual de un "montón de cálculos en paralelo". Sin embargo, es cierto que invocar solamente la interferencia y la superposición puede ser confuso, ya que, naturalmente, la interferencia y la superposición son fenómenos que se dan también en ondas clásicas como ondas en el agua, luz etc. Así, lo que sería "genuinamente cuántico" no es la interferencia y superposición en sí, sino el hecho de que esos fenómenos se den en sistemas como los bits cuánticos, que desde el punto de vista clásico no serían ondas, pero desde el punto de vista cuántico están descritos por una función de onda. Eso da lugar al fenómeno de entrelazamiento cuántico en sistemas de varias partes (por ejemplo, varios cubits), que no ocurre en ondas clásicas y que efectivamente es clave para que el fenómeno de amplificación de interferencia del algoritmo de Grover funcione. En el ejemplo con dos cubits, aunque el estado inicial es una superposición que no contiene entrelazamiento, el proceso siguiente contiene puertas lógicas que actúan a la vez sobre los dos cubits y los entrelazan. En mi descargo, señoría, diré que tampoco Scott Aaronson y Zach Weinersmith hacían referencia al entrelazamiento en su genial "La charla" (traducción de Ernesto Lozano), que era la inspiración de mi modesta entrada. Sin embargo, mi amigo no se impresionó lo más mínimo por este argumento, e incluso me acusó de caer en una falacia "ad verencundiam" (para que ven con qué cuidado hay que andarse hoy en día en las discusiones). El siguiente comentario hacía referencia a la naturaleza "oracular" del algoritmo de Grover (así hablan los expertos en computación cuántica, ya ven). En mi artículo, ese aspecto está escondido en algunos detalles del funcionamiento de la "app Grover" (que me inventé, claro), que clasificaría los números de teléfono y los nombres de los usuarios en "casillas" etiquetadas por 00,01,10,11, de manera que finalmente el algoritmo busca la etiqueta de la casilla. Bien, el comentario técnico es que, para listas muy grandes, ese "proceso de etiquetado" llevaria un tiempo similar al que uno gana en la búsqueda, de manera que no está tan claro que el algoritmo de Grover pueda ser muy práctico después de todo. En cualquier caso, el objetivo era mostrar un ejemplo sencillo y bonito, aunque académico, para mostrar las ideas básicas (que son las mismas que en otros más complicados y con más potencial práctico, como, por ejemplo, el algoritmo de Shor para factorizar en números primos grandes). Finalmente, el último comentario es el más importante, ya que ataca directamente a mi corazón de cinéfilo. Mi amigo me afeó mi traducción del célebre "shaken, not stirred" del famoso agente con licencia 00 al servicio de Su Majestad. Por supuesto, conozco el original, pero me pareció que muchos lectores apreciarían el guiño a los entrañables, aunque a veces defectuosos, doblajes al castellano que yo veía de niño. Vean, por ejemplo aquí la excelente explicación gráfica de Carey Lowell. Creo que mi amigo no era del todo consciente de la profundidad del debate que estaba abriendo: vean aquí las N traducciones distintas que se han hecho. Tal vez, algún día un algoritmo cuántico nos dé el resultado perfecto... (Publicado originalmente en SciLogs el 20/03/19).
Equiparar ciencia y pseudociencia no es una demostración de humildad.En las discusiones con los defensores de las pseudociencias, pseudoterapias etc. aparece siempre el argumento de la supuesta falta de humildad del científico. Si, por ejemplo, insistes en decir que el agua con azúcar (que ellos llaman homeopatía) no cura, y que de nada sirve invocar la física cuántica para justificarse, porque seguirá sin curar, ellos te acusan de falta de humildad. El argumento es asombroso, ya que, al mismo tiempo que dicen esto, están haciendo un enorme despliegue de falta de humildad intelectual: pretenden decirle a un experto que lleva años estudiando e investigando en física cuántica, que ellos saben más sobre el asunto. De hecho, la ausencia de humildad es el núcleo mismo de su edificio teórico: en la mayoría de los casos, creen haber descubierto una enorme conspiración que ha pasado inadvertida para la mayor parte de los mortales, excepto para unos pocos seres de perspicacia superior, que la han desenmascarado gracias a unas cuantas sugerencias de You Tube y a un bloguero de Tallahassee. Pero no, es el científico el que carece de humildad: ¿cómo se atreve a afirmar, con esa insultante prepotencia, que la tierra no es plana? En realidad, el esfuerzo científico es esencialmente un ejercicio de humildad. Desde los primeros años de estudio, uno tiene que asumir que la verdad científica no tiene que ver con sus intereses, valores y prejuicios personales, sino que es algo que se adquirirá, en el mejor de los casos, después de muchas horas de trabajo. En ese camino, cada pregunta que se resuelve suele servir solamente para que se planteen inmediatamente otras muchas más. Se acaba aprendiendo que ese camino no solo no tiene final, sino que