La teoría de la relatividad de Einstein ha sido comprobada una y otra vez por los experimentos, y ha sobrevivido a todas las críticas recibidas durante más de un siglo.Albert Einstein es para todos nosotros una especie de símbolo de la inteligencia. "No hay que ser un Einstein para entender que...", "ese niño es un Einstein (no ha salido al padre)..." y cosas así, las decimos todos con frecuencia. Es por tanto muy atractivo intentar demostrar que, en realidad, no era más que un "piernas". Hay varias maneras muy populares de hacer esto. La más indirecta, pero a mi juicio la más terrible, es atribuirle toda clase de sandeces y cursilerías que nunca dijo ni pensó, como ya analizamos una vez aquí. Efectivamente, si todas esas patochadas hubieran sido dichas realmente por Einstein, nuestro desprecio estaría justificado. Otra manera muy de moda es decir que en realidad todo lo hizo su primera mujer Mileva Marić, basándose en un par de chascarrillos de whatsapp que no resisten el menor escrutinio. ¿Y qué me dicen de que cada semana la prensa anuncie que tal o cual experimento (normalmente, de física cuántica) se hace para demostrar que Einstein estaba equivocado? Pobre Alberto. A lo largo de todo el siglo XX, los más osados han ido aún más lejos, y han intentado probar que uno de los mayores logros intelectuales de la humanidad, la teoría de la relatividad, en realidad está equivocada. Una y otra vez, la teoría ha sobrevivido a todas las críticas, y ha sido corroborada por los experimentos, con un grado de precisión cada vez mayor. Hoy en día, no hay ningún debate científico respecto a la validez de los principios y predicciones fundamentales de la teoría: la relatividad es uno de los pilares más sólidos y mejor asentados del pensamiento científico. Sin embargo, en el ambiente de posverdad actual, las cámaras de eco de internet y las redes sociales permiten que lecturas sesgadas de viejos y superados debates revivan, alentando toda suerte de negacionismo científico y teorías de la conspiración. Pasa con las vacunas, el calentamiento global, los transgénicos... incluso con la esfericidad de la Tierra. ¿Por qué no iba a pasar también con la teoría de la relatividad? Louis Essen fue un notable físico experimental del siglo XX, que hizo importantes aportaciones para el desarrollo de los modernos relojes atómicos y realizó medidas muy precisas de la velocidad de la luz, entre otras cosas. El hecho de que naciera en Nottingham hace que le tenga especial simpatía, ya que en ese ciudad he vivido e investigado durante tres años. El profesor Essen fue un crítico contumaz de la teoría de la relatividad, y durante décadas envió cartas a revistas como Nature (por ejemplo, Nature 180, 1061 (1957) o Nature 217, 19 (1968)) explicando por qué, a su juicio, la teoría era incorrecta. Más adelante, ya retirado, aún tuvo ocasión de escribir estas ideas en artículos divulgativos en la revista Wireless World (hoy Electronics World). Esos artículos pueden encontrarse todavía por internet (veáse aquí o aquí) y parecen hacer las delicias de algunos lectores, como he podido comprobar recientemente. Todas estas críticas de Essen fueron convenientemente contestadas y refutadas por otros investigadores, y las predicciones basadas en esas críticas han sido demostradas falsas por los experimentos. Su argumento fue siempre el mismo durante todas esas décadas, así que nos bastará con explicar aquí los graves errores teóricos de uno de esos artículos (el más detallado técnicamente: "Relativity and time signals", del año 1978). El contenido estrictamente ciéntifico (sobre el no-científico haré algún comentario más adelante) comienza con una explicación del clásico problema de relatividad especial en el que tenemos dos relojes A y B, que se mueven con una cierta velocidad relativa constante. La predicción revolucionaria de la teoría einsteiniana es que el reloj "en movimiento" "irá más lento". Ahora bien, ¿cuál es el reloj "en movimiento"? En la teoría de la relatividad (siempre que la velocidad relativa sea constante), cualquiera de los dos tiene derecho a considerarse como un observador en reposo y a considerar que es el otro reloj el que se mueve. Por tanto, A pensará que el reloj de B va más lento, mientras que B pensará que A va más lento. ¿Quién tiene razón? Ninguno de los dos: entre observadores a velocidad constante el tiempo es relativo, igual que lo son la posicón y otras muchas magnitudes físicas. Es preciso aclarar una cosa: lo que he descrito hasta ahora no es a lo que se llama paradoja de los gemelos ni paradoja de los relojes. Es simplemente una predicción de la teoría de la relatividad. Essen admite que esta predicción "no es imposible desde el punto de vista de la lógica", pero según él tiene una consecuencia indeseable y que habría pasado inadvertida. Éste es su primer error: no existe tal consecuencia. Veámoslo con detalle. Essen imagina que tanto A como B se envían señales el uno al otro, a medida que sus relojes van dando "tics". Según él, si hacemos esto, la predicción de la relatividad especial implica que algunos tics emitidos no son recibidos. Pues bien, esto no es así. Essen no da detalles de cómo llega a esa conclusión (para él es evidente), pero parece que el razonamiento se basa en la idea newtoniana de que los tics del reloj se emiten a un ritmo universal y constante, de manera que la única manera de que el reloj vaya más lento, es que "dé menos tics". También parece ignorar el famoso efecto Doppler, según el cual la frecuencia a la que se reciben los tics será distinta a la frecuencia con que se emiten (si hay emisores o receptores en movimiento). Si tenemos en cuenta estas dos cosas, la relatividad no predice "que se pierdan tics". A partir de aquí, continúan los errores de Essen. Según él, Einstein se habría dado cuenta de este problema de los "tics perdidos" (no lo hizo, porque no hay tal problema), pero en lugar de decirlo, habría decidido ocultarlo, y ese proceso sería el que le habría llevado a decir que, en realidad, la dilatación temporal no es relativa sino que ocurre realmente para el reloj en movimiento. Pero, de nuevo, esto no es así. En realidad, Einstein llega a esa conclusión en un problema distinto al que hemos descrito hasta ahora. Este problema sí es el de la "paradoja de los gemelos". En la llamada paradoja de los gemelos, no tenemos sólo dos relojes alejándose o acercándose con una cierta velocidad, sino que tenemos que uno de ellos realiza un viaje de ida y vuelta. Por ejemplo, B se va a una estrella lejana y vuelve a donde está A. El hecho de que el viaje sea de ida y vuelta implica una diferencia fundamental: ya no es posible considerar indistintamente que cualquiera de los dos está en reposo y el otro en movimiento. El único punto de vista válido es que B está en movimiento y A en reposo. La manera más usual de explicar esto es que B debe experimentar una aceleración para frenar, dar la vuelta y regresar, aceleración que evidentemente no experimenta A. Pero incluso si no queremos recurrir a la aceleración (para no complicar el análisis y para incluir otras versiones más sofisticadas de este problema en las que puede no haber aceleración), existe otra manera de demostrar que A y B no son intercambiables. Esta manera consiste precisamente en analizar los ritmos a los que se emitirían y recibirían señales entre A y B. Una bonita y exhaustiva explicación se encuentra en el libro "Special Relativity" (A. P. French, W. W. Norton & Company, 1968). (En la traducción española del libro, página 177 y siguientes). Algo de esto le debía de sonar ya a Essen en 1978, ya que su artículo incluye una alusión críptica al efecto Doppler: "la predicción de Einstein no contiene ninguna mención al efecto Doppler..." Pero, ¿qué más da que Einstein no hiciera referencia explícita a ello en su artículo? En cualquier caso, es la explicación correcta. En conclusión, como A y B no son de ninguna manera intercambiables, el efecto de dilatación temporal no es relativo, sino real: tanto A como B están de acuerdo en que, cuando B regresa, el reloj marca menos tiempo que el que marca A. Essen rechazaba esta conclusión y (basándose en su propia solución al supuesto problema de los tics perdidos, que requería la introducción de otros dos relojes) predecía que A y B tenían que marcar el mismo tiempo. Como siempre, el mejor juez son los experimentos. Puesto que los experimentos empezaban a dar consistentemente la razón a las predicciones de la relatividad, Essen criticó también los experimentos, centrándose sobre todo en el más espectacular de ellos, que había medido el efecto en 1972 en aviones que recorrieron la Tierra en direcciones opuestas. El análisis concreto de esas críticas podía tener cierto interés en 1978, pero ahora estamos ya en 2017: muchos más experimentos independientes, con distintos sistemas físicos y con un grado cada vez más apabullante de precisión han confirmado una y otra vez esta, y otras predicciones, de la teoría de la relatividad. Caso cerrado.
