Conclusiones de un importante estudio sobre noticias falsas publicado en Science. La revista Science acaba de publicar "The spread of true and false news online" de los investigadores del MIT Soroush Vosoughi, Deb Roy y Sinan Aral. Destaca por ser el trabajo más ambicioso sobre la cuestión de la desinformación organizada, que hemos venido siguiendo en este cuaderno de bitácora en los últimos años. Otros estudios de los que nos hemos hecho eco anteriormente se centraban en temas o sitios concretos, y sus análisis se restringían a unos pocos meses o años. En este caso, en cambio, se analizan absolutamente todas las afirmaciones ("asserted claims") realizadas en Twitter desde su fundación que puedan clasificarse como verdaderas, falsas o parcialmente verdaderas, de acuerdo al criterio de seis organizaciones de verificación ("fact-checking") independientes. Las únicas limitaciones son: la plataforma (la sobrevalorada -bueno, cada vez menos- empresa de Zuckerberg no accede a participar en este tipo de estudios) y el idioma, que es sólo el inglés. El objetivo es, por tanto, nada menos que comprobar las diferencias en la difusión de la verdad y la mentira, con la máxima generalidad posible. Estamos hablando de unas 126.000 "cascadas de rumores" (la cadena de tuiteos y retuiteos relacionada con una afirmación) difundidas por más de 3 millones de personas unos 4,5 millones de veces. ¿Tendría razón Jonathan Swift cuando, hace más de trescientos años afirmaba que "la falsedad vuela, y la verdad viene cojeando detrás"? Parece que sí. Las conclusiones del estudio son, en resumen, que las mentiras son capaces de llegar a más gente y más rápido que la verdad. Las "mejores mentiras" son capaces de involucrar en sus tuiteos y retuiteos a un número de personas que nunca es alcanzado por ninguna verdad, y lo hacen a un ritmo varias veces superior. Según los investigadores, esto no está relacionado con el hecho de que los usuarios que difunden falsedades alcancen a más gente o sean más activos, ya que de hecho sus resultados muestran lo contrario. Su hipótesis es que las informaciones falsas tienen algo que las hace más "novedosas". Efectivamente, mediante un análisis de los sentimientos que se expresan en las distintas cadenas de rumores, se ve que en las cadenas falsas aparece más el sentimiento de sorpresa, mientras que en las verdaderas aparece más la tristeza (lo cual coincide con la intuición de que la verdad es triste, aunque aquí tal vez convenga recordar a Serrat cuando cantaba que "nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio"). Algo hay en la mentira que nos resulta más atractivo, y eso hace que el número de falsedades aumente cada año (impresión que también confirman los datos del estudio) y tenga picos alrededor de los acontencimientos políticos más relevantes, como las elecciones estadounidenses. Esto nos ocurre, claro, sólo a los humanos: cuando se sustraen los datos que vienen de las cuentas robotizadas, nada varía en cuanto a las diferencias entre verdad y mentira. Por supuesto, esto no quiere decir que los "bots" políticos no sean un problema, como se han apresurado a afirmar desde determinadas agendas ideológicas: el papel de los bots en el incremento de la polarización en temas concretos ha sido demostrado en otros estudios (por ejemplo, aquí). Pero sí que señala claramente nuestra responsabilidad. Así que, ¿qué les parece?, ¿dejamos de propagar mentiras? ¿Compartimos sólo aquello que está contrastado y verificado?
Yo llevo años abogando por esto, pero los resultados que suelo obtener en mi entorno son desoladores: cada que vez que le afeo a alguien que comparta una noticia que es demostrablemente falsa, contribuyendo así a su mayor difusión, me suelo encontrar con que nadie parece muy preocupado por el asunto: "ah, sí, lo he puesto ahí, pero ni lo había mirado, la verdad" (esto es algo así como "sí, apreté el gatillo, pero ¡no sabía que era una pistola!") o "vale, esto es falso, pero hay otra cosa que..." (en el fondo, nos dicen "esto es falso pero ¡debería ser verdadero!"). Todavía no somos conscientes de la importancia de este asunto, de nuestra gran responsabilidad. Salgan de las cámaras de eco, por favor, y miren el daño que estamos haciendo. (Publicado originalmente en SciLogs el 02/04/2018).
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AutorCarlos Sabín. Investigador Ramón y Cajal en el Departamento de Física Teórica de la Universidad Autónoma de Madrid. Desde 2015 hasta 2022 escribí el blog "Cuantos Completos" en la plataforma SciLogs de la revista "Investigación y Ciencia". Autor de "Verdades y mentiras de la física cuántica" amzn.to/3b4z1MO y "Física cuántica y relativista: más allá de nuestros sentidos" http://shorturl.at/bdLN0 Archivos
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