además puede cambiar en cualquier momento. Por un lado, la verdad científica es contingente por naturaleza, y siempre es susceptible de ser ampliada, completada, matizada, corregida. Por otro lado, hipótesis que parecen razonables pueden ser completamente descartadas en un instante por un experimento. Esa es la auténtica naturaleza de la humildad de la ciencia: su sometimiento al método científico. Sin embargo, ese mismo método permite descartar como falsas todas aquellas cosas que contradicen los experimentos. Si el científico no lo hiciera ("bueno, todo apunta a que la tierra es esférica, pero ya saben, en cualquier momento alguien me puede demostrar que es plana, así que ¿quién sabe?") no estaría siendo humilde, sino contribuyendo a la ignorancia y el oscurantismo. Déjenme ser más preciso: el científico debe estar abierto a que en el futuro aparezca una explicación aún más completa sobre la geometría de nuestro planeta. Por ejemplo, si los experimentos confirmaran alguna vez la teoría de cuerdas, eso querría decir que en realidad existen más dimensiones espaciales, sólo que no las vemos porque son muy pequeñitas, de la misma forma que si miramos desde lejos una manguera cilíndrica nos parecerá que es un objeto de una dimensión. Por tanto, supongo que si la teoría de cuerdas fuera correcta, podríamos decir que en realidad la tierra no es exactamente una esfera (¡¨achatada por los polos"!, como nos decían de niños) sino un objeto de diez dimensiones, siete de ellas microscópicas, cuya proyección sobre las tres dimensiones espaciales macroscópicas resulta ser una esfera... De lo que sí podemos estar seguros es de que nunca será plana en esas tres dimensiones, de la misma forma que Clemenceau, según recordaba Hannah Arendt, podía estar seguro de que los historiadores del futuro nunca dirían que Bélgica invadió Alemania al inicio de la Primera Guerra Mundial ("Para ilustrar este punto, y como pretexto para no profundizar en él, recordemos que, al parecer, durante los años veinte, poco antes de morir, Clemenceau mantuvo una conversación amistosa con un representante de la República de Weimar sobre la cuestión de la culpa del estallido de la Primera Guerra Mundial, "En su opinión, ¿qué pensarán los futuros historiadores acerca de este asunto tan problemático y controvertido?", fue preguntado Clemenceau, quien respondió: "No lo sé, pero estoy seguro de que no dirán que Bélgica invadió Alemania". Hannah Arendt en Verdad y mentira en política. Traducción de Roberto Ramos Fontecoba. (Página Indómita 2017)). Es decir, la naturaleza contingente de la verdad científica no impide afirmar con rotundidad y sin falsa humildad que algo es mentira. A mi juicio, todo esto se enmarca dentro de la degradación general de la imagen del científico en la cultura popular. En las películas comerciales modernas, frecuentemente los científicos son descritos como seres arrogantes, vanidosos, insensibles, completamente desconectados de la realidad, muchas veces vendidos a intereses espurios cuya naturaleza no acaban de comprender, a cambio de la promesa de gloria y reconocimiento, que les ciega hasta el punto de que son incapaces de un elemental análisis de los riesgos implicados en la investigación. Los científicos generan todas las catástrofes, "jugando a ser dioses" y solo en unas pocas ocasiones son capaces de arreglarlas hasta cierto punto. (Con un punto de ironía, se lo dice Tony “Iron Man” Stark a Bruce “Hulk” Banner en Vengadores: la era de Ultron (2015): “We're mad scientists. We're monsters, buddy. We've gotta own it. Make a stand.”) ¿Cuándo empezó todo esto? Mi impresión es que no era así en los 70 (en Tiburón el científico era el mejor de los tres personajes principales) ni en los 80 (piensen en el entrañable Doc Brown de Regreso al futuro: sin duda excéntrico y despistado, pero incapaz de hacer daño y muy consciente de los riesgos de los viajes en el tiempo). ¿Tal vez fue en los 90, con Parque Jurásico? Es tentador atribuirle toda la culpa al misticismo posmoderno a la Paulo Coelho, y sin embargo, tal vez la culpa sea de Carl Sagan. Sí, Sagan es admirado por su gran trabajo de divulgador y su defensa del método científico, el escepticismo y el pensamiento crítico. Pero en su novela Contacto de 1985, que llevó al cine el infravalorado Robert Zemeckis en 1997, parece abrazar una visión ambigua en la que el racionalismo de la doctora Ellie Arroway queda al mismo nivel que las extravagancias de Joss Palmer, una suerte de estrafalario predicador (interpretado en la película por Mathew McConaughey, en la época en que se decía que era el nuevo Paul Newman, por lo cual él se dedicaba a lucir sonrisa, viniera a cuento o no. Afortunadamente, despertó de aquel mal sueño años después, a tiempo para hacer Interstellar y True Detective) que, entre otras cosas, cree haber muerto, resucitado y visto la cara de Dios. La crítica a los fanáticos y a la rigidez de las religiones oficiales se combina con una suerte de relativismo cultural en el