Quizá debería concluir aquí, pero no puedo resistirme a comentar brevemente algún aspecto más personal de la cruzada de Essen. Las teorías de la conspiración son muy sugerentes para cierto tipo de personalidad, y Essen no fue capaz de resistirse a ellas. Así, por ejemplo, en la introducción al artículo, la revista pone en su boca que "nadie ha intentado refutar mis críticas, pero se me advirtió de que si insistía podría poner en riesgo mi futuro profesional". ¿En serio? Como he dicho antes, las cartas de Essen exponiendo libremente sus críticas fueron publicadas nada menos que en Nature, y siempre hubo quien le contestó correctamente y le explicó sus errores. Varios testimonios en respuestas a este mismo artículo de 1978 apuntan a que Essen había expuesto estas mismas ideas en conferencias y en visitas académicas a otros colegas, y había sido convincemente rebatido: "desafortunadamente, el Dr. Essen apenas parecía oírlos [los argumentos en contra], y mucho menos intentar comprender lo que se le decía" (D. Griffiths, Imperial College), "el problema no es que no haya habido respuesta a sus argumentos, sino que él no ha entendido las respuestas que se le han dado repetidamente" (Prof. J. H. Fremlin, Birmingham). Essen parecía resistirse a admitir que no tenía razón. Tampoco parece que su carrera sufriera mucho por ello... aunque no entender la teoría y negar las pruebas experimentales no suela ser el camino más recomendable para hacer física. Pero esto, tal vez, sí sea relativo. (Publicado originalmente en SciLogs el 13/12/17).
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Varios artículos aclaran definitivamente el contexto de una frase de Wigner sobre la interpretación de la física cuántica.Uno de los clásicos en el discurso entre místico y oscurantista sobre la física cuántica (junto con el conspicuo felino tirolés, la boutade malentendida de Feynman y las alusiones por elevación a Einstein) es alegar que, según Wigner, la conciencia individual es un elemento fundamental en la física cuántica. La verdad es que la primera vez que alguien me espetó esto (creo que en algún comentario en este cuaderno de bitácora), pensé que sería sencillamente mentira, ya que parecía muy improbable que un gigante de la altura de Eugene Wigner dejara escrita una patochada que se desmiente en cualquier curso básico de física cuántica (aunque era extraño, ya que estas citas inventadas suelen atribuirse a Einstein, Borges y Churchill, y no a Wigner, que es menos conocido). Por supuesto, este tipo de razonamiento no es válido, ya que la calidad de un argumento no se mide por la identidad de su autor. En cualquier caso, es cierto que existe una frase escrita por Wigner que, si la despojamos completamente de contexto (es decir, la práctica habitual de las discusiones en la red), puede llevarnos a esa conclusión. Como explica muy bien el profesor retirado Raymond Mackintosh aquí, la frase aparece en un libro colectivo del año 1962. La traducción del título del libro al español es El científico especula, pero el subtítulo es más elocuente aún: "una antología de ideas a medio hacer" (partly-baked). Es decir, la idea del libro era reunir a grandes científicos de la época para que hablaran de ideas especulativas sin demasiada base: como dice el profesor Mackintosh, mirando la lista de contribuciones "es obvio que muchos de los autores se tomaron muy en serio el reto de producir algo digno del subtítulo del libro. Tal vez Wigner también". La contribución de Wigner fue "Observaciones sobre el problema mente-cuerpo", un texto que después apareció también en otros volúmenes. Es en este texto altamente especulativo en el que encontramos el siguiente brindis al sol: tras el nacimiento de la mecánica cuántica el concepto de conciencia habría cobrado relevancia científica, ya que "no era posible formular las leyes de la mecánica cuántica de forma completamente coherente sin referencia a la conciencia". Baste decir que esta frase concluye con una llamada que nos lleva a un comentario a pie de página en el que Wigner se apoya en un texto de Heisenberg de 1958. Sin embargo, el propio Heisenberg dejó claro en 1966, en el libro Physics and Philosophy que "la teoría cuántica no contiene elementos genuinamente subjetivos, no introduce la mente del físico como parte de lo que le sucede al átomo" (todas estas torpes traducciones son mías). Esto nos aporta otro elemento clave del contexto: en esta época, algunas cuestiones básicas de la física cuántica todavía eran objeto de discusión, hasta el punto de que los mejores podían refinar sus opiniones y cambiarlas (como buenos científicos) a medida que la discusión avanzaba. Seguir recurriendo a citas de aquella época para hablar de física cuántica en el año 2019 es completamente tramposo, ya que nuestra comprensión ha mejorado dramáticamente, entre otras cosas porque el progreso experimental ha sido espectacular, y ahora podemos realizar experimentos con un enorme grado de control de la materia al nivel de unos pocos cúbits y fotones, lo cual era impensable en aquellla época. Esto ha permitido asentar los cimientos de la teoría cuántica de una forma que ha dejado obsoletas muchas cosas que se decían en aquellos tiempos. A nadie se le ocurre hablar de la ley de la gravedad citando a autores anteriores a Newton. ¿O sí? Ya era sabido que Wigner abandonó la idea más adelante, y nunca la volvió a usar. Pero además, recientemente el Profesor Emérito Leslie Ballentine (autor de uno de los mejores libros de texto sobre mecánica cuántica) ha añadido más luz a la cuestión en un artículo en la revista Foundations of Physics titulado "A meeting with Wigner" ("Un encuentro con Wigner"). En él explica que el propio Wigner confirmó públicamente en una congreso en 1987 que no creía que la conciencia causara el colapso de la función de onda, respondiendo a una pregunta directa de Ballentine (quien dice que hizo la pregunta debido a que existía una "leyenda muy extendida" según la cual Wigner pensaba eso). Caso resuelto. (Publicado originalmente en SciLogs el 18/10/2019).