que viene a parecer que todo vale si se dice de buen rollo. En ese sentido, ni siquiera Sagan consiguió ir más allá de determinados clichés de la cultura popular, y quizá contribuyó a su creación. Nada más lejos de mi intención pretender que los personajes de ficción se ajusten a modelos ideológicos preconcebidos, me gusten estos o no, pero, siquiera por variar, estaría bien que alguna vez los personajes racionalistas no fueran castigados por serlo "demasiado", y no fueran siempre superados por las circunstancias (las cuales, claro, incluyen eventos sobrenaturales que no son capaces de asimilar). Por supuesto, esto puede estar muy bien en las películas, pero el problema es cuando la gente repite esos argumentos sin más en la vida real: por ejemplo, el tópico de "tener la mente abierta", con el que se pretende que aceptes una explicación anticientífica. Puesto que, al contrario que en las películas, nada de lo que sucede en la vida real es sobrenatural, admitir la validez de las explicaciones irracionales y ponerlas en igualdad con las que proporciona el método científico, no es abrir la mente a nada sino, más bien, cerrarla a la realidad. Dicho esto con la máxima humildad, naturalmente. (Publicado originalmente en SciLogs el 04/01/20).
Detectives privados en la era de la posverdadEn esta época, los argumentos basados en las emociones tienen aparentemente más peso que las actitudes racionales. Hace unos años se puso de moda estar "indignado", a partir de la publicación de un panfleto que tuvo éxito. Desde entonces, la indignación se convirtió en un argumento en sí mismo, y se le dotó de una autoridad tal que anulaba cualquier discusión o matiz: si alguien estaba indignado, es que sin duda tenía razón y había que hacer caso a sus demandas. La cosa funcionaba más o menos como en la película de Sidney Lumet Network (1976), en la que el presentador del telediario Howard Beale perdía la cabeza tras ser despedido, y daba en creer que su misión cósmica era ahora dedicarse a arengar a las masas "I am as mad as hell and I am not going to take this anymore" ("estoy muy cabreado y ya no voy a aguantar más"). Las razones de su enfado y las soluciones que proponía eran lo de menos: sus discursos airados, vociferados a gritos y que solían concluir con un desmayo final, le convirtieron rápidamente en un ídolo de masas. Y eso que todavía no había redes sociales. Últimamente, lo de indignarse ya ha pasado de moda y parece insuficiente. Si se asoman, con el debido distanciamiento, a Twitter, podrán comprobar el éxito de gente que dice estar "enfurecida", "cabreada", "enfurruñada" etc. hasta el punto de que ésa es la manera en que quiere definirse y nombrar su cuenta ("profesor enfurecido", cosas así). ¿Qué será lo siguiente? Casi seguro que no será, digamos, "linotipista racional" o "ebanista ilustrado". Otras veces hemos hablado aquí de cómo ese desprecio de la razón se traduce en un claro desprestigio de la imagen del científico en la cultura popular. Pero lo mismo sucede con la figura del detective privado. No el de Hammett y Chandler, sino el holmesiano, el señor de inteligencia superior que lo fía todo a su sometimiento al método, a la lógica, a la obsesión con descubrir la verdad (para lo cual, claro, hay que creer en que existe tal cosa y en que, por tanto, el hecho de que haya habido un asesinato y haya un muerto, ocurrió realmente y no fue un mero "relato"). Este tipo de personaje ya no le interesa a nadie, como no sea para subrayar lo muchísimo que sufre y lo rarísimo que es por insistir en conductas demasiado (siempre demasiado) racionalistas. O para darle un giro completamente irónico, como en la reciente (y estupenda) Knives out ("Puñales por la espalda"). Los detectives modernos son como el Adamsberg de Fred Vargas, que resuelve los casos mediante intuiciones, corazonadas, golpes de suerte... en lugar de resolver el crimen, más bien pareciera que se tropieza con la solución. Vean si no las adaptaciones modernas del inmortal Hércules Poirot, de Agatha Christie. Por ejemplo, en El misterio de la guía de ferrocarriles (The ABC murders, miniserie de la BBC que adapta la novela de Christie), el hombre que se enfrentaba a todo con "orden, método y células grises", admirado y respetado por todos (salvo los asesinos) por su talento y perspicacia, el individuo jovial, honesto y brillante es sustituido por un tipo que deambula perplejo, sufriente, sujeto a todo tipo de burlas y humillaciones. El formidable mostacho daliniano cuya negritud maravilla a Hastings (el uso del tinte es para él un rasgo más de la genialidad de Poirot) se convierte en una absurda perilla tan mal pintarrajeada de negro que destiñe (de Hastings ni siquiera hay noticia, lo cual nos priva de ver su rostro admirado ante los comentarios desconcertantemente agudos del detective, ya que, como Poirot va solo, no hay comentarios). El juego intelectual de la solución del crimen interesa menos que los presuntos abismos psicológicos en los que habría que perderse para seguir la tortuosa mente del criminal. La clásica escena en la que Poirot reúne a todo el mundo y los asombra con una solución que nadie había previsto, naturalmente se omite. Poirot está atormentado por un secreto de su pasado, cómo no, del que Christie no se molestó en hablarnos en ninguna novela, pero que vamos a descubrir aquí, por supuesto, al final: ¿saben?, resulta que en Bélgica era cura y no lo sabía nadie. ¿Qué cosas, no? A estas alturas, en realidad, nos da igual, porque hace tiempo que el estupefacto espectador ha comprendido que ese señor que vaga por la pantalla y que no salva ni John Malkovich, no es nuestro Poirot, sino un impostor posmoderno, posverdadero. ¿Qué quieren que les diga? Seguramente es cuestión de gustos, pero en estos tiempos tan sobrecargados de argumentos emocionales, yo echo de menos un poco más de "método, orden y células grises". Me sobran Howard Beales y me faltan Poirots.
(Publicado originalmente en SciLogs el 16/04/20). Sobre Hugh Everett y su "teoría" En 1955, el estudiante de doctorado Hugh Everett se pasó con el vino, pero, en vez de ver dos mundos, como todos nosotros, vio muchos. Éste parece ser el origen de la llamada "interpretación de los muchos mundos" ("many-worlds interpretation") de la física cuántica. Ya saben, según esta interpretación, cada vez que un aparato de medida realiza una medición de una cierta propiedad de un sistema regido por la física cuántica, el universo se dividiría en varios universos paralelos, tantos como posibles valores de la medida. Esta idea sería una supuesta solución a un supuesto "problema de la medida". En realidad, no resuelve nada, y además no hay ningún problema: el problema de la medida no es más que la incomodidad que algunas personas sienten ante el hecho de que en física cuántica las cosas no tengan valores bien definidos y haya que recurrir a probabilidades. Mi primer profesor de física cuántica tenía un remedio estupendo para eso: "si no les gusta este universo, ¡cámbiense a otro!". Y otro remedio pueden ser esos infinitos universos de Everett. Que haya gente que se sienta más cómoda con infinitos universos que con uno solo en el que se usan probabilidades puede parecerle raro ¡oh, lector! pero no entraremos en eso: nosotros creemos que cada uno es libre de estar cómodo donde quiera, y todos de vez en cuando inventamos cosas para sentirnos mejor. Pero sí creo importante resaltar que, por definición, nosotros solo tenemos acceso a nuestro universo (no se deje engañar por la publicidad). Por tanto, la interpretación de los muchos mundos es, por su naturaleza, completamente indemostrable: lo mismo valdría decir que las probabilidades aparecen porque así lo quiere un dios, o por culpa del patriarcado. ¿Es esto física? pregunta Popper mientras clava en nuestra pupila su pupila vacía... Les dejo la respuesta a ustedes. En todos estos años como investigador, no he encontrado un solo colega que me haya dicho que se toma en serio esta interpretación. Sin embargo, no hay charla, artículo o libro divulgativo en la que no se mencione, hasta el punto de que creo que muchas personas creen que todos los físicos cuánticos creemos necesariamente en los universos paralelos. Everett dejó la física después del doctorado. En palabras de Adam Becker, "estaba más interesado en el dinero y en las cosas que le podía dar: buena comida y bebida, cosas de lujo, y mujeres. Quería un estilo de vida "Mad Men", no un despacho de profesor" (la traducción es mía). ¿Qué quieren que les diga? Simpatizo: yo mismo tengo unas cuantas botellas escondidas en mi despacho, cual minibar de Don Draper. Incluso a veces en casa le digo a mi mujer "fix me a drink" (naturalmente, no me hace ningún caso). Más raro me resulta eso de que, según varios testimonios, Everett creyera en la "inmortalidad cuántica": supuestamente, siempre estaría vivo en algún universo, y su "conciencia" le seguiría siempre allá donde estuviera vivo... Sin embargo, su hijo Mark Everett, el cantante de los Eels, está bastante seguro de que su padre murió de un ataque al corazón en 1982. Mark no hacía mucho caso de las teorías paternas, quizá porque, según sus recuerdos, el físico no pasaba mucho por casa. Pero hay otros hijos que tienen la manía de tomarse en serio las cosas que dicen sus padres, por tontas que parezcan. Por ejemplo, una variante obvia de esto de la "inmortalidad cuántica" es el suicidio cuántico: no te pasará nada, porque siempre estarás vivo (¡ay!) en algún universo. Como Everett había pedido que sus cenizas se tiraran a la basura, y su mujer había cumplido su deseo, su hija Liz, años después, en su nota de suicidio, pidió que hicieran lo mismo con las suyas, para ver si así acababa en el universo correcto, con papá. Por mi parte, como solo me tomo en serio a Woody Allen, creo que, por muchos problemas de interpretación que pueda tener este universo, sigue siendo el único lugar en el que uno puede tomarse un buen filete. (Publicado originalmente en SciLogs el 24/10/18).