Sobre una noticia y un libro recientes.El Colegio de Físicos me remite una "noticia" aparecida recientemente en La Vanguardia, al menos en su versión digital, dentro de la sección "Negocios y tendencias". La cosa lleva por título "Marketing cuántico para entender al nuevo consumidor" y se hace eco de un libro recientemente publicado, cuyo autor es Josep Alet y que lleva por título "Poder cuántico para ganar más en los negocios". El Colegio sugiere que el asunto podría ser material para el próximo informe del Observatorio de metáforas sobre física cuántica. Esto me llevó a covocar una reunión extraordinaria del Consejo Rector del Observatorio, formado en la actualidad por el Conde de Negroni y yo mismo. Tras una acalorada reunión, el Observatorio ha decidido remitir toda la información al Departamento Shaw: mientras que el Observatorio se ocupa del uso, irritante en extremo pero por lo demás inofensivo, de imágenes traídas por los pelos en prensa, libros y cultura popular, el Departamento Shaw se encarga de combatir el abuso de la "doctrina Shaw" con ánimo de lucro: ya saben, la costumbre de añadir el sintagma "cuántico/a" a cualquier disciplina con la intención de dotarla de una apariencia de prestigio que le haga a usted más susceptible de ceder sus datos bancarios (por ejemplo, "aromaterapia cuántica", "coaching cuántico"). Así, nos informa La Vanguardia de que estamos ante "un libro que trata de trazar estrategias en la denominada nueva normalidad y que lleva al mundo del mercado las teorías elaboradas por la pareja estadounidense formada por Ian Marshall y Danah Zohar, autora de The Quantum Leader: A Revolution in Business Thinking and Practice (Prometheus Books), la obra que fijó esta línea de investigación." Se ve que Marshall y Zohar se adelantaron unos cuantos años a la "nueva normalidad" ya que escribieron ese libro en 2016. Más aún, Zohar ya había escrito en los años 90 The Quantum Self y el dúo Zohar-Marshall The Quantum Society. No sé, llámenme loco, pero ¿no empiezan a ver un patrón en los títulos? Sigue ilustrándonos Ramón Álvarez, en La Vanguardia con: "La gestión cuántica, como su correlato en el marketing, no es sino la traslación de las leyes de la mecánica cuántica a un ámbito social como el de los negocios, donde la realidad es cada día más compleja y donde solo sistemas de análisis complejos que superan la lógica binaria como los de la física de las partículas pueden aprehender mejor esa complejidad." Vaya, me parece que es justo al revés. Veamos: la física cuántica puede describir la física de las partículas elementales. A medida que aumentamos en complejidad, es decir, en número de partículas, la cosa se hace cada vez más complicada y requiere de condiciones cada vez más sofisticadas de laboratorio. Cuando llegamos al nivel de la física macroscópica y no digamos ya al "ámbito social" la física cuántica ya no tiene absolutamente nada que decir. Pero bueno, largar "lógica binaria" y "aprehender" queda bien, aunque no signifique nada. Continúa el artículo entrecomillando al autor del libro: "Tanto el management como especialmente el marketing han ido abandonando la racionalidad y adentrándose en el ámbito relacional y entendiendo que muchas de las decisiones que tomamos habitualmente son irracionales y que argumentar mejor que los demás no nos garantiza tener más éxito." ¡Se agradece la sinceridad! Está claro que el autor ha tomado nota. "El marketing cuántico nos da las herramientas para entender esta nueva realidad que se fundamenta más en las relaciones que en el individuo en sí, para movernos en la actual indefinición, sin evidencias claras; para anticiparnos a ese pequeño detalle que puede definir un acción en un momento determinado, pero que en otro momento será otro; para saber cómo analizar el big data...”, explica Alet." Pero si no hay evidencias, ni racionalidad y todo está indefinido, ¿qué demonios vamos a analizar? No se preocupen, que viene la solución (vayan buscando la tarjeta de crédito): "Para ello, los principios fundamentales de la mecánica cuántica resultan útiles y efectivos. Cinco principios –cuantificación, indeterminación, incertidumbre, superposición y entrelazamiento– que el autor lleva a la empresa y al mercado para construir un novedoso modelo." Todo bien, pero es que en la empresa y en el mercado las variables no están cuantizadas, ni hay funciones de onda (y por tanto no hay superposición ni entrelazamiento) y la indeterminación y la incertidumbre vienen precisamente de que todo es tan complejo y con tantas variables, que no hay nada que la física cuántica (ni tampoco gran cosa la física clásica, por cierto) tenga que ver al respecto. “El marketing debe evolucionar para ser efectivo”, señala Alet, ¡Qué duda cabe! "quien pone como objetivo tratar de saber por qué un comprador cambia de opinión entre en un 50 % y un 60 % de las ocasiones en las mismas circunstancias en las que el mismo comprador considera imposible, refiriéndose a terceros, que más de un 10 % pueda cambiar de criterio." ¡Loable objetivo! Pues nada, intentemos resolverlo con la ecuación de Schrödinger, ya que eso es en realidad en lo que consiste la física cuántica. Ah, no, que la cosa no va de eso, sino de crear unos cuantos neologismos innecesarios más: "El reto es elaborar campañas que den respuesta efectiva a las necesidades de cada cliente en cada momento mediante un modelo ya definido por Zohar donde conceptos como la relación sustituye a la transacción, el ecosistema al sector y donde el consumidor o el comprador se convierten, respectivamente, en prosumidor (productor y consumidor al mismo tiempo del producto o servicio) y en cocreador (comprador y creador)." Aquí recomiendo aplicar la propiedad conmutativa: ¿cambia algo si en lugar de prosumidor escribirmos consuctor y en lugar de cocreador, compador? Nada en absoluto, ¿verdad? Bueno, el artículo de La Vanguardia ya se está acabando, pero ¿no echan algo de menos? Todavía nadie ha dicho "holístico" ¿no?. Pues ahí lo tienen: "En esta misma línea, la concepción de la empresa y la estrategia empresarial parten desde esta óptica de una visión holística, donde el todo es más que la suma de las partes y las dinámicas internas son las que acaban definiendo y enriqueciendo la compañía." Y así termina, y también terminamos nosotros, hasta la próxima reunión con el conde de Negroni. (Publicado originalmente en SciLogs el 02/12/20).