Un curso de verano muy poco recomendable Eulalia Valldosera es "artista y medium". Según su propio diagnóstico "ve con los ojos cerrados y escucha voces fluir desde otras dimensiones". Esto no le impide afirmar que no sólo hace arte, sino también "sanación de personas y espacios", ya que el propósito de su arte no es otro que "sanar miedos que de antiguo asolan a la humanidad", ni más ni menos. Tal vez esto explique la descripción de su trabajo: "se articula en torno al fenómeno lumínico y sigo enfocada en este fenómeno perceptivo -que en su aspecto físico penetra el psíquico". O dicho en el lenguaje poético que recomendaba Mairena: "hago cosas con luz". Les ahorro el resto, porque se lo pueden imaginar: el "cambio de paradigma", la falsa cita de Borges, el abuso de terminología científica, la vaga alusión a falsos efectos sobre la salud, culminando en unos balbuceos sobre lo difícil que es ponerle una etiqueta a su profesión:
"artista? canalizadora? sanadora? escritora? poeta? chamana? visionaria? artesana? curadora? actora? … tal vez curatriz, o curactriz?…corresponsal del matriz!" donde vemos claramente su acusada vena literaria, que la sitúa en algún lugar del camino que separa a James Joyce de Paulo Coelho. Esta especie de aprendiz de profesora Trelawney lo tendría difícil para entrar en Hogwarts, pero en cambio ha encontrado cobijo en la Universidad Complutense de Madrid, gracias a la colaboración del Dr. Ricardo Horcajada González, quien le ha organizado el siguiente curso de verano: "Dibujo y energía. Arte, mística y cuántica: teorías y prácticas", con el que sin duda se cubren de gloria él y la institución. El curso estaría dirigido a: "Personas que tienen, o no, el hábito aprendido del dibujo, ya que su desarrollo es aplicable a toda disciplina que necesite visualización y una mente proyectual. Una metodología diseñada para desarrollar nuestro potencial intuitivo y aplicarlo al propio crecimiento vital, profesional, tanto en la esfera artística como en la analítica, en pos de una comprensión de la vía mística como herramienta integradora de las artes que propicia soluciones con los temas vitales que se nos plantea actualmente el colectivo." Ya ven, está dirigido a cualquiera que pague. Entre sus objetivos tenemos: "Un viaje individual y colectivo planteado como un rescate de nuestra esfera intuitiva que a menudo vive distorsionada bajo programas, creencias o traumas. La práctica del dibujo, el conocimiento de las fuerzas del color, contribuyen a desvelar nuestras pautas de comportamiento ante el espacio del papel y de la vida. Se compartirán una serie de herramientas, visibles e invisibles, para entrar en contacto con nuestro cuerpo energético o vibratorio, con los saberes de la mística y sus paralelos en el lenguaje de la física de partículas." Pero como igual no colaba esto de mencionar la física de partículas en un curso de dibujo, hay que aplicar la "doctrina Shaw" y meter explícitamente la palabra cuántica, con la imprescindible ayuda del calzador: "Aplicaremos los principios de la física cuántica para entender la interdimensionalidad y aprender a acceder a las diversas voces que acunan nuestros procesos vitales básicos. Nos acercaremos a la naturaleza practicando al aire libre y estudiaremos las experiencias de artistas y sanadores que han cultivado las artes visuales en sus respectivos campos entrelazados, aprendiendo, junto a ellos, a dirigir los propios procesos internos, con el fin de que cada uno acceda a sus verdaderos dones o capacidades únicas." A lo mejor todo este mejunje todavía no le ha convencido a usted para pasar por caja. Es preciso engañar abiertamente y aludir explícitamente a los falsos efectos beneficiosos que esto tendrá sobre su salud: "Arte y sanación van de la mano en este espacio pensado para todo tipo de profesionales: somos seres creativos, sean cuales sean nuestros objetivos y las formas que elegimos." Un punto a favor es que el programa no parece muy duro, o tal vez sí, dependiendo de lo que sea el "anclaje de la burbuja energética", o lo doloroso que pueda resultar la "apertura y cierre de nuestra aura para su reprogramación". Pero imagino que esto se puede compensar con la imprescindible sesión de meditación de cada día y las no menos imprescindibles salidas al monte para las "prácticas energéticas con el ser del árbol" y al monasterio de El Escorial, que lo bueno es que pilla cerca. Hasta estoy tentado de acudir a ver exactamente de qué va la charla "La cuántica y sus aplicaciones intencionales mediante la visualización", que tiene una pinta sublime. ¡Qué vergüenza, mi querida "Complu"! ¿Servirá este desastre para que alguien revise mejor los contenidos de los cursos de verano la próxima vez? (Publicado originalmente en SciLogs el 22/06/2018). ¿O no? Sobre "Avengers: endgame".Como todo el mundo sabrá ya a estas alturas, al final de "Avengers: Infinity war"(2018) el malvado Thanos, sin duda preocupado por el exceso de población, hacía desaparecer a la mitad del universo con un chasquido de dedos. Naturalmente, esto solo era posible gracias a que estaba en posesión de las seis "piedras del infinito" ("Infinity stones"). El proceso es, en principio, reversible: basta con tener las piedras en tu poder y volver a chascar los dedos. De ahí que, como era previsible, "Avengers: endgame" empiece con los Vengadores intentando recuperar las piedras. Sin embargo, pronto descubrimos que Thanos, convencido de su papel en la demografía universal, ha destruido las piedras, y con ellas la esperanza de recuperar a los seres desaparecidos. La situación, como se ve, es bastante apuradilla, y así los Vengadores pasan cinco años en los que no dan pie con bola, cada uno gestionando su fracaso como buenamente puede. Hasta que aparece Scott Lang (Ant-Man) al que habíamos perdido la pista al final de "Ant-man and the wasp" (2018). Como se recordará Ant-Man se había introducido en una cosa llamada "túnel cuántico" con el objetivo de hacerse tan pequeño que pudiera acceder al "reino cuántico" ("quantum realm"). Precisamente, el chasquido de Thanos había hecho desaparecer a los personajes encargados de hacerle recuperar su tamaño normal. Cosa que finalmente acaba ocurriendo de casualidad... pero cinco años más tarde. Sin embargo, Ant-Man no es consciente de que hayan pasado cinco años: para él han pasado unas cinco horas. Esta idea es la que pone a los Vengadores en la pista para construir una máquina del tiempo: "el tiempo pasa de manera distinta en el reino cuántico", nos dice Ant-Man. La mera aparición de la expresión "reino cuántico" debería hacer saltar las alarmas de las dos o tres lectoras a las que aflijo en este cuaderno de bitácora. Y efectivamente, a primera vista este uso de la palabra cuántica como "comodín del guionista en apuros" tiene tan poco sentido como parece. Los efectos de dilatación temporal se dan en la teoría de la relatividad, no en la física cuántica. La mayor parte de la física cuántica que conocemos no requiere de considerar ningún efecto relativista, ya que los efectos relativistas tan notables como el mencionado aparecen a velocidades comparables a la de la luz, o sea, aproximadamente 300000 kilómetros por segundo, o en campos gravitatorios muy intensos, como en las cercanías de un agujero negro. Es cierto que en los grandes aceleradores de partículas se consigue rutinariamente que partículas elementales (electrones, protones etc.) se aceleren hasta velocidades relativistas (lo cual puede describirse mediante la teoría cuántica de campos, que combina con éxito la física cuántica con la relatividad... siempre que no entre en juego la gravedad). Pero no tenemos noticias de que Ant-Man haya sido acelerado a esas velocidades; sólo sabemos que ha sido miniaturizado. Sin embargo, una segunda mirada a la frase de Ant-Man ofrece una escapatoria. Si Ant-Man hubiera sido reducido hasta un tamaño aún mucho más pequeño que el habitual en la física de partículas, hasta llegar a la llamada "escala de Planck" (aproximadamente 0.00000000000000000000000000000001 milímetros), es en esas distancias donde esperamos que aparezca un nuevo tipo de fenómeno: no efectos relativistas en un sistema cuántico, sino efectos cuánticos en el propio espacio-tiempo. Esto requiere una explicación más detallada. Antes decíamos que la teoría cuántica de campos describe adecuadamente una combinación de física cuántica y relativista (o sea, cosas pequeñitas e increíblemente rápidas) siempre que no consideremos la gravedad. En realidad, hasta cierto punto, también podemos considerar la gravedad: eso es la "teoría cuántica de campos en espacio-tiempo curvo", con la que, por ejemplo, el gran Hawking hizo los cálculos para predecir la llamada "radiación Hawking" de los agujeros negros. El problema es que esto sólo funciona bien en la medida en que el espacio-tiempo (o sea, la gravedad) pueda