A pesar de lo que se dice en algunos foros, la física cuántica no sirve para explicar los mecanismos imaginarios de la homeopatía. De la misma forma que el patriotismo es el último refugio de los canallas, como comprobamos cada día, así también la palabra "cuántica" es el último refugio de los charlatanes, fenómeno que en estos cuantos completos hemos venido llamando "doctrina Shaw". Tras décadas intentando encontrar algún efecto más allá del placebo, y al mismo tiempo un mecanismo teórico sobre el que apoyar sus principios pre-científicos, no es extraño que la floreciente industria homeopática haya terminado llegando a las siempre atractivas aguas de la teoría cuántica. A esto ayuda, claro, una determinada manera sensacionalista de divulgar la física cuántica, que la presenta como llena de cosas "maravillosas", "extraordinarias" y (redoble de tambores) "misteriosas". Muchos charlatanes ven entonces el cielo abierto, ante una especie de "cajón de sastre" en el que parece que vale todo, ya que nada se entiende y todo parece magia. Así, resulta que en noviembre de 2016, el negocio homeopático se reivindicó a sí mismo en un aquelarre que se dio en llamar VII Congreso Nacional de Homeopatía y se celebró en San Sebastián. Tras el evento se excretaron dos vídeos con el impresentable título de "Física Cuántica explica la homeopatía", a cuya difusión no quiero contribuir. Baste decir que absolutamente todo lo que se dice en ellos es mentira. Desmontar estas mentiras una por una sería un trabajo interesante pero muy largo, así que podemos resumir con lo siguiente: no se conoce ningún efecto cuántico, ni ninguna propiedad cuántica, que pueda sobrevivir durante ¿meses?, ¿años? a temperatura ambiente en el agua con azúcar de la pastilla homeopática, que espera en la farmacia a que usted esté dispuesto a tirar su dinero comprando un placebo. A pesar de esto, en el vídeo aparecen dos académicos: el profesor Marc Henry, de la Universidad de Estrasburgo, y el premio Nobel de Medicina Luc Montagnier, descubridor del virus VIH. Hay que decir que ninguno de los dos es experto en los temas de los que habla en el vídeo, ni ha adquirido prestigio por desarrollar su investigación en el (por los demás, inexistente) área de efectos cuánticos en agua. Lo de llevar a un Premio Nobel siempre queda muy bien pero, claro, un premio Nobel de Medicina pontificando sobre física cuántica tiene, en principio, tanta autoridad como, digamos, uno de la Paz hablando sobre el Ulises de Joyce, o uno de Literatura (digamos, Bob Dylan) hablando de economía (esto último seguro que ha ocurrido alguna vez). De la misma forma que la indignación moral es el mecanismo por el cual el idiota se dota de dignidad (frase que a Tom Wolfe le gustaba atribuir a McLuhan), así también la pseudociencia intenta dotarse de dignidad emulando los usos y costumbres de la ciencia. Por ejemplo, las publicaciones. Montaigner ha publicado sus inverosímiles e irreplicables resultados en la ignota revista "Interdisciplinary Sciences: Computational Life Sciences". Todo aparentemente bien, pero si abrimos el artículo nos enteramos de que fue enviado el 3 de enero, revisado el 5 de enero y ¡publicado el 6 de enero! Así que todo el proceso editorial y de revisón por pares (¿tal vez se omitió esta última minucia?) duró tres días. Para que se hagan una idea, mi último artículo publicado fue enviado el 4 de enero y publicado el 27 de septiembre, tras varias rondas de revisión por pares y sus correspondientes modificaciones. Claro que, en mi caso, no soy el presidente del Consejo Editorial de Physical Review, mientras que Montaigner sí lo es de la revista mencionada antes. Casualidad, sin duda, y cualquier día de estos alguien conseguirá reproducir sus resultados. Mientras tanto, mejor hagan ustedes caso de los estudios serios, no tiren su dinero, y dejen la doctrina Shaw para otro día. Les va la vida en ello. (Publicado originalmente en SciLogs el 21/10/2017).
La física cuántica no dice que el observador influya en lo observado, así que no deje que le cobren dinero por ello.Gracias a una entrada reciente, algunos lectores me han puesto sobre la pista de una serie de cosas que me han hecho adentrarme aún más en el abismo de la charlatanería existente alrededor de la física cuántica. Es un trabajo duro, pero alguien tiene que hacerlo. Esto me ha hecho comprender que la situación es aún peor de lo que pensaba. El ejemplo más dramático que he encontrado me ha llevado hasta el Enric Corbera Institute: chiringuito pseudoacadémico regentado por el estafador que le da nombre. Este señor y sus cómplices imparten la doctrina absurda de que básicamente las personas enfermas, incluso de cáncer, están enfermas porque quieren, es decir, por no pasar por la caja de su pseudoinstituto (cursos, conferencias, visitas, libros etc. a precios fabulosos) donde le explicarían que al cambiar su percepción de la enfermedad, ésta desaparece. En ocasiones, sus seguidores dejan de tratarse el cáncer y, tras un tiempo en el que creen que por fin se están curando, mueren.
No sé si se puede hacer algo desde el punto de vista legal contra esta basura moral e intelectual. Mucho me temo que no, en un tiempo en el que productos homeopáticos se venden impunemente en farmacias y ayudas homeopáticas para enfermos de cáncer se dan publicidad en el centro de Madrid. Pero lo que sí podemos hacer es hablar de sus mentiras. Como no podía ser de otra manera, los corberitas siguen la doctrina Shaw, según la cual añadir la palabra cuántica a cualquier cosa hace que la gente crea que tengas razón. Así, el concepto inventado sobre el que gira la doctrina, llamado "neurobioemoción" (o puede que "bioneuroemoción": "neuro" y "bio" tienen la propiedad conmutativa) estaría basado según ellos en la física cuántica... o lo que ellos dicen que es la física cuántica. El encargado de explicarnos (¡ay!) qué es la física cuántica es Pedro Núñez, quien como es lógico es diplomado en Magisterio, y además se autoproclama "docente" en el Enric Corbera Institute. Nos empieza explicando el docente Núñez que la física cuántica representa (oh, ah) un cambio de paradigma respecto a la física clásica, según el cual el dualismo "mente-materia" cartesiano sería superado, ya que "el observador influye en lo observado". Este es uno de los mitos más recurrentes respecto a la física cuántica, y, a mi juicio, proviene de explicaciones excesivamente sensacionalistas de esta teoría (en ocasiones, sin mala intención) que malinterpretan los conceptos de "observador" y "observado" . No hay duda de que el dualismo de Descartes ha sido superado, pero eso no tiene nada que ver con la física cuántica. El hecho de que en la física cuántica las medidas que se realizan para conocer el valor de alguna magnitud cambien el estado del sistema (como hemos contado, por ejemplo, aquí) no tiene ninguna relación con la "conciencia", el "estado mental" o la "información" de la que disponga un ser humano concreto. Se debe simplemente al hecho de que las medidas son realizadas por aparatos físicos de medida, de manera que un experimento en el que se mide una cosa es un experimento distinto a uno en el que no se mide una cosa. Que después yo, o quien sea, tenga acceso a los resultados de las medidas es completamente irrelevante: no es eso lo que cambia el estado del sistema. Todo el experimento podría ser programado por ordenadores y conducido por robots, sin que jamás un ser humano supiera nunca el resultado de las medidas, y el efecto sería exactamente el mismo. Así que no, en la física cuántica la mente no modifica la materia a voluntad. De manera que todo el discurso del señor Núñez (todo ese berenjenal sobre, cómo no, la "resonancia", la "vibración", el "entrelazamiento cuántico": conceptos que no tienen ninguna aplicación en lo que está contando) y por tanto, toda la doctrina corberita, está basada en una mentira. ¿Le confiaría usted a ella su salud? (Publicado originalmente en SciLogs el 05/05/2017). No, no es el "sentido común" lo que hace avanzar la ciencia y el conocimiento.Se habrán fijado ustedes en que todos los políticos invocan constantemente el "sentido común" para justificar sus acciones. El hecho de que políticos de signo distinto apelen al sentido común para defender cosas opuestas, no parece hacerles reflexionar. Por supuesto, en contra de lo que en ocasiones se sugiere, los políticos no son una raza extraterrestre que nos ha colonizado a los demás, los siempre honestos y cumplidores ciudadanos, sino que son parte de la misma sociedad a la que pertenecemos todos: los políticos somos nosotros. Si ellos recurren al sentido común, es porque ese recurso está bien visto, y así en casi todas las conversaciones vemos a alguien erigirse en portador y representante de ese principio. Sin embargo, ¿es el sentido común un buen argumento para defender algo? En realidad, el sentido común es el conjunto de ideas preconcebidas que cada uno tiene sobre las cosas. En ocasiones, esas ideas están bien fundadas y en otras son sólo historias que nos contaron de niños. (Pero como decía Woody Allen en Annie Hall, "todo lo que nuestros padres nos dijeron que estaba bien está mal: el sol, la leche, la carne roja y la universidad"). Debería bastar la observación de que parece haber muchos sentidos comunes distintos para desconfiar. No es el sentido común lo que hace avanzar la ciencia y el conocimiento. No es de sentido común que el tiempo que marcan los relojes dependa de la velocidad del reloj, ni que la velocidad de la luz sea la misma para dos personas que se mueven a distintas velocidades. Y sin embargo, es cierto: son características de la relatividad verificadas por los experimentos. No es de sentido común que los electrones y las partículas elementales tengan algunas características que normalmente asociamos a ondas y otras que normalmente asociamos a partículas. El entrelazamiento cuántico (que tantas veces hemos discutido aquí) no es en absoluto de sentido común. Y sin embargo, estas cosas son ciertas, como nos dicen los experimentos que demuestran la física cuántica. No es de sentido común que romper diminutos núcleos pueda generar energía como para alimentar una central nuclear o hacer desaparecer una ciudad, pero así es. No parecía de sentido común que fuéramos capaces de llegar a la luna, ni que detectáramos ondas gravitacionales mediante oscilaciones de la posición de un espejo, tan pequeñas que equivalen a medir la distancia Tierra-Sol con una precisión similar al tamaño de un átomo de hidrógeno (como le he oído contar a Alicia Sintes). Pero lo hicimos. Si fuera por el sentido común, tal vez nunca hubiéramos bajado de los árboles. El sentido común de alguna gente parece decirles que los genes no se pueden tocar, pero eso no debería impedirnos explorar las enormes posibilidades que ofrecen los sistemas CRISPR/Cas9 y otros mecanismos de ingeniería genética. Hay a quien no le parece de sentido común que se pinche a niños pequeños con agujas, pero las vacunas han salvado millones de vidas y lo siguen haciendo, aunque los esfuerzos de los antivacunas, muchos de ellos guiados por su elevado sentido común, están consiguiendo que vuelva a morir gente. Hay gente a la que no le parece de sentido común pasteurizar la leche, o someterse a un tratamiento de radioterapia (mucho mejor tomarla directamente de la vaca e intentar curarse con zumitos como Steve Jobs, ¿no?). De hecho, ¿les parece de sentido común que la Tierra sea redonda, se mueva alrededor del Sol y gire a 30 kilómetros por segundo? ¿No parece más lógico que sea plana, como parece, y que se esté quietecita? "Eppur si muove". No, no es el sentido común lo que hace avanzar la ciencia y el conocimiento, sino la observación sin prejuicios de la realidad y la construcción de modelos e hipótesis que puedan contrastarse con ella. Tal vez haríamos bien en escuchar este consejo de Fulgencio Entrambosmares, el personaje de Don Miguel de Unamuno en Amor y Pedagogía: "Guárdate de él, guárdate de él como de la peste. Es el sentido común el que con los medios comunes de conocer juzga, de tal modo que en tierra en que un solo mortal conociera el microscopio y el telescopio disputaríanle sus coterráneos por hombre falto de sentido común cuando les comunicase sus observaciones, juzgando ellos a simple vista, que es el instrumento del sentido común". (Publicado originalmente en SciLogs el 21/08/2017).