tratarse de manera exclusivamente clásica, sin ningún efecto cuántico. Para poder ir más allá y llegar a la escala de Planck, necesitaríamos una teoría cuántica de la gravedad, y esto, como recordará el lector, no lo tenemos. Sin embargo, es razonable especular que cualquier teoría cuántica de la gravedad deberá incluir la característica cuántica por excelencia: la indefinición de las propiedades físicas, es decir, el hecho de que estén descritas por probabilidades. De esta manera, una teoría cuántica de la gravedad debería admitir una "indefinición de espacio-tiempos": habría una cierta probabilidad de tener un espacio-tiempo plano, otra de tener un espacio-tiempo con una cierta curvatura, otro con... Una de esas posibilidades podría ser la de un espacio-tiempo con un agujero de gusano (recordemos que sería diminuto, ya que estamos en la escala de Planck). Si uno fuera capaz de mantenerlo abierto, un agujero de gusano puede convertirse en una máquina del tiempo, como explicamos una vez aquí. Siendo generosos, a esto parece aludir Scott Lang cuando habla de "navegar el caos del reino cuántico", y esto podría ser lo que nuestro ex-alumno del MIT favorito, Tony Stark, tiene en la cabeza cuando le pide a su ordenador inteligente algo relacionado con una cinta de Möbius: parece estar simulando un espacio-tiempo determinado. Así que, ¡Iron Man ha cuantizado la gravedad! No esperábamos menos de él, la verdad. De hecho, en otro momento Stark llega a mencionar la escala de Planck, lo cual avala esta interpretación. Una vez que los Vengadores tienen la máquina del tiempo, ¿qué pueden hacer con ella? Lógicamente, surge la cuestión de intentar matar a Thanos antes de que tenga ocasión de hacer desaparecer a la mitad del universo. En un diálogo que seguramente hará historia, nuestro querido científico Bruce Banner nos explica que no es así cómo funcionan las cosas: uno no puede viajar al pasado y hacer que cambien cosas que ya han sucedido. Seguramente tiene razón nuestro Hulk: eso plantearía problemas como la clásica paradoja del abuelo. El problema es que no sabemos cómo se evitan exactamente este tipo de paradojas. ¿Se evitan sencillamente porque no se puede viajar en el tiempo? Es lo que defendía Hawking, pero no fue capaz de demostrarlo. En la teoría de la relatividad general, no hay nada que prohíba terminantemente un viaje en el tiempo. Hawking pensaba que al añadir la física cuántica, aparecería la prohibición. Como Hawking no tenía una teoría cuántica de la gravedad, hizo cálculos con la mencionada teoría cuántica de campos en espacio-tiempo curvo, que sugerían que efectivamente los viajes en el tiempo serían imposibles (básicamente, el agujero de gusano sería altamente inestable y se destruiría), y lanzó su "conjetura de protección cronológica". Pero es sólo eso, una conjetura, que nadie ha podido de momento confirmar ni refutar: hacerlo requeriría conocer cuál es la teoría cuántica de la gravedad correcta. ¿Podrían estar permitidos los viajes en el tiempo pero, de alguna manera, las leyes de la física harían que uno no pudiera alterar el pasado de ninguna manera? Esto parece ser lo que piensa Banner cuando contesta afirmativamente a la pregunta "So "Back to the future" is a bunch of bullshit?" (¿cómo habrán traducido "bullshit"?) También sería consistente con la mención a Deutsch que hace Stark, ya que Deutsch encontró una posible solución a la paradoja del abuelo dentro de la física cuántica, en la que el viaje al pasado sería posible, pero el "viajero" (no hay viajeros descritos por la física cuántica, pero bueno) no podría cambiar nada. Esta visión de "lo que pasó, pasó" es interesante y elimina las paradojas de tipo abuelo, pero tiene el problema de que no le da mucho juego a los escritores y guionistas...salvo que sean como la gran J.K. Rowling (recuerden "Harry Potter y el prisionero de Azkaban"). De hecho, la propia película es incapaz de mantener de manera consistente esta visión. Los Avengers deciden no matar a "baby Thanos", pero sí robar las piedras del infinito y traerlas de vuelta al futuro. ¿Por qué pueden hacer una cosa y no la otra? Podría ser que sólo esté prohibido cambiar aquello que va a provocar paradojas, pero no es eso lo que explicaba Banner. Más adelante, otro personaje le cuenta a Banner lo que en realidad ocurre: cada vez que roba una piedra del infinito en el pasado, aparece un "universo alternativo". Banner no cambia