Una nueva demostración de un resultado que prueba que la física cuántica no trata de gatos. Seguramente es muy difícil decir siempre cosas prudentes, discretas y atinadas, respetuosas con el mejor conocimiento científico disponible. A lo mejor todos sentimos alguna vez la necesidad de liberarnos soltando una patochada del tamaño de un piano de cola, una paparrucha con la solidez de una catedral gótica. La física cuántica parece ser una vía de escape muy útil en esos casos, de manera que hasta los cerebros más serios pueden soltar lastre saliendo por la tangente sin quedar del todo mal. Entre los muchos ejemplos que podríamos poner, recientemente he leído a Leonardo Boff decir que gracias a la física cuántica "se puede entender mejor al ser humano como nudo de relaciones, y al Dios cristiano, la Trinidad, que es siempre relaciones substanciales entre tres divinas personas", mientras que el gran guionista Charlie Kaufman al parecer disfruta mucho con la física cuántica, ya que "me hace sentir emocionalmente cuerdo al hacerme ver la enormidad del mundo, que es mucho más complicado de lo que puedo entender. No todo va sobre mí, y eso, de algún modo curioso, me saca de mi zona de confort". ¿Alguien se imagina estos desahogos intelectuales referidos a otras áreas de la ciencia, digamos la biología molecular, la química sintética, la inteligencia artificial o el álgebra lineal? No, este tipo de reflexiones al parecer solo las dispara la física cuántica... O más bien lo que esas personas creen que es la física cuántica. Efectivamente, durante décadas se ha venido divulgando la física cuántica de una manera que ha puesto énfasis en aspectos supuestamente "extraños" y "misteriosos", en lugar de sus características científicas o sus aplicaciones tecnológicas. El ejemplo paradigmático es el célebre gato de Schrödinger, que aparece cada dos por tres en todas partes, desde columnas de prensa hasta series de televisión. Ya hace tiempo que Stephen Hawking amenazaba con sacar la pistola cada vez que alguien mencionara a tan conspicuo felino, años antes de la moda actual de decir "la política de Schrödinger", "la crisis de Schrödinger" y así hasta el infinito, cada vez que en un asunto pueden ocurrir dos cosas distintas. A este paso, vamos a incorporar a nuestra pesada maleta de leyendas urbanas, junto con las huelgas a la japonesa o lo del 10 % del cerebro, la vaga idea de que la física cuántica es muy rara e interesante, porque dice que los gatos están vivos y muertos a la vez. Sin embargo, la física cuántica no dice nada de eso, por la sencilla razón de que la física cuántica no tiene absolutamente nada que decir sobre gatos.
En 1935, el físico austríaco Erwin Schrödinger escribió un artículo en alemán en la revista Die Naturwissenschaften. El artículo fue traducido al inglés décadas después para la revista de la Sociedad Americana de Filosofía y se puede encontrar, por ejemplo, en un libro de los físicos Wheeler y Zurek llamado "Quantum theory and measurement" en el que se recopilan artículos históricos de física cuántica. No se trata de un artículo científico técnico, sino más bien de un trabajo vagamente filosófico donde se discuten sin apenas matemáticas algunos aspectos de la entonces emergente y hoy completamente consolidada física cuántica, como el hecho de que las propiedades de los objetos cuánticos no están descritas por números con valores completamente definidos, sino por funciones que pueden tomar distintos valores de acuerdo a unas determinadas probabilidades (un "modelo borroso" de la realidad microscópica). Llegados a un cierto punto, Schrödinger nos quiere advertir de lo absurdo que podría resultar extender estas ideas a nuestra física de todos los días, que no es la física cuántica. Es aquí donde hace su aparición el minino. Traducido por mí al español, quedaría así: "Incluso se pueden preparar casos bastante ridículos. Se encierra a un gato en una cámara de acero, junto con el siguiente dispositivo (que debe asegurarse contra la interferencia directa del gato): en un contador Geiger hay una pequeña cantidad de sustancia radiactiva, tan pequeña, que tal vez en el transcurso de una hora uno de los átomos se desintegra, pero también, con igual probabilidad, quizás ninguno; si sucede, el tubo del contador se descarga y mediante un relé suelta un martillo que hace añicos un pequeño frasco de ácido cianhídrico. Si uno ha dejado todo este sistema solo durante una hora, diría que el gato aún vive si mientras tanto ningún átomo se ha descompuesto. La función psi de todo el sistema expresaría esto teniendo en ella al gato vivo y muerto (perdón por la expresión) mezclado o desparramado en partes iguales. Es típico de estos casos que una indeterminación originalmente restringida al dominio atómico se transforme en indeterminación macroscópica, que luego puede resolverse mediante observación directa. Esto nos impide aceptar ingenuamente como válido un "modelo borroso" para representar la realidad." Esto es todo. Se habrán fijado en el adjetivo "ridículos". Schrödinger no nos está hablando de un experimento que se pueda hacer, sino de un experimento que no se puede hacer. Y no, no es por la presión de los animalistas o de los comités de bioética, sino porque no hay tal cosa como "la función psi de todo el sistema" cuando hablamos de un gato. Las propiedades de los gatos están siempre bien definidas por números, como el resto de los sistemas macroscópicos de la física clásica que estudiamos en el instituto. La física cuántica solo aparece de forma natural en sistemas microscópicos (unos cuantos fotones, electrones o átomos). Extenderlo más allá (como, por ejemplo, en un ordenador cuántico, donde las cosas miden milímetros) requiere de condiciones sofisticadas y muy extremas en el laboratorio, como temperaturas de -273 ºC. En esas condiciones ya no habría gato que valiera, así que nos podemos ahorrar el martillo, el contador Geiger y hasta el cianuro. Pero aún podemos ir más allá: recientemente, Scott Aaronson y Yosi Atia (del Departamento de Ciencias de la Computación de la Universidad de Tejas en Austin) junto con el físico teórico Leonard Susskind (Universidad Stanford y Google) han publicado un artículo en el arXiv en el que demuestran que si uno fuera capaz de preparar esa función de la que habla Schrödinger en la que el gato vivo y muerto están mezclados en partes iguales, inmediatamente sería capaz de transformar las dos partes de la mezcla entre sí: es decir, sería capaz de convertir un gato muerto en un gato vivo. En palabras de los propios autores, es imposible que haya gatos de Schrödinger "en cualquier mundo en el que la muerte es permanente". Como ellos mismos aseguran, esta es una observación que hacía tiempo que era parte del folclore de la física cuántica, pero que nadie se había molestado en demostrar matemáticamente. Hasta ahora. Por qué un ejemplo imposible, que su autor calificó de ridículo y que nos habla de todo aquello que la física cuántica no es ni puede ser, es usado comúnmente para explicarla y divulgarla, es para mí un misterio mucho mayor que la propia física cuántica. ¿Y qué más puedo decir? Miau. NOTA: ningún animal ha sido herido durante la realización de este documento. (Publicado originalmente en SciLogs el 22/12/20). Un estudio reciente pone a prueba tres estrategias distintas para reducir la creencia en teorías conspirativas.En una encuesta realizada en marzo de 2013 a 1247 votantes estadounidenses registrados, el 37 % de los encuestados aseguraron creer que el calentamiento global era un invento, mientras que otro 12 % no estaban seguros. El 20 % creía que existe una conexión entre las vacunas y el autismo, y nada menos que el 46 % no estaba seguro. Son sólo dos ejemplos: los hay más ridículos, pero estos son quizá los dos más peligrosos. Cuatro años después, es probable que estos números hayan sido reforzados por las cámaras de eco de las redes sociales y sean aún mayores. No en vano estamos en la era de la posverdad, y contamos ya con el primer presidente conspiranoico. Es sabido que los intentos de desenmascarar estas teorías tienen muy poco efecto entre los muy convencidos, y pueden incluso resultar contraproducentes, como ya comentamos aquí. Pero quizás ¿hay algo que se pueda hacer para evitar su propagación y reducir su impacto? Esto es lo que han intentado contestar con cierto rigor científico un grupo de investigadores húngaros y franceses en un artículo publicado recientemente en la revista Frontiers in Psychology. En el estudio, un grupo de 813 húngaros reclutados por Internet fue sometido a escuchar una grabación en la que se exponía una teoría de la conspiración con los elementos habituales: los judíos, los banqueros, el imperio financiero y le Unión Europea, todos aliados contra el valiente y sufrido pueblo húngaro. Tras esta tortura, se les entregó un cuestionario que servía para evaluar su grado de aceptacíon respecto a lo que habían oído, así como algunas de sus percepciones sobre el orador. Los participantes estaban divididos en cuatro grupos, y cada uno de ellos fue sometido entonces a una "cura" diferente para su conspiranoia: el grupo de control simplemente escuchó un texto sobre el pronóstico del tiempo, pero los otros tres escucharon grabaciones con tres estrategias distintas: la racional, en la que sencillamente se daban argumentos para demostrar la falsedad de lo que habían oído; la "ridiculizadora", en la que se realizaba una mofa de las teorías de la conspiración y sus creyentes; y finalmente, la estrategia "empática", en la que se intentaba que los oyentes se apiadaran de los individuos injustamente acusados como conspiradores ("si nos pinchan, acaso no sangramos", etc). Tras ello, se les volvió a entregar el mismo cuestionario. ¿Qué estrategia creen que resultó más efectiva? Estoy seguro de que muchos lectores se inclinarían a priori por la última opción: hoy en día está de moda recetar "falta de empatía" ante cualquier problema y prescribir una cura a base de "memes" con citas (falsas o no) de cierto escritor brasileño. Pero lo bueno de los experimentos es que nuestros prejuicios son irrelevantes. Lo que mostraron los datos es que la estrategia empática fue la menos efectiva, casi indistinguible del grupo de control. La más efectiva fue la racional, seguida de cerca por la ridiculizadora. Además, parece haber una relación entre el éxito de la estrategia y la percepción que tiene el oyente de la inteligencia y competencia de aquel que está intentando desmontar la teoría conspirativa. Es tentador extraer de esto último una conclusión: ¿no será que el desprestigio permanente tanto del pensamiento analítico ("era frío y calculador", "la fría estadística", "lo que no reflejan los números", etc.) como de los propios científicos (desde el ya tópico personaje de "científico loco" en las películas infantiles hasta su versión adulta, ese señor intenso y solitario que escribe con rotulador en un cristal, pasando por los extraños debates sobre temas científicos) hace que luego nadie les haga caso cuando dicen que el calentamiento global es una realidad, las vacunas no causan autismo, el wifi no da alergia y los transgénicos no matan?
(Publicado originalmente en SciLogs el 21/02/17). Resultados de un artículo reciente sobre tácticas para reducir el daño del negacionismo científico en discusiones públicas.Aunque no era el objetivo original de estos cuantos completos, a lo largo de los años nos las hemos tenido que ver con "negacionistas científicos" de diverso pelaje, a quienes no les ha gustado mucho, por ejemplo, que hayamos criticado el abuso de la palabra "cuántica" para justificar disparates como la homeopatía, entre otras pseudoterapias y paparruchas varias. Por el camino, hemos aprendido mucho sobre cómo hay que afrontar este tipo de discusiones. De lo primero que nos dimos cuenta es de que hay dos grandes grupos de personas que se implican en estas situaciones. Por un lado, están aquellos que ya conocían y defendían la verdad científica sobre un tema antes de que se iniciara la discusión en cuestión. Por otro lado, están los propios negacionistas, quienes por supuesto no van a cambiar sus prejuicios por una discusión racional: al contrario, muy probablemente sus posiciones se van a reforzar y simplemente nos añadirán a la lista de individuos vendidos a la gran conspiración multinacional que trata de ocultarnos la peligrosa verdad que ellos han descubierto viendo YouTube. Es natural entonces que nos preguntáramos en alguna ocasión si todo esto sirve de algo, si no sería verdad la frase de Gibbon que le gustaba a Feynman: "el poder de la instrucción es rara vez de mucha eficacia, excepto en aquellas felices disposiciones en las que es casi superfluo". Sin embargo, más adelante hemos tenido la suerte de encontrarnos con un pequeño tercer grupo de personas: son aquellos que están más o menos cerca de caer en el agujero negro de la pseudociencia, pero que todavía tienen dudas y todavía están dispuestos a preguntar, con humildad, a los verdaderos expertos en un tema. Por supuesto, por pequeño que sea ese grupo, si alguna vez hubiéramos conseguido rescatar a una sola persona de las garras de los desaprensivos, las horas que le dedicamos a esto estarían más que justificadas. Pero claro, es inevitable seguir preguntándose por el efecto "global" de estas discusiones: hechas las sumas y las restas, al terminar, ¿hay menos negacionismo en el ambiente? ¿O más? Algunos estudios han mostrado en el pasado el efecto contraproducente (backfire effect) que puede tener en determinadas audiencias el intento de desmontar con argumentos racionales el negacionismo científico. Un artículo, publicado recientemente en la revista Nature Human Behavior ha estudiado en profundidad esta cuestión, en el contexto concreto de las discusiones públicas, como podría ser, por ejemplo, un debate en la radio. Por supuesto, no faltan argumentos para que los científicos y los expertos no quieran participar en este tipo de "debates": su mera presencia legitima una discusión que no debería existir y parece poner en pie de igualdad argumentos que no pueden estar al mismo nivel. Sin embargo, negarse a participar no garantiza que el "debate" no se vaya a celebrar, y entonces puede ocurrir que se celebre en ausencia de alguien cualificado para defender la verdad científica. La pregunta es entonces ¿es esto peor, mejor, o en realidad da igual? El estudio aborda precisamente esta cuestión, midiendo el efecto que tienen los discursos negacionistas en cuatro grupos de individuos. El primer grupo sólo escucha o lee un discurso negacionista. Los otros tres grupos, en cambio, son también expuestos a un discurso que intenta refutarlo. Los investigadores distinguen entre dos tipos de técnicas en los discursos anti-negacionistas: aquellos que se basan en refutar los argumentos sobre el asunto en cuestión (topic rebuttal), y aquellos que intentan desmontar las trampas del discurso, sin entrar en el caso concreto (technique rebuttal). Por ejemplo, un caso analizado en el artículo es el negacionismo anti-vacunas: el discurso negacionista que escuchan los sujetos critica un supuesto problema de seguridad de las vacunas, basado en que no pueden garantizar un 100 % de seguridad. Ante eso, la réplica puede centrarse en subrayar la seguridad de las vacunas, como en el discurso que escuchó el segundo de los cuatro grupos del estudio, o en la trampa general que supone exigir un imposible 100 % de éxito a un procedimiento médico (la aspirina o la cirugía cardíaca tampoco tienen un 100 % de seguridad), como en el caso del tercer grupo, o en una combinación de los dos argumentos (cuarto grupo). Los resultados (ver figura) muestran que el discurso negacionista hace más daño cuando no tiene ninguna réplica, y que cualquiera de las dos posibles estrategias de respuesta (topic o technique) consigue mitigar parcialmente el daño, sin que parezca que la combinación de ambas produzca ningún resultado significativo. Por tanto, los resultados sugieren que, allí donde no se pueda evitar que el público esté expuesto a argumentos negacionistas, siempre hay que dar la batalla para reducir el daño, y que, puesto que no hay fórmula mágica que garantice el éxito, lo mejor sería escoger la técnica que mejor se le dé a cada uno. Tomamos nota, y seguimos pensando.