nada en el pasado de "su universo", pero sí en el "otro universo". Así que para evitar problemas, decide que, una vez haya vuelto al futuro de su universo y haya utilizado las piedras para recuperar a los seres perdidos, las devolverá a su lugar original en el pasado, de manera que no habrá bifurcación de universos. ¿Todo bien, no? La verdad es que, por un lado, esta explicación presenta muchísimos problemas: ¿por qué sólo hay bifurcación de universos cuando se roban las piedras, y no cuando los viajeros hacen cualquier cosa? ¿Cómo sabemos qué produce una bifuración y qué no? Lo más razonable es pensar que cualquier interacción con el pasado (si no está prohibida y no tiene la capacidad de cambiar el pasado en el universo del viajero) debería bifurcar las realidades... porque si no ¡de hecho, estás cambiando el pasado! ¿Y cómo es posible que cambiar el pasado no tenga ningún efecto en el futuro? Pero en la película, la interacción de los Vengadores con el pasado al que viajan es total, incluyendo hasta personajes del pasado que viajan al futuro etc. Marea pensar la cantidad de universos posibles que podrían crearse, y parece imposible solucionar eso simplemente volviendo hacia atrás (¿a qué universo, por cierto? ¿qué garantiza que vuelva al mismo en el que robé las piedras?) y dejando las piedras en su sitio. Quizá el ejemplo más dramático es el del bueno del Capitán América, quien, tras ser enviado por sus amigos al pasado para reponer una de las piedras, decide no volver tras cumplir su misión y vivir una vida en el pasado con Peggy Carter. Su decisión es irreprochable y la celebramos, pero nos sorprende bastante que sea capaz de aparecer andando tranquilamente con aspecto de viejito en el mismo lugar (¡del mismo universo!) en el que le están esperando los amigos. ¿Así que ha sido capaz de interaccionar con su pasado durante 70 años sin que nunca haya ningún problema? Para evitar todo esto, la película establece la regla ad-hoc de que sólo el robo de las piedras es capaz de alterar el flujo del tiempo... Pero además de todos estos problemas, quizá la auténtica cuestión es que, al final, todo esto es tan arbitrario y salvajemente especulativo como ver la mano de Marty desvanecerse mientras intenta seguir el ritmo de la banda de Marvin Berry en la maravillosa "Regreso al Futuro". De hecho, no es muy diferente a lo que el gran Doc Brown le explica a Marty en la pizarra en la segunda película, tras regresar a un 1985 alternativo y trumpiano. La diferencia está en que, mientras que en las "timelines" de Doc el viajero del tiempo puede ir pasando de una a otra, en Endgame (aparentemente) los viajeros están siempre en una, pero pueden crear otras, que no les afectan a ellos, sino a otras personas. En realidad, no conocemos ninguna explicación completamente rigurosa sobre qué ocurriría en el caso (altamente improbable) de que pudiera construirse una máquina del tiempo y el viajero tuviera la posibilidad de interaccionar con su pasado. Si han llegado hasta aquí, ¡oh lectores! se habrán dado cuenta de que he intentado ser generoso con los guionistas, de tal manera que he intentado buscar la explicación más científicamente consistente con las líneas de diálogo de la película, incluso en los casos en los que eran relativamente confusas. Hay un caso, sin embargo, en el que me ha sido completamente imposible, a pesar de darle muchas vueltas: en un momento, Stark hace alusión a la "paradoja EPR" para justificar el hecho de que Scott Lang había salido como un bebé primero y después como un viejo de una especie de versión beta de la máquina del tiempo ("queríais mover a Scott a través del tiempo pero habéis movido el tiempo a través de Scott"). Una vez más, el entrelazamiento cuántico se usa aquí como una suerte de deus ex machina que justifica cualquier ocurrencia. Nada que objetar... si la peli es buena. (Publicado originalmente en SciLogs el 21/05/19).
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AutorCarlos Sabín. Investigador Ramón y Cajal en el Departamento de Física Teórica de la Universidad Autónoma de Madrid. Desde 2015 hasta 2022 escribí el blog "Cuantos Completos" en la plataforma SciLogs de la revista "Investigación y Ciencia". Autor de "Verdades y mentiras de la física cuántica" amzn.to/3b4z1MO y "Física cuántica y relativista: más allá de nuestros sentidos" http://shorturl.at/bdLN0 Archivos
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