(Publicado originalmente en SciLogs el 20/08/19). Sobre educación y alfabetización científica.El gran Fernando Savater habla a menudo de los semicultos. Según su definición, serían aquellos que son "pedantes como los sabios, pero ignorantes como los tontos". Pienso que la semicultura puede ser una preocupante característica de nuestro tiempo. Fíjense en el siguiente gráfico sobre alfabetización científica, extraído de la "VIII encuesta de percepción social de la ciencia", realizada por la Fundación Española de Ciencia y Tecnología entre octube y diciembre de 2016, con más de 6000 entrevistas. En el gráfico vemos que la idea ingenua de que la gente con más formación educativa va a dar respuestas más correctas, no es cierta en todos los casos. Así, por ejemplo, hay un porcentaje mayor de personas que creen en los fenómenos paranormales entre gente con estudios secundarios completos y entre universitarios, respecto a aquellos que tienen como muchos estudios de enseñanza primaria incompletos. En este caso, los porcentajes son relativamente pequeños en todos los casos. En cambio, el patrón se repite en terapias pseudocientíficas como la acupuntura y la homeopatía: el porcentaje de universitarios que cree en ellas no sólo es escandalosamente alto, sino que es muy superior al porcentaje de gente con menos estudios que comete el mismo error. Estos son los estragos de la semicultura.
Toda esa gente tiene un cierto grado de educación, suficiente para manejarse con soltura por Internet y encontrar todo tipo de blogs, referencias e incluso artículos con apariencia de artículos científicos serios. Puede que esa formación les haya dotado incluso de un cierto aire de rebeldía, de oposición a lo convencional y lo establecido (fomentado durante décadas por la publicidad: "usted es especial, único, genuino, vaya contra todo y todos, compre X" y sacralizado finalmente por las redes sociales, esa ceremonia de entrega de Oscar permanente donde se nos ha convencido de que nuestras opiniones son importantes). Ese aire es incluso saludable en dosis adecuadas (no necesariamente homeopáticas). Sin embargo, parece que esa formación no es suficiente para entender que no todo lo que se encuentra en Internet es igualmente fiable, y que no hay nada interesante en la rebeldía de abrazar a ignorantes, desaprensivos o ambos, al grito de "la Tierra es plana" o "te curarás con la mente". O para entender que un artículo (o cien) aislado en una revista científica (o pseudocientífica) no demuestra nada: no todas las revistas tienen el mismo prestigio (el cual se basa entre otras cosas en la dureza y calidad de su filtro editorial, sobre todo la revisión por pares) y no todos los artículos tienen la misma calidad (muchos de ellos contienen resultados controvertidos, irreproducibles o directamente equivocados, y son superados o corregidos por otros). Por ello, en muchas ocasiones se hacen revisiones y metaestudios, que sirven para separar "el grano de la paja". Naturalmente, los temas científicos modernos tienen una complejidad creciente y están en constante evolución, así que es muy difícil hacerse una idea cabal de todos ellos simplemente "por nuestros propios medios" (especialmente si tenemos en cuenta que hoy en día casi todas nuestras "investigaciones" personales empiezan y acaban en Google, cuyos filtros y algoritmos seleccionan perversamente la información que creen que coincide con "nuestros gustos e intereses", reforzando nuestra tendencia al sesgo de confirmación). Por ello, conviene acudir al consenso científico, y aceptar lo que nos dicen sobre él los mejores expertos de la academia. Por supuesto, siempre será posible encontrar algún académico que defienda que la relatividad y la física cuántica están equivocadas, que no existe el calentamiento global o que el agua tiene memoria y cura las enfermedades. Pero fíjense que me he referido a los mejores y al consenso. Por supuesto, el consenso científico puede equivocarse en ocasiones, y, sin duda, evolucionará y se actualizará. Más aún, los argumentos científicos de aquellos que disientan del consenso deben ser escuchados y considerados adecuadamente. Pero admitir el consenso científico es la manera más probable de estar cerca de la verdad (¿conocen ustedes otra mejor?) y discutir el consenso científico requiere de mucho más que leer blogs y ver vídeos de You Tube. Lo sepan o no los semicultos, la inmensa mayoría de los científicos, académicos e investigadores no son individuos al servicio de quién sabe qué intereses oscuros, sino buscadores infatigables de la verdad en su tema de investigación. Son ellos los que conocen qué ideas y teorías han sido probadas experimentalmente y cuáles no lo han sido todavía o han sido ya descartadas por los experimentos. Admitir que esto les confiere autoridad para hablar de ciertos temas requiere de una cierta dosis de humildad: aceptar que, al contrario de lo que me dicen los anuncios y las redes sociales, nosotros (nuestros prejuicios y opiniones sesgadas) no somos tan importantes como creemos. Cuesta, pero es necesario para no perderse en la oscuridad de la semicultura. (Publicado originalmente en SciLogs el 23/11/2017) |
AutorCarlos Sabín. Investigador Ramón y Cajal en el Departamento de Física Teórica de la Universidad Autónoma de Madrid. Desde 2015 hasta 2022 escribí el blog "Cuantos Completos" en la plataforma SciLogs de la revista "Investigación y Ciencia". Autor de "Verdades y mentiras de la física cuántica" amzn.to/3b4z1MO y "Física cuántica y relativista: más allá de nuestros sentidos" http://shorturl.at/bdLN0 Archivos
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